ŽAmnesiaŽ, Clara Sanchis Mira

Imagino que yo era un hombre con las ideas claras. Un hombre de convicciones firmes con un argumento brillante con el que empujar en cualquier conversación, una opinión para cada cosa en la punta de la lengua. Imagino que sabía lo que era justo o injusto, no sólo para mí, también para los demás. Un hombre, en definitiva, que iba por la vida sin dudar. Hasta que me di un golpe en la cabeza con el armario de la cocina.

Me dolió, estuve un rato mareado y los muebles giraron a mi alrededor, pero después de una ducha me sentí dispuesto a salir a la calle. Corría el 13 de julio, el pacto de financiación acaparaba las portadas de los periódicos y fue ahí, plantado delante del quiosco, donde me di cuenta de que algo andaba mal. No recordaba cuál era el diario que me disponía a comprar, el que yo leo, el de siempre. Y no me quedó más remedio que coger uno a voleo, con incomodidad. Entonces leí la noticia del pacto, y tampoco pude recordar lo que, seguramente meses atrás, ya había decidido opinar al respecto, por encima de los insignificantes matices que me ofreciera la realidad. Inseguro, rebusqué entre mis convicciones alguna a la que agarrarme, hasta que descubrí, con la boca seca y una tirita en la sien, que mi catálogo de opiniones infalibles también se había borrado por completo de mi mente. La pregunta de la semana pululaba sin rumbo entre mis neuronas. ¿Estoy de acuerdo con el pacto de financiación?, me decía. Desolado, no sabía que contestar.

Devoré el periódico con la esperanza de aclarar semejante nebulosa. Escudriñé cada página, y las de dos diarios más, y así supe que de mi cabeza se había esfumado otro dato fundamental. No recordaba, por más que me esforzase, cuál era el partido político con el que me identifico, cuál era ese al que yo suelo votar.

Huérfano de argumentario político, repasé la información y las declaraciones de los gobiernos de todas las comunidades autónomas. Concluí que el laberinto se podía simplificar en dos corrientes de opinión dolorosamente obvias: los gobiernos y los partidos afines al Gobierno central califican el pacto de justo, necesario e incluso histórico, mientras que los gobiernos y los partidos que no son afines al Gobierno central lo consideran injusto, insolidario y discriminatorio. Qué pensar ante semejante montaña rusa de pasión, me dije. ¿No se invalidan entre todos con tanto contraste? ¿No huele todo que apesta a interés electoral puro y duro de unos y otros, sin excepción?

Solo ante el vacío de mi propio pensamiento, como el ciudadano desnudo que soy, observé detenidamente un buen mapa, traté de tomar en consideración, como había leído, el bilingüismo, la dispersión y la densidad, el envejecimiento de la población y la productividad; coloqué las cifras encima de la mesa, me hice un lío tremendo con la calculadora, los tantos por ciento, el número de habitantes y los 11.000 millones. Y no fui capaz de llegar a ninguna conclusión. ¿Estoy de acuerdo con el pacto?, me repetía, y no sabía qué contestar. Necesitaría ampliar mis escasos conocimientos sobre economía, sociología, demografía, historia y alguna otra cosa más que no sé ni como se llama para elaborar una opinión. Francamente, me dije, esto requiere tiempo de estudio. El tema carecerá de actualidad cuando yo llegue a alguna conclusión fundamentada.

En este punto, sólo me quedaba agarrarme al agravio comparativo para opinar como Dios manda. Echar mano otra vez de la calculadora y ver, a vista de pájaro, si me parece que mi comunidad recibirá menos dinero que otras. Pero el golpe en la cabeza me había dejado también huérfano de patria, y aunque sabía la ciudad en la que me encontraba, no recordaba dónde había nacido, dónde estaba mi corazón y mi bolsillo, que viene a ser lo mismo. Y sin saber eso, la verdad, es imposible opinar con justicia.

17-VII-09, Clara Sanchis Mira, lavanguardia