´Menos Europa´, Xavier Bru de Sala

Imaginen, si a tanto llega su mente, unas elecciones generales españolas a las que sólo concurrieran líderes políticos autonómicos, conocidos en su territorio pero sin la menor incidencia en el resto. Líderes y partidos que, por si fuera poco, sólo pudieran ser votados en su comunidad. ¿Cómo podría funcionar España? Como una asamblea de autonomías con intereses cruzados y poco conciliables. Pues así marcha Europa. O así marchaba. Porque si la endeblez de la arquitectura política estuvo compensada por el comportamiento virtuoso de unos cuantos socios y por unas perspectivas de ir construyendo el edificio común, eso se acabó. Se acabó y no volverá. Los estados miembros se coordinan peor que antes, se dedican mucho más a dar batallas por un trozo mayor del pastel - en vez de hacerlo crecer-y llevan tiempo decididos a cerrar, aunque sea en falso, el proceso de construcción.

Hay políticos que van a Europa, pero no hay un sólo político de nivel o talla europeos. También es cierto que el marco europeo no está en cuestión. Sus dos agregadores principales, la libre circulación - con su corolario de armonizaciones-y el Banco Central gozan de buena salud. Conviene entonces situar las miradas poco halagüeñas en su contexto real (y relativizador). Podríamos estar algo mejor pero también mucho peor. Es un consuelo a la siguiente constatación sobre esta campaña: nunca unas elecciones europeas habían sido tan poco europeas. Entre otras incógnitas, no sabemos, los ciudadanos, hasta qué punto las medidas anticrisis amenazan nuestro modelo social, que sigue siendo, con diferencia, el mejor que ha conocido la humanidad, a pesar del asalto neoliberal. No hay modelo ni estrategia común para disminuir la dependencia energética. Cuestiones de este calibre son ignoradas en la campaña. El Parlamento Europeo seguirá sin aportar esa mirada de conjunto que tanto necesita la hoy por hoy casi inexistente Europa de los ciudadanos.

A pesar de todo, sigue siendo cierto que Europa está mucho mejor por dentro que por fuera. Observen el mapa de Rusia y el Cáucaso. Observen el del Próximo Oriente. Casi lo único que se ha resuelto bien en los últimos tiempos es la crisis de los Balcanes. Pero la influencia europea no alcanza mucho más allá. La política exterior se ve limitada, tanto por la división entre los intereses de sus grandes estados, como por la primacía americana y su nuevo poder de mano menos dura. Por ahora, no podemos saber si lo haríamos mejor, porque sin el hermano mayor ejerciendo buena parte de nuestras responsabilidades, Europa se vería obligada a gastar mucho más en defensa - unificando cuerpos militares-y se enfrentaría a dilemas, incluso humanitarios, que le devolverían una imagen bastante menos complaciente de sí misma. El mundo es un entorno en buena parte ingrato, una fuente incesante de peligros, también para los países avanzados. Por desgracia, la cooperación y la amabilidad no bastan para conjurar amenazas como la proliferación nuclear.

Europa sigue siendo un buen paraguas para los europeos. En Europa se vive, a pesar de la crisis, como en ninguna otra parte del mundo. Europa es una excelente plataforma, para los negocios. Cuenta poco - en todos los sentidos-pero gana mucho. ¿A qué entonces cambiar? En el fondo, la indolencia de los líderes políticos de cada país, cuando no proclamando euroescepticismo, responde a una percepción ciudadana muy generalizada, que sigue entendiendo los viejos estados-nación como su casa y a Europa como un marco de asociación que fortalece esa casa particular y en ningún caso debe sustituirla. Sería por lo tanto ilusorio pretender que el proceso de construcción europea depende de nosotros. Sobre el papel, se trata del tema principal. ¿Cómo no está en los debates? En parte, porque nadie lo espera, y en parte porque la mayoría no participa del pacto que cede la responsabilidades a los estados miembros. ¿A qué van entonces nuestros representantes? Según ellos, a defender intereses. Bien, y mal al mismo tiempo. Bien para los intereses particulares, siempre que algo se consiga por esta vía, mal para los generales, y no porque a veces la suma de particularismos no convenga, sino porque los generales se postergan.

Europa carece de políticos propios, decía al principio. Aún más grave, ha dejado de contar con políticos nacionales capaces de pensar y actuar a escala europea. Algunos intelectuales sostienen la antorcha, en una especie de contracampaña tan bien intencionada y razonable como de escaso eco. Asimismo, somos cada vez menos los ciudadanos convencidos de que lo mejor sería ceder poder de los estados a Bruselas, es decir, centralizar nuevos ámbitos de decisión, establecer traspasos de los estados a la Comisión (no al Consejo) y de los parlamentos al Parlamento. Por desgracia, el convencimiento de unos pocos es inoperante. En la práctica, hay dos o tres Europas. Pronto puede haber veinte o más. A la vista de la situación, lo mínimo sería reforzar el núcleo duro franco-alemán. Pero ni siquiera es seguro que exista. No se desanimen. Ni culpen a los candidatos.

5-V-09, Xavier Bru de Sala, lavanguardia