´Cambio climático y medio ambiente: ¿Cuál es la mejor Energía?´, Ferran Requejo

La preocupación por la degradación ecológica de las sociedades contemporáneas va intrínsecamente asociada a la producción y consumo de energía. Desde la prehistoria, los humanos han tratado de domeñar diversas fuentes de energía en búsqueda de un mayor bienestar. Así, se fue sacando provecho de los cuatro “elementos” clásicos (fuego, agua, tierra y aire) a través de tecnologías que mostraban la voluntad de mejora en un planeta con duras condiciones de subsistencia. La revolución agrícola, la deforestación para construcción de barcos, la minería, la metalurgia, el uso de tracción animal, etc., empezaron a transformar el entorno. Pero ha sido tras la revolución industrial de los dos últimos siglos cuando los cambios se han hecho radicales. A principios del siglo XXI, resulta simplemente estúpido negar la gravedad de algunos índices de degradación del medio ambiente.

El problema es grave. Pero a veces el debate ecológico adolece de falta de información y de cuantificación, con profusión de posiciones emocionales y de argumentos demagógicos, tanto por parte de los “desarrollistas” como por parte de ciertos “ecologismos”. Cantar las excelencias sin más del desarrollo, o demonizar ideológicamente determinadas fuentes de energía no contribuye a centrar y promover el debate en términos racionales. Dos preguntas generales: ¿qué sistemas de producción de energía resultan más convenientes?; ¿cómo reconducir el consumo de energía hacia términos más “sostenibles” en términos de futuro? Son preguntas frente a las que la Unión Europea –un contexto totalmente deficitario de fuentes de energía– no tiene aún respuestas muy claras.

NINGÚN SISTEMA ESTÁ LIBRE DE PROBLEMAS

La demanda y consumo energético no dejará de crecer como mínimo en la próximas cuatro décadas. Y ningún sistema actual de producción de energía está libre de problemas. Todos ofrecen luces y sombras. En su evaluación no deben tenerse en cuenta solo los rendimientos y los efectos que producen dichos sistemas, sino también los costes económicos, energéticos y medioambientales que suponen las distintas tecnologías y la extracción de los “combustibles” y la construcción de centrales.

Los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) ofrecen mucha energía con poco volumen y siguen siendo abundantes, pero sus residuos en general no se tratan y suponen una contaminación grave (polución y efecto invernadero). También presentan riesgos de transporte (petroleros) y necesitan fuertes cantidades de energía para su extracción. Su concentración en determinados países supone un problema estratégico y geopolítico añadido. Y parece que la era del petróleo barato se ha terminado.

La energía hidroeléctrica es limpia, pero resulta limitada ya que depende de la orografía, además de requerir mucha energía en la construcción de presas. El uso de la energía de las mareas o del oleaje es incierto por los problemas técnicos que supone. La energía termosolar (helióstatos) es también limpia, pero su precio y necesidad de grandes superficies la convierte casi en prohibitiva. Los parques eólicos son una alternativa de energía más barata, aunque menos cara de lo que parece, ya que presenta problemas de gestión (el viento es inconstante y los molinos solo aprovechan determinado espectro de velocidad), y requieren además estar conectados a la red eléctrica, cosa que redunda en un funcionamiento subóptimo de las centrales que encarece la electricidad, etc. La energía fotovoltaica es una clara perspectiva de futuro, pero su nivel de rendimiento actual limita mucho sus posibilidades en la producción energética a gran escala. Los biocombustibles aparecen ya hoy como una fuente que plantea más problemas económicos y contaminantes que los que resuelve. Las nucleares de fisión siguen siendo una opción, a pesar de los emotivos argumentos que a veces se oyen en su contra, generalmente basados en falta de información. Suponen un buen rendimiento energético, su seguridad actual es casi óptima y el uranio está lejos de agotarse. Renunciar por principio a la energía nuclear sería una insensatez. Países desarrollados como Francia, Bélgica, Suecia, Japón, Finlandia, etc. siguen desarrollándola. Pero no puede negarse que subsisten problemas, como los asociados a los residuos radioactivos, cuya gestión con procesos de vitrificación, sin embargo, ha mejorado mucho en las tres últimas décadas en contraste con la nula gestión de los residuos producidos por otros sistemas. También hay que contar con una percepción parcialmente negativa en la ciudadanía, a pesar de las más de 400 centrales que hoy funcionan en el mundo.

LA UE DE CARA AL FUTURO

¿Qué parece ser lo más recomendable que pueden hacer los países de la UE de cara al futuro?

Creo que cuatro cosas fundamentales: 1) apoyar la investigación, especialmente la de aquellas fuentes con mejores potencialidades, como la energía fotovoltaica –ampliar el espectro de longitudes de onda útiles, y mejorar el rendimiento de las placas–; o la fusión nuclear; 2) apostar por diversas fuentes de energía (minimizar riesgos) y disminuir la dependencia (geoestrategia); 3) racionalizar las subvenciones públicas y la seguridad de los contratos a las empresas que deciden invertir en distintos tipos de energías (evitar subvencionar lo que no resulta sostenible aunque se presente como “alternativo”); 4) incentivar las tres “R” en el consumo energético (en orden de importancia decreciente: reducir, reutilizar, reciclar). La energía y la ecología suponen calidad de vida. El reto no es contraponerlas, sino optimizar su articulación.

21-IV-09, Ferran Requejo, safe-democracy

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