entrevista a Hans Küng, teólogo católico disidente

El 23 de mayo de 1976 se pudo leer en The New York Times Magazine un largo artículo dedicado a la mujer en la Iglesia. Iba firmado por el teólogo Hans Küng. Debió de levantar ampollas en el Vaticano antes de leerlo. Si el título ya marcaba el territorio (“Feminismo: una nueva Reforma”), el subtítulo que remitía a Martín Lutero debió de provocar ira en los círculos conservadores del Vaticano: “Un teólogo católico disidente clava en la puerta de la Iglesia sus tesis para la liberación de la mujer”.

No ha sido el único encontronazo de Hans Küng con la jerarquía. Nacido en Suiza, durante varios decenios profesor de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga (Alemania), de la que hoy es profesor emérito; militante en el grupo más rupturista del concilio Vaticano II, las tesis del hoy octogenario Küng le han llevado a enfrentarse con tres papas, con la curia e incluso con otros teólogos más dóciles a las directrices papales.

El señor Hans Küng es un hombre educado que habla con lentitud, meditando mucho las palabras. En sus años jóvenes fue colega de Ratzinger, también profesor en Tubinga. Cuenta en el segundo tomo de sus memorias, Verdad controvertida, editado por Trotta, que muchas veces llevó en su coche a Ratzinger, que sólo tenía bicicleta. La amistad de aquellos años se rompió. Las páginas del libro son un concienzudo trabajo de demolición de la figura del profesor Ratzinger, “anclado como teólogo”, y del Papa Benedicto XVI, del que encuentra “desconcertante que excluya de sus memorias justo los años en que fue el segundo hombre más poderoso de la Iglesia, años en los que docenas de teólogos e innumerables católicos y católicas de base sufrieron bajo su férula (…) De sus veinticuatro años en el Palazzo del Sant’Uffizio desearía uno leer más y cosas más concretas”.

Que el señor Küng sea educado no obvia que se detecten en él algunos tics de divo que sabe de marketing. Tiene el mérito de que ha elevado el debate teológico a hecho cultural que moviliza a miles de personas cuando da una conferencia y es noticia en los medios de información de todo el mundo cuando el documento levanta polémica, que es casi siempre.
La liturgia como misterio. La necesidad de una cristología desde abajo. Las relaciones entre el Vaticano y el nazismo en tiempos de Pío XII. Teología de la liberación, marxismo y capitalismo. La crisis de una jerarquía más pendiente de dogmas y posiciones morales que del trabajo social en favor de los más débiles son temas que interesan a poca gente, pero que tratados por la pluma y en la voz de Hans Küng pueden llegar a ser actos de masas. Al entrevistador le hubiese gustado estar hace años en el foro mundial económico que se celebra anualmente en Davos tanto para poder escuchar al profesor Küng en su conferencia ¿Deben los ejecutivos creer en Dios? como para observar los rostros de los ejecutivos.

En el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), Hans Küng habló sobre una nueva ética mundial en la crisis política y económica actual. Es su tema de batalla en los últimos tiempos. Lo fue años atrás el interrogante de ser cristiano, y a lo largo de su obra siempre ha estado presente la libertad como ámbito que se ha de conquistar. También la verdad.
Ofrece la imagen de seguir convencido de sus razones, pero cabe pensar que las heridas que le han sido infligidas a lo largo de los años han dejado en él cicatrices y tal vez, es una simple hipótesis del entrevistador, deben de haber relativizado algunas de sus esperanzas, vista la incapacidad colectiva para construir una sociedad mejor en el secularizado, desorientado, líquido mundo contemporáneo del que la Iglesia, a la que Küng sigue fiel sin renunciar a la crítica, parece estar desconectada.

Tras leer los dos gruesos tomos de sus memorias, el primero con el título Libertad conquistada, y después de conversar con él he recordado la frase de un sacerdote tan buen católico y tan crítico como Küng. Dice el sacerdote mientras fuma una faria: “El problema de la jerarquía es que ofrece respuestas a preguntas que ya nadie se formula”. Reconoce que a él le salvan la lectura y el sentido del humor. Como al superior de una combativa orden religiosa que, al transponer una de las puertas del Estado vaticano, me dijo, sonriendo: “Ahora nos santiguaremos para que Dios nos preserve de las malas tentaciones mientras estemos ahí dentro”.
Küng escribe en sus memorias que le salvan la risa y dormir bien, siesta diaria incluida.

¿Sigue riendo y durmiendo bien?
Sí. Río mucho. En casa somos un equipo con mucho sentido del humor. En cuanto al sueño, suelo dormir bastante bien. No necesito muchas horas, como otras personas. Sólo dejo de dormir bien cuando tengo muchas preocupaciones. Es algo que nos pasa a todos.

