´Los métodos Estivill y González´, Salvador Cardús

Mientras el sistema político insiste en dividir la sociedad en derechas e izquierdas; mientras la intelectualidad la analiza a partir de un supuesto debate entre aquellos que siguen anclados en unos valores tradicionales y aquellos que navegan en la posmodernidad líquida; mientras los sociólogos la escudriñan para saber si la laicidad arduamente conseguida acabará sucumbiendo al renacer de las religiones, la verdadera línea de división entre distintas concepciones del mundo actualmente pasa, por lo menos entre las familias, entre los pragmáticos que siguen el método Estivill y los creyentes en el método González.

En los últimos años la comunidad educativa ya se ha abierto al debate de ideas que hace una década eran tabú. Se puede discutir sobre la pedagogía activa, se pueden hacer sátiras sobre las virtudes creativas de la plastilina, se puede poner en tela de juicio la línea Rosa Sensat e incluso, a pesar de los enfrentamientos por el proyecto de nueva ley de educación, se puede hablar bien de ella sin que te lapiden. Todo es discutible en la comunidad educativa.

Todo menos la adhesión a una de las dos grandes líneas entre las que se ha dividido la cultura educativa en las familias. Poner en tela de juicio el sistema del "pecho a demanda" -es decir, amamantar la criatura sin horario fijo y según capricho del bebé- puede derivar en una batalla campal, y adherirse al práctico sistema Estivill para enseñar a una criatura a dormir de manera autónoma y suficiente puede conllevar la sospecha si no de torturador, por lo menos de practicar bullying doméstico. Ahí entramos en el reino de la intolerancia.

El debate entre el método Estivill y el método González, además, se ha extendido a otro campo educativo que suele quedar fuera de la mirada escrutadora de los analistas sociales: el mundo de la sanidad. La educación de los pequeños pasa por las manos de la escuela, sí, pero quizás de manera más eficaz y sutil, por las ideologías educativas transferidas por el sistema médico a través de enfermeras y pediatras, revestidos con la autoridad supuestamente científica que no tienen los maestros. Recientemente me contaban el caso de unas sesiones preparatorias al parto en las que la enfermera responsable del hospital adoctrinaba en la religión González -y contra las tentaciones del infierno Estivill- a los futuros padres, tan llenos de ilusión como cargados de temores. Les contaba cómo para la criatura educarla en pautas sociales ordenadas sería como abandonarla en la selva de la sociedad, representada por la oscura habitación en la que se deja llorar desconsoladamente al bebé, con la gravedad -añadía- de que se formaría un individuo permanentemente desconfiado. El paraíso que relataba la enfermera, al contrario, pasaba por practicar el "pecho a demanda", por coger el bebé al menor lloro, por dejarlo dormir en la cama matrimonial... Todo ello, supuestamente, para conseguir individuos más confiados e independientes. Así, mientras todo el mundo discute los modelos educativos escolares, en muchos de nuestros hospitales públicos (algunos de ellos, autocalificados equívocamente de Hospitals Amics dels Nens, como si los demás no lo fueran) y fuera de la mirada crítica de la sociedad, se adoctrina sin ninguna reserva acerca de métodos discutibles que, probablemente, dan cuenta de algunos de los desmanes que luego deben capear los maestros en las escuelas: el de los hijos consentidos y los padres sobreprotectores.

Algún lector despistado se preguntará de qué va el método Estivill o el método González. Las familias ya saben de sobras de lo que estoy hablando. Quizás deberíamos explicarlo a tantos políticos, intelectuales o sociólogos ocupados en sus propios modelos de análisis. Dicho de manera breve -e inevitablemente exagerada- el método Estivill, por el doctor Eduard Estivill, experto en las enfermedades del sueño y autor de Nen, a dormir/ Duérmete niño, es un sistema de entrenamiento en unas pautas de conducta que permiten "aprender" a dormir fácilmente, consiguiendo un régimen de descanso saludable. Más extensamente, el sistema puede aplicarse al resto de los hábitos, por ejemplo a las comidas, y parte del supuesto de que somos animales sociales, es decir, que vivimos según pautas adquiridas que hay que educar a través de rutinas. Por el contrario, el método González, por el pediatra Carlos González, autor de Omple´m de petons/ Bésame mucho, se presenta como un sistema de educación "natural", un modelo en el cual -según sus propias palabras- "los padres pierden el miedo a malcriar a sus hijos". Para González, establecer pautas sociales es "antinatural" y crea barreras entre padres e hijos, en una muestra clara de rousseaunismo trasnochado.

La división de la sociedad entre seguidores del doctor Estivill y seguidores del doctor González (ya habrán observado mi toma clara de partido por el primero) no es una broma: los respectivos éxitos editoriales lo demuestran, y la confrontación más dura se está dirimiendo en internet. Esta división remite a un debate ideológico profundo entre razón científica y razón emocional que debería ventilarse en público, críticamente, con toda la información disponible. Volveré, en un nuevo artículo, a las claves de esta gran división mucho más relevante para nuestro futuro que el combate entre derechas e izquierdas o la discusión sobre la crisis de valores.

