´No hay paz sin Pakistán´, Jordi Joan Baños

El imán sólo tuvo tiempo de clamar "Dios es grande". Acto seguido el cielo se asomó al techo de la mezquita, en medio de un enorme estruendo y ante el horror de los trescientos fieles que abarrotaban la plegaria del viernes. Un terrorista suicida había hecho estallar una potente bomba en Yamrud, Pakistán, que derrumbó las dos plantas del edificio sobre los congregados, con el resultado de por lo menos cincuenta muertos y más de un centenar de heridos. Entre ellos, decenas de políticos locales, policías tribales y paramilitares.

No en vano, la mezquita está cerca de un puesto de control y ya había sido amenazada por los talibanes pakistaníes. Yamrud se encuentra cerca del puerto de montaña de Jaiber, un lugar estratégico por el que circula el grueso de los suministros a las fuerzas aliadas destacadas en Afganistán. La mezquita era parada habitual de los conductores y escoltas de estos convoyes. El hostigamiento a esta vía y a sus almacenes ha aumentado en los últimos meses, en que los talibanes han conseguido hasta destruir vehículos militares listos para ser transportados. El otro posible móvil del atentado es el sectario. El sunismo exacerbado de los talibanes considera poco menos que herejes a los chiíes, bastante presentes en la zona.

Zardari fue telefoneado anteayer - igual que el afgano Hamid Karzai-por el presidente de Estados Unidos. "Al Qaeda está preparando nuevos ataques contra Estados Unidos desde su refugio en Pakistán", advertía ayer Barack Obama, tras considerar que la franquicia de Bin Laden es la mayor amenaza, también, para Pakistán. Obama parece haber entendido que no hay solución para Afganistán que no implique a toda la región y, al mismo tiempo, que Afganistán y Pakistán - o Afpak, según el término empleado por su enviado Richard Holbrooke-deben tratarse como dos caras del mismo problema.

En Afganistán, Estados Unidos y sus aliados tienen un problema con los pastunes, grupo étnicolingüístico al que pertenecen los talibanes. Y dos terceras partes de los pastunes viven en Pakistán, al otro lado de la línea Durand, que Afganistán nunca ha reconocido. Aunque Karzai es pastún, la Alianza del Norte que lo instaló - con el apoyo de bombardeos y maletines norteamericanos-es de base tayika y uzbeka. Con el tiempo, el desgobierno de Karzai ha conseguido que los pastunes volvieran a los brazos de los talibanes. Entre otras razones, porque pagan mejor.

La nueva política de Estados Unidos quiere creer que la mayoría de los talibanes son mercenarios a los que puede ganarse - como hizo en los ochenta con los muyahidines-y apartar del núcleo de fanáticos aliados de Al Qaeda. Divide y vencerás. De ahí que Estados Unidos, que en los ochenta financiaba al muyahidín Jalaludin Haqani, pusiera ayer precio a la cabeza de su hijo, Sirajudin. Pero un portavoz de Islamabad advertía ayer mismo que "el aumento de fuerzas por sí solo no funcionará" y llamaba a "la reconciliación nacional y el desarrollo".

De hecho, Obama es consciente de que Islamabad tiene intereses legítimos en Afganistán y que su actual ninguneo no hace más que retroalimentar el doble juego de la inteligencia militar de Pakistán. El Gobierno de Karzai ha inundado de contratos de reconstrucción a las empresas de su archienemiga India, un generoso donante. El brutal aviso del espionaje pakistaní fue subcontratar la voladura de la embajada india en Kabul, el año pasado. Rawalpindi, el estamento militar dominado por los punyabíes, no está dispuesto a que India se cuele en su patio trasero. El resentimiento antiindio es fuerte en Punyab - que sufrió el trauma de la partición-pero escaso en las otras tres provincias. La paz entre India y Pakistán parece una condición previa para pacificar la región, aunque para ello la clave de bóveda es el estatus de Cachemira, e India no está dispuesta a internacionalizar la disputa. Los atentados de Bombay lo han complicado aún más.

El anunciado refuerzo de tropas norteamericanas ya ha tenido respuesta por parte del mulá Omar, el líder de los pastunes afganos presuntamente refugiado en los alrededores de Quetta, Pakistán. Omar ya ha llamado a todos los talibanes a relajar el frente pakistaní para plantar cara a Estados Unidos en Afganistán con atentados suicidas y bombas contra sus vehículos. Lo que constituye un alivio para la asediada sociedad pakistaní y su tambaleante Gobierno. Aunque muchos temen que el recrudecimiento de la guerra en Afganistán traerá como represalia más bombardeos desde aviones no tripulados sobre zonas tribales. Aunque estos ataques (más de treinta en los últimos siete meses) han conseguido eliminar a muchos yihadistas extranjeros, las muertes de civiles aumentan el rechazo a Estados Unidos y comprometen al Gobierno pakistaní.

28-III-09, Jordi Joan Baños, lavanguardia