´Una pandemia francamente poco ´kosher´´, Quim Monzó

La nota de la agencia Reuters está datada en Jerusalén y dice: "¿Fiebre porcina? No en el Estado judío. ´La llamaremos fiebre mexicana, no fiebre porcina´, dijo el lunes el ministro de Salud, Yakov Litzman, un judío ortodoxo de vestido negro, que aseguró a los israelíes que las autoridades están a punto para los casos que puedan presentarse. Bajo las leyes de alimentación judías, los cerdos son considerados animales sucios, y está prohibido comerlos, aunque esa carne no-kosher puede conseguirse en algunas tiendas israelíes".

No todo el mundo describe el hecho con la suavidad con la que lo hace Reuters. El diario israelí Haaretz publica un artículo de Benjamin L. Hartman que lleva por título "Convertir en kosher la peste porcina: un síntoma de la enfermedad de la política israelí". Hartman no se toma nada a la ligera ese intento de cambio de nombre. Considera el periodista que se trata de una memez que, una vez más, deja en ridículo a Israel, un país que lucha por sobrevivir rodeado de oscuros fundamentalismos religiosos y que debería dar ejemplo de sensatez. Critica que, con la cantidad de problemas graves a los que se enfrentan, el partido gobernante se dedique "a prohibir la palabra sexo en los medios del país, a censurar a las mujeres en las fotos y a amarrarlas a un estatus de estricta segunda clase". Para él, la guinda de tanto desgobierno es este intento de cambiar -por motivos religiosos- el nombre de la gripe porcina, un intento que pone en evidencia "los peligros de la falta de separación entre la sinagoga y el Estado".

Como es bien sabido -incluso por los niños que comen en nuestras escuelas públicas-, la obsesión contra el cerdo no se limita a los judíos. Los musulmanes también la tienen. En Maçanet de Cabrenys se da un caso curioso. Hay un buen hotel con restaurante llamado Els Caçadors, pero no siempre se llamó así. Hace décadas, hotel y restaurante se llamaban El Senglar, y como prueba de ello están las referencias antiguas y esas dos palabras -El Senglar- pintadas con letras de plantilla, pequeñitas, en los postes del tendido eléctrico que hay tras el establecimiento, junto al río Ardenya. ¿Por qué cambió de nombre? ¿Por qué eliminaron al jabalí inicial y pusieron en su lugar a los cazadores? Según explica la gente del pueblo, porque hace un montón de lustros en la empresa entró capital árabe, y el árabe en cuestión no podía mancharse las manos poniendo dinero en un negocio que llevase el nombre del animal odiado. Si eso pasa aquí, ¿cómo va a permitir el Gobierno ultra de Israel que la ciudadanía se lleve el cerdo a la boca ni que sea para denominar una fiebre? Ahora sólo falta saber cómo reaccionarán los mexicanos ante la noticia, aunque quizá estos días anden demasiado atareados para preocuparse por eso.

30-IV-09, Quim Monzó, lavanguardia