´Tolerancia cero´, Ramon Suñé

Hace una docena de años, cuando la inmigración procedente de otros continentes era poco más que un fenómeno testimonial en España, este país se autoproclamaba campeón de la tolerancia y se vanagloriaba de que las actitudes xenófobas no tuvieran cabida en una sociedad tan moderna, abierta y democrática como esta, capaz de dar lecciones de buenos modos y civilidad a todos sus vecinos. El tiempo y la experiencia continuada de compartir espacio vital con gentes venidas de otras latitudes, con hábitos, culturas, lenguas y tonalidades de piel muy distintas a las nuestros han puesto las cosas en su sitio.

Cierto es que, a diferencia de lo sucedido en otros lugares de Europa, en España no ha cuajado todavía ninguna formación política que tenga como banderín de enganche la aversión al de fuera, pero eso no significa que el virus de la intolerancia no se esté propagando. Para demostrarlo, ahí están los datos que esta semana ofrecía la Oficina per la No Discriminació (OND) de Barcelona. Este organismo, que se define como garante de los derechos de los ciudadanos, ha atendido cerca de 6.000 reclamaciones desde que comenzó su andadura hace diez años. El 40 por ciento de los casos abordados por la OND durante ese tiempo están motivados por un trato discriminatorio hacia personas foráneas.

Los campos de fútbol españoles son uno de los principales escaparates de esa estulticia xenófoba. Los insultos al jugador negro de la formación rival o incluso del propio equipo son habituales. Y no son cosa de una exigua minoría de ultras, como suele decirse para excusar la gravedad de los hechos.

El pasado fin de semana, en un torneo de fútbol alevín celebrado en La Coruña y retransmitido por Cuatro y Canal +, se produjo uno de los espectáculos más vergonzosos que recuerdo. El equipo del FC Barcelona integra en sus filas a un par de niños, prodigiosos deportistas de 12 años, que desataron las iras de un grupo numeroso de padres de jugadores de otros clubs que se negaban a aceptar la superioridad atlética - y de talento-de los azulgrana.

La estrechez mental de estas personas les impedía asumir la evidencia de que los niños africanos suelen desarrollarse físicamente antes que los europeos, como trataba de explicar ante las cámaras, con un temple digno de elogio, un responsable del fútbol base del Barça. Ese déficit de humanidad y de luces no sólo les llevó a cuestionar - como sería hasta cierto punto razonable-la validez de la partida de nacimiento de esos niños. También les animó a vomitar desde la grada todo tipo de insultos, incluidos los racistas, contra unos niños sin otra culpa que la de haber pegado el estirón antes que sus hijos. Todo un ejemplo de esos ejemplares de padres educadores que, por desgracia, abundan más de lo que queremos admitir.

12-VII-09, Rammon Suñé, lavanguardia