´Sobre el e/Estado de la Nación´, Enric Juliana

La mejor definición de la actual estrategia política de José Luis Rodríguez Zapatero la ofrecía el pasado lunes la corresponsalía de La Vanguardia en París con una espléndida crónica de Lluís Uría sobre la coyuntura política francesa. "Sarkozy sabe que si se mueve en los asuntos fundamentales de su electorado, está muerto", escribía Uría, citando a Charles Jaigu, periodista del diario Le Figaro y autor de un reciente ensayo sobre los dos primeros años de la nueva presidencia francesa (Sarkozy, del Fouquet´s a Gaza).

París sigue fabricando interesantes axiomas. Y el presidente Rodríguez Zapatero se ha convertido en voluntarioso émulo del hiperactivo Sarkozy. Zapatero también sabe que si se mueve de los asuntos fundamentales de su electorado, está muerto. Bajo esta coordenada principal se prepara el debate sobre el estado de la nación que tendrá lugar los próximos días 12 y 13 de mayo en el Congreso de los Diputados, en vísperas de la campaña de las elecciones europeas.

¿Por qué motivo Zapatero ha querido juntar un debate parlamentario de alto voltaje en el que va a tener que oír muchas cosas desagradables con una cita electoral en la que corre el riesgo de sufrir una derrota de alcance?

El sentido común, que no siempre es la mejor herramienta para el análisis político, señala que el presidente del Gobierno pretende utilizar la tribuna del Congreso como potente altavoz de la marca social del PSOE frente al pertinaz neoliberalismo del Partido Popular. El señor Jesús Caldera, ex ministro, actual proveedor ideológico del Partido Socialista y concesionario local de los célebres frames (marcos mentales) de George Lakoff, ya ha dibujado la historieta: Obama en Hispania.Obama disputa su última batalla contra el espectral Bush en suelo español.

Zapatero - sigue dictando el sentido común-ha adelantado el debate de pomposo título (Sobre el estado de la nación)para reforzar el anclaje socialista en los asuntos fundamentales de su electorado: reiterar la negativa al abaratamiento del despido, garantizar las actuales prestaciones sociales, renovar las promesas de protección a los desempleados, acentuar la retórica de las energías renovables, lanzar nuevos guiños al público femenino, y mantener la política de continuos pellizcos a la Iglesia católica, que tanto gusta a la parroquia.

Blindaje y fortaleza para los sindicatos, una mínima tranquilidad para los parados, palabras de bella resonancia para jóvenes y mujeres, y el capón a los obispos que tanto deleita al progresismo ya entrado en años. Y a esperar que amaine. A esperar que nazcan esos "brotes verdes" de los que hablaba hace escasos días la nueva vicepresidenta económica, Elena Salgado, mientras el déficit público amenaza con sobrepasar el 8% del producto interior bruto, y la deuda del Estado salta del muy saludable 40% hacia el 60% (máximo autorizado por el tratado de Maastricht). Hay margen, hay margen, reza el nuevo mantra gubernamental. (Y en su escaño, el diputado valenciano Pedro Solbes se tapa los oídos).

Puntos débiles de Zapatero: ese optimismo exagerado y dulzón, y el riesgo de soledad parlamentaria, riesgo acentuado voluntariamente por la proximidad de las elecciones europeas.

El optimismo es modulable. Obedece fácilmente a una voluntad de estilo. Sobre este punto, Miguel Barroso, el mejor de los asesores del presidente, ya habrá dado los consejos oportunos. Se impone una cierta contención. ("Brotes verdes", dice la señora Salgado, con aires de jardinera helvética). Más peliaguda es la cuestión de la soledad. Aquí es donde Zapatero deberá improvisar. Imaginemos que realizase una cierta apertura al pacto y convocase para las próximas semanas - semanas de campaña electoral-una de esas rondas en el palacio de la Moncloa que tan buenos resultados le han dado en ocasiones anteriores, cuando ha querido enfatizar el talante.Es una conjetura, una mera conjetura (que no escapa al sentido común).

Estadística en mano, Mariano Rajoy lo tiene fácil. Los datos de la recesión y del desempleo son demoledores. La caída de la economía española es de vértigo: más de seis puntos en un año. Afianzado después de unos meses de aciaga crisis interna en el PP, el líder de la oposición deberá encontrar el tono adecuado para no convertir los "brotes verdes" en desesperanzada carbonilla. Para rehuir el estigma del "despido libre". Para no aparecer como un mero anexo de la gran patronal. Para exhibir cintura si, nuevamente, es convocado a los sofás de la Moncloa. Rajoy será emplazado por el presidente a explicar sus verdaderas propuestas. A señalar con claridad cuál es su frame.A escoger entre Obama y Bush. El discurso del sangre, sudor y lágrimas es el que mucha gente en España está esperando oír - gente incluso proclive a la izquierda, gente que añora el estilo de Felipe González-.No es un discurso fácil, sin embargo, para un hombre (Mariano Rajoy Brey) que lo está apostando todo a la moderación del tono y ala calculada ambigüedad en los contenidos, desde la convicción de que el tiempo juega a su favor.

Zapatero sabe que la ruptura con los sindicatos resquebrajaría de manera dramática la base electoral del PSOE, posiblemente con peores consecuencias que el cisma con la UGT de finales de los años ochenta, cisma que la poderosa personalidad de González en parte pudo absorber.

Rajoy también se debe a una base. Una base heterogénea (moderados y extremosos), nerviosa, ciclotímica y melancólica. José María Aznar vende en forma de libro sus recetas contra la crisis. Esperanza Aguirre cuenta con el apoyo entusiasta del presidente de la patronal CEOE. Y la leña al catalán vuelve a venderse en los quioscos de Madrid tras el excitante cambio de guardia en el País Vasco. El axioma parisino también es válido para Rajoy: "Sabe que si se mueve en los asuntos básicos de su electorado, está muerto".

10-V-09, Enric Juliana, lavanguardia