“Desacuerdo y malestar“, Francesc-Marc Įlvaro

Si no pueden aceptar la disidencia, las sociedades que se presumen abiertas tienen un serio problema. Si la censura es la primera respuesta ante la discrepancia, el sistema de libertades pierde mucha credibilidad. El presidente Barack Obama da un discurso en la Universidad de Notre Dame y un sector del público le abuchea de lo lindo por su posición sobre el aborto. Las imágenes de este acontecimiento dan la vuelta al mundo y no pasa nada. El primer líder mundial debe aguantar también este tipo de situaciones, va con el cargo. El conflicto incruento, expresado con palabras y gestos, define el tablero democrático y no hay verdadero pluralismo si este no puede ejercerse sin cortapisas, siempre y cuando se utilicen cauces pacíficos, por supuesto. El mundo anglosajón, seguramente gracias al contradictorio Oliver Cromwell, nos lleva algunos siglos de ventaja en todo esto.

La reciente pitada en el estadio de Mestalla significa algo, se quiera o no. Claro que atribuir un valor de 100 o un valor de 0 a este episodio resultaría tan ingenuo como miope. Los pitos se produjeron y, desconecte o no TVE, constituyen un dato que expresa algunas realidades y que debe medirse en relación con otros fenómenos. ¿Acaso España ha resuelto satisfactoriamente, a gusto de todos, su compleja articulación territorial? Si así fuera, la agenda autonómica no estaría en el centro de todos los debates ni se hablaría intensamente del reparto de poder y de dinero. Por ello, la pitada tiene dos puntos de arranque: un desacuerdo estructural con un marco de referencias que no se siente como propio y un malestar modulable que, en función de la coyuntura, transmite mayor o menor desafección. Que todo ello suceda en un escenario deportivo no debería extrañar mucho, habida cuenta de que los poderes del Estado consideran sagrado este espacio y defienden su control simbólico a capa y espada. Es oportuno recordar aquí que PSOE y PP rechazan frontalmente las selecciones oficiales de Catalunya y País Vasco.

No todos los vascos ni todos los catalanes son nacionalistas, pero Euskadi y Catalunya no se comprenden sin atender al vasquismo y al catalanismo. Tanto PSOE como PP, desde el Gobierno o desde la oposición, han tenido en su mano disminuir ese malestar modulable al que nos hemos referido, pero les ha faltado flexibilidad y les ha sobrado dogmatismo. No han escuchado los consejos de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, divulgador de un españolismo inteligente, demasiado sofisticado al parecer...

Del malestar del día al desacuerdo estructural hay algunos trechos, obviamente. Pero socialistas y populares trabajan encarecidamente para que lo uno desemboque, forzosamente, en lo otro.

19-V-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia