´La BBC y nosotros´, Miguel Ángel Aguilar

En el imaginario del periodismo español, los medios de propiedad pública han descrito una trayectoria que les ha ganado la consideración de servicio doméstico del Gobierno de turno, tanto a escala de todo el país como a la de las autonomías o los ayuntamientos. Esa situación sólo se ha quebrado cuando Zapatero convocó al grupo de sabios, y creó por ley la Corporación de RTVE según las directivas de la UE. El contagio de esta decisión sobre las televisiones autonómicas y municipales ha sido cero y seguimos sin una definición básica: la del perímetro que define el servicio público, único que es susceptible de ser financiado con recursos presupuestarios.

Hasta ahora las normas promulgadas se han limitado a fijar cómo ha de prestarse ese servicio público. Las consideraciones que deben guardarse respecto a la igualdad de géneros, los minusválidos, la infancia, ... Pero tanto la ley de la radiotelevisión estatal como el Mandato Marco para los nueve primeros años aprobado por el Congreso se han limitado a remitir la definición pendiente al contrato programa trianual que lleva dos ejercicios de retraso. Entre tanto se lanzan modificaciones sobre la TDT de pago, la supresión de la publicidad en TVE y las fusiones de cadenas, que confirman ese proceder tan español donde se alternan periodos de parálisis con otros de epilepsia. El debate sobre "El nuevo panorama audiovisual" organizado por la Asociación de Periodistas Europeos permitió contrastar el desconcierto general.

De ahí el interés por observar otros comportamientos como el de la BBC, referencia del periodismo de primera calidad y de transparencia que ha hecho públicos los salarios de sus más altos ejecutivos, incluidos los gastos cargados a la Corporación en taxis, aviones, flores o restaurantes. Mientras aquí, en la agencia Efe, se ocultan esas retribuciones, como si sólo las empresas cotizadas en bolsa estuvieran obligadas a la decencia. Así la expresión salarios de vergüenza, en lugar de referirse a las retribuciones ínfimas, se entiende dirigida a los altos ejecutivos, para quienes sus compensaciones económicas eran prueba irrefutable de su valía profesional. Ahora, cunde la vergüenza, y los salarios millonarios se prefieren en secreto.

30-VI-09, Miguel Ángel Aguilar, lavanguardia