´Para qué sirve un eurodiputado´, Beatriz Navarro

Cementerio de elefantes, destino de ingrato destierro o de jubilación dorada... Sí, el Parlamento Europeo es todas estas cosas, pero puede ser muchas más, en general todavía por explotar por los eurodiputados españoles a pesar del interés que tiene tanto para el país al que representan como para sus partidos. Veamos para qué puede servir un eurodiputado.

Puede dedicarse, por ejemplo, a promover declaraciones sobre asuntos nacionales como el apoyo al diálogo con ETA o una condena al franquismo. Su utilidad es, como poco, dudosa y el riesgo de dar un espectáculo bochornoso, alto. En especial si la delegación española exporta a Europa sus guerras nacionales.

Ocurrió la pasada legislatura: en el primer caso, la declaración se aprobó por los pelos, con el apoyo del PSOE y el voto en contra del PP, que arrastró consigo a su familia europea. La condena a la dictadura derrapó y se quedó en una declaración leída por Josep Borrell. ¡Pero menudo ambientazo!: el PP arremetió contra el intento de "impulsar una segunda transición" y un diputado polaco se arrancó con una sentida exaltación del franquismo.

Este año, el PP propició un ridículo similar al introducir en un informe sobre multilingüismo sus críticas al modelo de inmersión lingüística catalán, jugada anulada in extremis por el PSOE. Pero sería injusto decir que PP y PSOE sólo han cultivado el enfrentamiento. Votaron juntos contra el último informe de condena al urbanismo salvaje en España. Pero al final perdieron los dos, porque la Eurocámara aprobó el texto.

Hay alternativas. Los escaños de los eurodiputados pueden emplearse, como tan bien hacen otros países, para enmendar las propuestas que llegan de la Comisión Europea en función de sus intereses nacionales. Lo hacen, por ejemplo, los alemanes con cada norma que pueda afectar a su industria química o automovilística, los británicos con el sector financiero y por supuesto la delegación gala, que hizo descarrilar la directiva de servicios, muy polémica en Francia.

La composición de las listas al Parlamento Europeo puede servir para buscar ocupación a antiguos ministros cuando un partido pasa a la oposición o dar acomodo a alguien caído en desgracia. No es necesario citar nombres, las listas son públicas. España no tiene la exclusiva en este sentido, pero no es la única forma de ver la oportunidad que supone ser europarlamentario.

Otros países optan por enviar a Estrasburgo a figuras ascendentes para foguearse lejos de la capital. Algunos vuelven por la puerta grande, como el joven finlandés Alexander Stubb, actual ministro de Exteriores, o la sueca Cecilia Mallström, ministra de Asuntos Europeos. Los países del Este también están aprovechando los cargos europeos, en especial los de comisario, para formar a una nueva generación política que goza de gran prestigio a su vuelta. De Bruselas ha salido, por ejemplo, la nueva presidenta de Lituania, Dalia Grybauskaite.

Pero hoy, 7-J, toca mirar hacia adelante. Ante tantas oportunidades perdidas, con excepciones debidas no tanto a las estrellas de las listas como a los números intermedios, la lectura sólo puede ser positiva para los 50 candidatos que hoy logren un escaño: ¡tanto terreno por explorar! Podrían, por ejemplo, ser ponentes de alguno de los expedientes - cruciales para España-que se decidirán en la próxima legislatura, y no sólo dedicarse al comité de peticiones, por más fotos que les procure. O hacerse con la presidencia de alguna comisión interesante, como la de transportes... Eso sí sería una aventura europea.

7-VI-09, Beatriz Navarro, lavanguardia