´El chorreo del paro´, Manuel Aznar López

Los cuatro capitanes del Real Madrid plantaron a los miembros de la comisión del COI encargada de evaluar la candidatura olímpica de la Villa y Corte. Convocados al estadio Bernabeu con motivo de la visita de dicha comisión, se llamaron andana. Su actitud contrasta, por cierto, con la de los capitanes del Atlético, que, a hora más intempestiva, acudieron puntualmente a la cita con los evaluadores olímpicos.

No es la primera vez que el Real Madrid se comporta de esta guisa. Según cuentan, en agosto del 2003, Florentino Pérez se disculpaba ante la prensa de Hong Kong por la incomparecencia del equipo merengue a un acto programado. Para ello, negaba que la intención del Real Madrid fuera la de ser arrogante, jactándose de que la humildad era un valor muy arraigado en el madridismo o, lo que es lo mismo, proclamando el orgullo de los madridistas de ser humildes. ¡Pues vaya humildad!

Epígono de Pérez, este mismo año 2009 el efímero presidente del Real Madrid Vicente Boluda, con ocasión de la eliminatoria de la Champions entre el equipo blanco y el Liverpool, insistía en el peculiar sentido madridista de la humildad: "Les vamos a chorrear", declaraba Boluda. Y el chorreo que el club inglés propinó al Real Madrid fue de órdago. Luego llegaría el chorreo superlativo de la derrota ante el Barça.

Pues bien, el paralelismo con lo que está acaeciendo en España me parece manifiesto. Durante los años de prosperidad nos hemos dejado arrastrar por la petulancia de los nuevos ricos, creyendo, como Boluda, que podíamos chorrear al mundo entero. Íbamos por aquí y por allá como reyes del mambo, pavoneándonos por doquier de nuestro progreso y mirando a los demás por encima del hombro. Y en esas estábamos, cuando comprobamos, con estupor, que los chorreados somos nosotros.

La manifestación más dolorosa de este chorreo es el paro. Tres, cuatro, quizá cinco millones de parados. ¡Este sí que es un chorreo continuo, lacerante, inmisericorde, una enorme vía de agua que no acertamos a taponar! A lo que se ve, la experiencia del desempleo masivo de los ochenta y del primer lustro de los noventa del pasado siglo ha servido para poco, tanto en lo atinente a las políticas activas, como respecto de las políticas pasivas. Estas, en concreto, pese a la creación de las rentas de inserción, siguen basándose en la protección del desempleo friccional, soslayando la del paro de larga duración. El dramático resultado de esta imprevisión son cientos de miles de parados sin cobertura.

Además, junto a este desajuste protector, se plantea el delicado asunto de la repercusión del desempleo masivo sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones, lo que nos retrotrae también a la década de los ochenta del siglo XX, en la que comenzó a debatirse el problema. Ciertamente, los fortísimos flujos inmigratorios, con el consiguiente incremento del número de afiliados al sistema de la Seguridad Social, han permitido generar superávit y dotar el fondo de reserva, pero el regreso del paro masivo y, como consecuencia predecible, el incremento de la precarización de las formas de empleo yde los márgenes del trabajo sumergido, con la consiguiente disminución de la nómina de cotizantes, plantea de nuevo el desequilibrio de los pilares que sustentan nuestro sistema de reparto. Desde hace tiempo, se sabe que este desequilibrio entre activos y pasivos, entre cotizantes y pensionistas, plantea importantes problemas de sostenibilidad que, a largo plazo, salvo un drástico cambio de las tendencias demográficas y un incremento significativo de la ocupación y de la productividad, ha de llevar indefectiblemente a un sistema mixto de reparto y de capitalización. El asunto no es, en consecuencia, como algunos proclaman, dilucidar si el sistema está o no en quiebra, sino determinar el grado hasta el que será sostenible el nivel contributivo y, por ende, la mayor o menor amplitud del espacio que deberá ocupar el nivel complementario. Por su parte, este debería ser objeto de incentivos fiscales adecuados, lo que exigiría rectificar el camino iniciado hace un par de años respecto de los planes de pensiones e instrumentos análogos, para recuperar la reducción aplicable a las prestaciones percibidas en forma de capital, que por aquel entonces fue suprimida para la parte derivada de las aportaciones que se realizaran a partir del 1 de enero del 2007.

A la vista de ello, sorprende que la advertencia del gobernador del Banco de España sobre la necesidad de llevar a cabo reformas del sistema de pensiones, que garanticen su sostenibilidad a largo plazo, fuera recibida con un torrente de críticas. El secretario de Estado de la Seguridad Social ha puesto los puntos sobre las íes, al recordar que el nivel contributivo no es elástico ad infinítum. Para garantizar su pervivencia, habrá de actuarse sobre la cotización, sobre las prestaciones, o sobre ambas. A ellos, se ha unido el presidente de la Comisión Europea, reclamando la reforma de los sistemas de pensiones.

Volver la espalda al problema no es la solución. Como ha dicho el comisario europeo de Asuntos Económicos, el drama sería no hacer nada. Es preciso realizar el diagnóstico e instaurar el tratamiento. Para ello, sin alarmismos, pero sin demora, es menester reabrir, en el marco del pacto de Toledo, el debate sobre el nivel de protección que podrá garantizarse a largo plazo a través de la solidaridad intergeneracional y, por ende, el que deberán cubrir las fórmulas complementarias. De lo contrario, podríamos acabar siendo también chorreados en el ámbito de la protección social.

30-V-09, Manuel Aznar López, lavanguardia