Preocupaciones usted siempre ha tenido bastantes.
Sí. Es verdad. Y no siempre resulta fácil luchar a un mismo tiempo en varios frentes distintos.

Cojamos el tema de la medicina, en sus múltiples variantes. Sus puntos de vista sobre determinados temas (aborto, derecho a una muerte digna, contraconcepción…) difieren de los de la jerarquía eclesiástica.
La Iglesia no es sólo la jerarquía. Para mí, también lo es el pueblo, que muchas veces resulta más sensato que la jerarquía. Por lo que respecta a la anticoncepción, la gran mayoría del pueblo, también de los católicos, hace mucho tiempo que decidió asumir los avances médicos anticonceptivos y los métodos de la fertilización artificial. Desde los años sesenta, el tema que centra la discusión en la cúpula eclesial es el de la anticoncepción. La condena de la píldora, que desde la Humanae vitae han ratificado los papas que han sucedido a Pablo VI, ha sido un gran error. Diría que un segundo caso Galileo. La mentalidad, la praxis de la gente, no se puede cambiar con un documento doctrinal al que se quiera dotar de una infalibilidad a la que la gente da la espalda. Son muchos los temas en los que la Iglesia ha perdido poder sobre la conciencia de los creyentes, pero en ninguno se ve tan claro como en los temas en los que los avances médicos han revolucionado el modo de vivir.

¿Le gusta la medicina tecnificada que se practica hoy?
No. Es una medicina que tiende a la deshumanización. Las máquinas son un gran avance, pero no bastan. La medicina requiere algo más. El paciente espera, necesita también palabras de consuelo por parte del médico, y el contacto humano entre médico y paciente cada día es más escaso. Comparo en mi libro a los médicos que tratan a sus pacientes con frialdad con los predicadores que sermonean distanciados de los problemas de la gente.

¿Pablo VI fue un papa tan dubitativo como para acabar frenando con su encíclica Humanae vitae los avances del concilio Vaticano II?
Yo, como muchos otros, saludé con alegría el acceso del cardenal Montini al papado. Pensé que continuaría en la línea de Juan XXIII. En mis memorias describo cómo con el paso de los años Pablo VI se fue adaptando cada vez más a las ideas de la curia. En este sentido era ambivalente, pero en comparación con los que han sido sus sucesores se puede decir que Pablo VI participó de una forma muy constructiva en la adaptación de la Iglesia al mundo contemporáneo. Miró hacia delante.

¿En qué sentido?
Fue él quien introdujo en la liturgia la lengua del pueblo. Fue un Papa al que se le pueden atribuir más méritos de los que se le atribuyen, pero en el concilio Vaticano II prohibió discutir sobre las reglas de la concepción y en 1969 publicó la Humanae vitae, encíclica que se convirtió en cierto modo en el destino de su pontificado porque, desgraciadamente, la mayoría de la gente sólo recuerda a Pablo VI como el papa de la píldora. Yo tengo de él, en lo personal, un recuerdo positivo y afectuoso.

Escribe que el Vaticano II acabó entre compromisos, medias tintas, ambigüedades y complot curial. ¿Qué queda?
Queda mucho. Fue el primer concilio que expresó opiniones en cuestiones de fe y de conciencia. Luchó por la comprensión entre las distintas iglesias cristianas. Inició un cambio respecto al trato con los judíos y las demás religiones del mundo, incluida la islámica. También contribuyó de forma fundamental, comparado con lo que tuvo lugar en papados anteriores al Vaticano II, a tener una actitud positiva hacia el nuevo mundo.

Pero, como escribe usted recordando unas palabras del cardenal Suenens, “aunque un Papa sucede a otro, la curia permanece”.
(Ríe.) Toda burocracia constituye un gran poder con el que los gobernantes tienen que tratar. Siempre sucede, una y otra vez, que un primer ministro tiene que acabar cediendo ante el poder de la burocracia. La curia, muy potente, también forma parte de lo que podríamos denominar la ley de toda burocracia: conservar el poder. La gran cuestión es saber si un día saldrá un líder capaz de imponerse a la burocracia. Hasta el momento sabemos que no ha habido un papa que se haya impuesto a la curia. El cardenal  Suenens, primado de Bélgica, resumió esa situación con la larga frase que usted cita. Añadía, además, que no es la autoridad del Papa lo que se pone en cuestión, sino el sistema que le mantiene cautivo y le imposibilita para transformarlo. O sea, la curia. 

