īBurlarse de las normasī, Norbert Bilbeny

El semáforo estaba en verde, pero los coches no avanzaban. El autobús tuvo que detenerse. La calle se había reducido a un solo carril, porque un conductor había estacionado en doble fila para ir a comprar el pan. No pude menos que pegarle un bocinazo. El resto de los vehículos, incluido el autobús, se adaptaban con resignación a esta infracción de tráfico y falta de civismo. A aquel tipo sólo le importaba su pan, no el pitote de tráfico que estaba armando. Un poco más adelante, al doblar la esquina, más de lo mismo: una señora cargaba la compra en su coche estacionado en doble fila. Nuevo lío, y nadie sin protestar. Le espeté: "¡Por favor!". E hizo como si no me viese.

Las normas hay que cumplirlas. En democracia, con razón de más. Infringirlas, burlarse de ellas, y hasta presumir de que nos importan un bledo, eso es mofarse de todos los demás. Y lo peor no es el hecho de transgredir la norma, sino la reacción que adoptamos cuando lo hacemos. En España somos demasiado concesivos cuando se falta a la norma y nos damos excusas o le quitamos importancia. El que aparca en doble fila, se salta el semáforo, se cuela en el metro o roba en el supermercado obstruye mis derechos e impone su real gana sobre el derecho de todos los demás. Lo propio y obligado es denunciarlos, no tolerar su desfachatez, ni mirar hacia otro lado. Con la crisis, y en la perspectiva de la integración social y de inmigrantes, las leyes y las normas son más útiles y vitales que nunca.

¿Cuándo protestamos si alguien se salta las normas o infringe la ley? Cuando es uno al que le tenemos rabia, o envidia, o nos parece que ya es hora de que se merezca un escarmiento, porque es un personaje conocido o un poderoso. Entonces nos volvemos más justicieros que nunca. Hasta el linchamiento moral. Si de nosotros dependiera, ese tipo estaría toda la vida en prisión a pan y agua. Hay sobrados ejemplos de ajusticiados por la opinión pública y la opinión publicada. Yo me encuentro en las antípodas del político Francisco Camps, y de tantos otros personajes, pero me entra vergüenza ajena al ver cómo se les suele tratar al margen de su sometimiento a los tribunales.

Muchos de los que protestan habrían hecho lo mismo que esos acusados. ¿O no hay ahora en España fraude fiscal, despidos innecesarios bajo pretexto de la crisis o contratos abusivos entre empresas, aprovechándose de la penuria económica? ¡Y nos escandalizamos por las más pequeñas faltas de los poderosos! Aunque haya que pagar por ellas, no se justifica el linchamiento moral. Desde luego, nos falta mucho por madurar.

16-VII-09, Norbert Bilbeny, lavanguardia