´La metáfora del cavíar´, Pilar Rahola

¿Qué tendrá el buen caviar? Evidentemente, es un manjar exquisito, sobre todo porque la mayoría de los mortales no se lo puede permitir. Y ¿qué hay más deseable que aquello que no está al alcance común? La inmensa mayoría de los que no pueden tirar un sueldo en una cucharita de beluga imaginan el caviar como lo que es: un símbolo de riqueza. Y ello a pesar de que, en la Rusia de la edad media, el caviar era comida de pobres, eficaz sustitutivo proteínico de los bistecs que no podían permitirse. Por la misma regla de tres, las minorías más excelsas también lo consideran un elemento distintivo de clase, precisamente porque saben que son pocos los que pueden pagarlo. Y si algo educa al paladar, más allá del gusto, es la apariencia. Personalmente, nuncame he sentido atraída por la pareja estrella de esta rutilante tontería, las ostras y el caviar, en el primer caso porque comer animales vivos me parece una atrocidad; en el segundo, y perdonen, porque nunca le he visto la gracia. Pero es evidente que no estamos ante un manjar, estamos ante una metáfora. La metáfora de la opulencia, cuya base no es tener mucho dinero, sino mostrar de forma pública y ostentosa que se tiene mucho dinero. Para decirlo de forma coloquial, es el manjar por excelencia de los nuevos ricos.

 Nuevos ricos no son, porque ya llevan tantas décadas en el poder que acumulan años de fortunas ingentes. Pero es evidente que participan de la cultura de la ostentación y el despilfarro, sin otro respeto para el dinero que el de saber tirarlo. “Lo más difícil de ser rico –me decía un sabio empresario de fina culturaymás discreta actitud– no es hacerlo. Es saber tenerlo”. Entre aquellos que usan sus fortunas para mejorar las sociedades donde viven y aquellos que usan a las sociedades que dominan para hacer sus fortunas, dista el abismo entre el dinero productivo y el dinero depredador.Ynocabe duda. Cuando alguien es el presidente de un país africano desde 1967 y toda su familia está en el poder; cuando ha acumulado tantas posesiones de lujo, en diversos países del mundo, que hasta la justicia francesa quiere juzgarlo por “enriquecimiento ilícito y apropiación de fondos públicos”; cuando la población no tiene cobertura sanitaria y los tratamientos médicos son carísimos, desde el tratamiento de un cáncer hasta las visitas al pediatra; cuando la educación superior no es gratuita, y sólo alcanzan a ella las élites más minoritarias; cuando todo ello ocurre en un país de escasa población y recursos importantes, como las minas de hierro, el petróleo y el uranio; cuando su importante patrimonio ecológico está siendo depredado, con grandes matanzas de gorilas, y sin recursos para evitar la caza furtiva; en definitiva, cuando todo ello suma en un país rico donde la gente sufre y una casta familiar domina todos los mecanismos de poder, entonces el caviar no es la metáfora de la ostentación. Es la metáfora de la maldad.

 La magnífica crónica del sábado en La Vanguardia de Joaquín Luna y Javier Ortega Figueiral era un brillante retrato de esa maldad. Omar Bongo, el presidente eterno de Gabón, está en Barcelona, curándose de un cáncer. Un séquito de más de 40 personas, a tanto la suite, entre 780 y 3.200 euros diarios en el Juan Carlos, llegados en un Boeing saudí 777-200 con lujos asiáticos, y asiduos a los grandes restaurantes, donde dejan fortunas estratosféricas, acompañan al presidente. Su hija y jefa de gabinete, Pascaline, casada con el ministrodeExteriores, ha pasado en diversas ocasiones su estampa por el magnífico Vía Véneto, donde no ha pedido caviar. Ha pedido fuentes enormes de caviar, cuyas cucharaditas se convertían en paletadas. Y así, ella, Pascaline, ha transformado la metáfora del caviar: de la simple ostentación al escupitajo de las fortunas ilícitas contra sus propios pueblos. ¿Cuántos centenares de pediatras en Gabón se pagarían con una sola fuente de las preciadas huevas que despilfarran sus dirigentes? Perdonen, pero hay días en que una siente tanto asco que incluso no sabe cómo acabar un artículo.

26-V-09, Pilar Rahola, lavanguardia