¿Cómo es la curia?
Una burocracia especial, sin control democrático, sin ningún tipo de elecciones. En el fondo, la curia es un sistema de corte. En el Vaticano no se da la diferenciación de los tres poderes clásicos sobre los que reflexionó Montesquieu. El propio papa es al mismo tiempo jefe de la Administración vaticana, legislador, ejecutor y juez.

El documento conjunto sobre el papa que necesitamos que usted inspiró constaba de seis puntos. El que me llama la atención es el último: el papa ha de ser verdadero cristiano.
Ya.

Yo creía que todos los papas eran verdaderos cristianos.
Algunos no han sido cristianos verdaderos.

Eso es fuerte.
Son papas que se atienen más al derecho medieval de la Iglesia que al Evangelio. Ninguno de los que pusimos la firma en ese documento quería hacer un juicio moral, pero sí presentar un desafío para que el cardenal elegido papa se orientase más hacia el Evangelio y mucho menos en función del derecho eclesiástico medieval o de la tradición, como por ejemplo en el tema del celibato.

Tras hacer público ese documento, ¿salió el papa que los firmantes deseaban?
No.

¿Cuántos sacerdotes han sufrido y sufren por el tema del celibato?
Muchísimos. ¿Qué hubiese dicho Jesús sobre el tema? Jesús no habría pergeñado nunca una ley de celibato. Si pudiera, más bien la eliminaría. Desde este punto de vista, el desafío de un verdadero cristiano es el de atenerse al mensaje cristiano original.

¿Qué balance hace de los dos últimos papas?
Creo que ahora ya se ve lo que han sido los decenios de papado de Juan Pablo II y se empiezan a ver lo que son los años de Benedicto XVI y lo que ambos papas han aportado. La crisis actual de la Iglesia católica se fundamenta en los más de treinta años de política vaticana en los que siempre se han bloqueado todas las reformas y se han buscado manifestaciones exteriores que reflejasen la imagen de una Iglesia triunfalista.

¿Años de exceso de dogma y déficit de debate?
Sí. A lo largo de todos estos años no se ha debatido sobre la anticoncepción ni tampoco sobre el divorcio. No se ha ayudado a los sacerdotes que se han casado. Más de cien mil. Tampoco se ha abierto un debate sobre el papel de la mujer en la Iglesia ni sobre los problemas de millones de ellas con temas como el aborto, los métodos anticonceptivos, el divorcio… Nadie, desde sectores influyentes de la Iglesia, se ha preocupado por acercarse a la problemática de los que han muerto o enfermado a causa del sida mientras se sigue condenando el uso del preservativo.

Hoy, ¿quiénes son católicos?
Los que se consideran miembros de la Iglesia al tiempo que se plantean preguntas sobre la doctrina, la moral, los dogmas. Por hacer eso, por formularme muchas preguntas en voz alta, es por lo que Ratzinger trató de desacreditarme diciendo que yo no era católico.

Esboza un panorama desolador de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Han sido años en los que se han defendido los dogmas, se ha difundido una moral rigorista, se han hecho manifestaciones grandiosas en todos los continentes. Pero mientras pasaba todo eso, la comunidad tenía y tiene cada día que pasaba y pasa menos sacerdotes, en las iglesias se celebran menos misas, y las estructuras de la Iglesia católica están empezando a colisionar, a caer, y la crisis que ha surgido ahora, discutiendo si uno debe o no debe atenerse a los decretos del Vaticano II, es el resultado de las tres décadas, largas, de política vaticana que siempre he criticado.
 
La infalibilidad del Papa es una de sus obsesiones.
Efectivamente, hace muchos años que vengo cuestionando esa infabilidad. “¿Infalible…?”, titulé uno de mis artículos sobre el tema. La pregunta nunca ha obtenido respuesta. Se prefirió marginar al autor de la pregunta.

¿Consiguieron esa marginación?
No. Lo que ha ocurrido es que, hoy, la gran mayoría de los católicos no creen en un papa infalible, y los últimos errores de Benedicto XVI lo que han hecho es mostrar un papa falible.

En palabras de otro teólogo ilustre, Karl Rahner, reflexionando sobre la infabilidad del papa: “Jesús no habría entendido nada”. ¿Suscribe la frase?
Claro.

Y sobre la ética mundial en nuestro tiempo, ¿Jesús habría entendido algo?
(Riendo.) Tampoco.

¿No le parece indignante que los que pedían menos Estado sean ahora los mismos que piden ayuda al Estado para salir de la crisis en la que nos metieron?
En el primer periodo de la globalización es cierto que hubo cierta desregulación que tenía lógica. El problema está en que se la hizo avanzar en el sentido de un capitalismo manchesteriano, y ese neocapitalismo nos ha llevado a la situación ruinosa en la que nos encontramos. Tiene usted razón cuando afirma que resulta indignante que los mismos que antes dijeron “fuera el Estado” ahora le pidan ayuda para salir de la crisis en la que se metieron y nos metieron. El poder del Estado como ayudante de emergencia. Cuando pase la crisis hemos de tratar de no cometer el error de caer en el otro extremo, porque el Estado no es el mejor empresario. Hay un precedente: no debemos olvidar la experiencia de lo que fue el capitalismo de Estado en el bloque soviético.

¿Cuál es el camino?
El que se sitúe entre un capitalismo liberal y el socialismo de Estado. Lo que tuvo éxito en la Alemania de después de la guerra y en muchos otros países no fue el capitalismo sino la economía de mercado practicada con dos condiciones: la social y la ecológica. Creo que necesitamos un sistema que se mantenga en el centro y con unas determinadas, estrictas, regulaciones del sistema bancario. No son sólo los conductores de automóviles los que necesitan reglas de tráfico. También el mundo de las finanzas debe atenerse a unas reglas.

¿Y cuando el Estado acabe el trabajo de saneamiento debe retirarse?
Sí.

¿El Estado puede tener ética?
Un viejo amigo, Theodor Eschemburg, me dijo un día tras una discusión sobre la ética mundial: “Todo Estado de derecho necesita también un mínimo de ética”.

¿Sólo un mínimo?
Todo Estado tiene que partir siempre de una base ética, un principio del que la gente no tiene mucha conciencia. El proyecto de la ética mundial trata de despertar esa conciencia. También se trata de recordar que si una gran parte de la población no tuviese la voluntad de cumplir las leyes, ningún Estado podría funcionar.

Usted preside la Fundación para una Ética Mundial. ¿Se puede hacer algo para recuperarla?
Sí. Precisamente son los enormes escándalos de los últimos tiempos, sin precedentes en el mundo financiero, político o deportivo, los que han despertado a amplios sectores de la sociedad. Hoy, todos los días se puede leer en los periódicos algo sobre moralidad. Existe conciencia de la necesidad de tener estándares éticos, y para conseguir eso no hace falta una ética complicada ni ningún sistema ético. Basta con aplicar unos cuantos valores básicos y mantener unas actitudes.

¿Qué significa una ética mundial?
Que el hombre surgido del reino animal ha sabido establecer determinadas normas: desde el no matar al no mentir pasando por no robar o hacer mal uso de la sexualidad. Valores elementales que se encuentran prácticamente en todas las grandes religiones o tradiciones filosóficas. Ya en Confucio se encuentra la regla de oro del “no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti”.

Y existiendo esos valores básicos, comunes, ¿qué frena el avance del ecumenismo interreligioso?
Lo frenan muchas cosas. Todas las religiones quieren vivir en paz, pero, en muchas ocasiones, son los gobernantes los que en lugar de unir a los pueblos los separan. Hay mucho que decir al respecto…
(Una larga pausa buscando las palabras justas.) El diálogo entre los cristianos y los musulmanes, o entre los gitanos y los judíos, por ponerle dos ejemplos, ha avanzado, pero la política, la del presidente George Bush júnior, por ponerle otro ejemplo, ha perturbado muchos diálogos. Ha sido una política que en lugar de promover el ecumenismo entre las naciones lo que ha hecho ha sido dañar la comprensión mundial. Espero que con el nuevo presidente entremos en un nuevo espíritu de comprensión mutua. Obama tiene sensibilidad para promover una apertura hacia otras tradiciones.

Sus libros me parecen muy ­interesantes.
Gracias.

Y usted es muy inteligente.
Gracias.

Un defecto: hay páginas de sus memorias en las que destila una soberbia intelectual que resulta molesta.(Gesto de perplejidad.) ¿Soberbio?
 
Sí.
Puede ser que, efectivamente, se pueda hacer esa lectura a partir de unas frases. Pero… (pausa) creo que siempre me he esforzado por sentirme y comportarme como una persona falible. Tengo la cualidad de que si hay algo que he reconocido a partir de muchas horas de estudio es que no estoy dispuesto a inclinarme ante argumentos que no están ni en la Biblia ni en las grandes tradiciones católicas. En esa medida nadie que me conozca me calificaría de arrogante. Lo que sí soy es determinado en mis puntos de vista.

¿Desearía que hubiese más teólogos como usted para no encontrarse tan solo ante el poder?
Sí.

12-IV-09, José Martí Gómez, magazine