ŽEl secuestro de EuropaŽ, Antoni Puigverd

Ante el bochornoso espectáculo de unos candidatos zurrándose al más puro estilo de patio de colegio, no son pocos los que se lamentan: "¡No se habla de Europa!". Hablemos de Europa. Pero, por favor, no peroremos sobre su complejo tramado institucional, ni sobre su laberíntico alambique competencial. Acceder a la ciudadanía europea no debería implicar la posesión de arduos conocimientos de politología. La creación del euro culminó el diseño de Europa que idearon Adenauer, Schuman, De Gasperi, Monnet y compañía: los padres fundadores. Para que las matanzas industriales y los incalculables daños de las dos guerras no volvieran a repetirse, aquellos políticos propusieron unir los estómagos de los europeos. Creían que la unidad de mercado favorecería la unidad espiritual. Pero cuando, con la llegada del siglo, los estómagos de Europa estaba ya unidos y el espíritu europeo arraigaba en los europeos de a pie, la unidad política empezó a sufrir accidentes y frenazos, hasta quedar como ahora está: bloqueada. Véase el fracaso del lijado tratado de Lisboa.

Si los pasos hacia la unidad espiritual y política no se dan, no es sólo por culpa de las minorías euroescépticas, sean de Irlanda o Polonia. Sino porque tal unidad, que tan beneficiosa sería para la mayoría de los europeos, también perjudicaría a algunos. Todo progreso tiene costes. La unidad política europea perjudicaría a una minoría muy influyente: a las élites políticas, administrativas y mediáticas de cada país. En España, como en el resto de los países europeos, estas élites han subido en apariencia al tren europeísta. Pero defienden con uñas y dientes su vieja cocina, sus viejas instituciones, sus mecanismos de poder. No quieren renunciar a controlar los pucheros. Consiguientemente, la cocina europea es preciosa, moderna y espaciosa, pero está infrautilizada.

Lo sabemos todos: la unidad política, militar y estratégica de Europa nos situaría como una potencia en el mundo (el punto más caliente del globo está a dos pasos, en Próximo Oriente, y puede quemarnos; pero es Obama quien actúa). Permitiría defendernos de la crisis económica con mucha más energía y claridad. Permitiría desarrollar un modelo respetuoso de unidad en la diversidad. Y podría convertirse para el mundo en un modelo de progreso basado en la subsidiariedad. Pero las élites nacionales no están dispuestas a perder el control de los pucheros y de sus derivaciones económicas. Y a defenderlas se aplican, organizando, con la inestimable ayuda de los medios, unas peleas de gladiadores lamentables, que despistan a la ciudadanía y confunden sus horizontes. Los grandes problemas que nos asaltan en este crítico momento mundial, se solucionarán con más Europa; o no se solucionarán. ¿Cómo romper, sin instrumentos políticos de corte transnacional, el muro de las élites nacionales que bloquean el avance europeo? Esta es la verdadera cuestión.

5-VI-09, Antoni Puigverd, lavanguardia