29-IV-09, Salvador Cardús, lavanguardia


 

Con la iglesia hemos topado

Imaginaba que mi último artículo (29 de abril) acerca de las técnicas, métodos, sistemas o creencias - díganles como quieran, que de todo hay-González y Estivill iba a desencadenar un cierto debate. Mucho más que si hubiera escrito acerca de la financiación, el Tribunal Constitucional e incluso de ETA. Precisamente, la tesis que sostenía era que se trataba de una división más profunda que la que separa - dicho sea con cierta ironía-a las derechas de las izquierdas, y quizás tanto como la que hace irreconciliables a los aficionados del Barcelona con los del Real Madrid. Pero nunca podía haber supuesto que llegaría a recibir tantas decenas de mensajes por parte de seguidores de las teorías del pediatra Carlos González, al parecer profundamente ofendidos simplemente por cuestionar algunos de sus principios. Por cierto, algunos de ellos francamente desconsiderados - por decirlo suave-,haciéndome responsable y cómplice de futuros padres torturadores e incluso de posibles muertes de bebés, dicho tal cual. Las reacciones, algunas de ellas recogidas en blogs que he comprobado que sólo admiten comentarios en contra de mi artículo, confirman parte de lo que sostenía: que se trata de una división que va más allá de un mero debate entre estilos educativos distintos y en la que se destilan otras muchas cuestiones de mayor calado. El título que había pensado para mi anterior artículo era "El mundo según Estivill y González", porque el debate, aunque sus autores nunca lo hayan pretendido, remite a eso: a dos concepciones distintas del mundo. A la vista de la respuesta, estoy convencido de haber topado con toda una iglesia que ha reaccionado al estilo de las campañas del catolicismo más recalcitrante.

Aunque muchos de mis detractores me hayan echado en cara que el método González tiene un fundamento científico - porque en su libro "hay muchas notas a pie de página y mucha bibliografía", dicen, y en el otro no-,en realidad, es el propio autor quien en su libro fundador, Bésame mucho,en la página 18, compara la elección de pediatra a la de escoger una confesión religiosa o una ideología. "Porque de creencias se trata, y no de ciencia", añade.

Y sigue: "Aunque (...) intentaré dar argumentos a favor de mis opiniones (sic), hay que reconocer que, en último término, las ideas sobre el cuidado de los hijos, como las ideas políticas y religiosas, dependen de una convicción personal más que de un argumento racional". Nada tengo que decir ante tal demostración de honradez intelectual, sino que como suele ocurrir a menudo, está claro que los seguidores de cualquier corriente suelen ser más papistas que el Papa. Y a Carlos González le ha ocurrido tal cosa, quizás y en primer lugar porque él mismo planteó su libro como la expresión de una confrontación entre dos visiones irreconciliables de lo que es la educación de los niños. Luego, dado el dramatismo afectivo que acompaña tal elección por parte de los padres y madres, queda plantada la semilla de tal discordia.

En el artículo anterior no pretendía, de ningún modo, entrar en el fondo de cada modelo, aunque me pareció conveniente dar unas inevitablemente breves pinceladas sobre cada sistema. Incluso la comparación se debería matizar, dado que el libro de González sí pretende fundar una cosmovisión completa de lo que es la relación entre padres e hijos, mientras que Estivill se limita a ofrecer unos consejos prácticos, sin tanto aparato ni filosófico ni argumental, aunque ciertamente detrás de sus pautas existen tantos estudios y teorías como se quieran aportar. El acento lo puse, pues, en mostrar la división entre los dos mundos y no tanto en describirlos, para lo que necesitaría dos volúmenes con cientos de páginas. En cambio, sí quedó por apuntar - que no desarrollar-algo más sobre las claves de fondo de tal división del mundo.

Por supuesto que existen otras muchas consideraciones posibles, como por cierto las apuntadas recientemente en una excelente tesis de la que fui presidente del tribunal, escrita por el sociólogo Jordi Collet en la UAB. Pero la que deseo destacar ahora es la de la sobredimensión emocional y moralizante que se ha volcado sobre la educación, y no sólo sobre ella, sino también en el conjunto de la vida social. Y eso, por mucho que diga González, no es antiguo, sino de ahora mismo. Es el triunfo del Homo sentiens, tal como lo ha calificado Michel Lacroix, en El culte a l´emoció.Un vuelco emocional que recoge la necesidad de llenar el profundo vacío moral causado en parte por la crisis de la religiosidad tradicional. Vean esta afirmación de Carlos González: "Lo verdaderamente dañino en todas estas técnicas educativas (conductistas) no es el hecho en sí, sino su motivación" (página 141). Ahí está la clave: no sólo de educación se trata, sino del juicio moral sobre los educadores. No es extraño, pues, esa escapada a lo de antes, a lo natural, generalmente acompañada, aunque MESEGUER no sea el caso de González, de una espiritualidad - quizás beatería posmoderna-empapada de orientalismo descontextualizado y banal, tan bien relatada en la actual programación religiosa diaria de Catalunya Ràdio, en hora de buena audiencia, con L´ofici de viure,y en el éxito de ventas de la novela de su presentador, Gaspar Hernàndez, El silenci.¡Quién nos iba a decir que serían los gobiernos de izquierdas quienes nos devolverían la programación religiosa a los medios de comunicación públicos!

13-V-09, Salvador Cardús, lavanguardia