(Honduras y) “Golpismo“, Xavier Batalla

El golpe de Estado ha sido una práctica muy latinoamericana, pero no exclusivamente latinoamericana. El golpe fue un método corriente en Europa en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. En realidad, en el mundo moderno, el golpe de Estado ha sido un método de cambiar los gobiernos tan común como las elecciones democráticas y mucho más frecuente que el éxito de los levantamientos revolucionarios.

Los latinoamericanos lo han intentado casi todo para dar con la fórmula que distribuya la riqueza en la región más desigual del mundo. Los mexicanos fueron los primeros en hacer la revolución en el siglo XX y los sandinistas los últimos, y entre unos y otros pasaron Getulio Vargas en Brasil y Salvador Allende en Chile. Pero la mayoría de estos intentos acabó como el rosario de la aurora, mientras aún no se sabe cómo terminará el castrismo. La revolución logró cambiar el gobierno a veces, pero en pocos casos modificó el régimen: por lo general (nunca mejor dicho), la vía latinoamericana más transitada para cambiar el gobierno y mantener el orden de las cosas ha sido el golpe de Estado militar.

El caso de los golpes latinoamericanos nos es familiar porque nos recuerda nuestra historia. El escenario más reciente es conocido: Chile vivió bajo la bota militar de 1973 a 1989; Paraguay, de 1954 a 1989; Argentina, de 1976 a 1983; Uruguay, de 1973 a 1984; Brasil, de 1964 a 1985, y Perú, de 1968 a 1980. El golpe de Estado latinoamericano viene de lejos. Bolivia, por ejemplo, padeció 189 pronunciamientos en sus primeros 168 años de independencia.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la historia del golpismo latinoamericano parecía haberse acabado. La democratización diseñada para hacer imposible otra Cuba tropezó en los años sesenta con la guerrilla. Y después, en los setenta, topó con los ejércitos. Pero en los ochenta la democracia surgió en los lugares más insospechados. Y la liberalización económica de los noventa sugirió que la historia latinoamericana habría llegado a su fin. Craso error.

Francis Fukuyama, en El fin de la historia y el último hombre,explica por qué Latinoamérica es distinta. "Fue práctica común en América Latina emplear el poder del Estado para favorecer a las clases altas, que en esto imitaban a las ociosas y terratenientes clases altas europeas más que a las emprendedoras clases medias que habían aparecido en Inglaterra y Francia después de la conquista española en América", dice Fukuyama. Y el analista añadió que el liberalismo económico iba a barrer el feudalismo heredado. ¿Conclusión? El golpe ya no sería necesario. Pero el golpe, como la energía, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, bien porque los militares aprenden, bien a través de enmiendas a la Constitución para perpetuarse en el poder. Sin meternos en más Honduras, la torpeza de la clase alta hondureña, de las más depredadoras en la región más desigual del mundo, es condenada con razón internacionalmente. Ha provocado la expulsión de Honduras de la Organización de Estados Americanos, ya que se niegan a restituir a Manuel Zelaya en la presidencia, y ha transformado en héroe a un terrateniente que, de golpe, se transfiguró en líder populista.

6-VII-09, Xavier Batalla, lavanguardia