ŽElogio de la sombraŽ, Pilar Rahola

Por supuesto, me acuso de formar parte del redil, y cual el resto de las ovejas, me acuso de emular a las chuletas a la parrilla, y perder mi tiempo bajo el sol. Aunque esta práctica la restrinjo al mínimo - he desarrollado una auténtica alergia a la tostadora-,es cierto que la he practicado en otros tiempos como todo el mundo, sin otro motivo que hacer lo que tocaba en verano: ir a la playa y tomar el sol. Sin embargo, ¿por qué? Puedo entender el deleite de los niños con el agua, la pala y los castillos de arena. Puedo entender que los padres de los susodichos niños estén obligados a aguantar la soleada y el resto de la parafernalia, pero más allá de la práctica infantil, ¿es una práctica madura? Es decir, ¿vamos a la playa a tostarnos al sol, llenarnos de arena, bañarnos entre alegrías orgánicas y rodearnos de michelines ajenos porque es lo que queremos? ¿O, sencillamente, nunca nos hemos planteado si tenía sentido lo que hacíamos? ¿Somos voluntades con vocación de parrilla? ¿O somos inercias andantes? Lo pregunto porque cuando contemplo el espectáculo de las playas abarrotadas de gentes, aguantando un calor de narices bajo el sol, pienso que no estamos ante un ocio pensado y escogido, sino ante una de las muchas modas que un día llegaron a nuestras vidas, nadie sabe cómo, y modificaron nuestros hábitos. ¿Los modificaron con sentido? Más bien al tuntún, dándonos una cómoda e insulsa solución al elaborado trabajo de llenar inteligentemente nuestro tiempo libre.

Con ello no digo, evidentemente, que bañarse en la playa no sea una actividad magnífica. Las gentes de los pueblos marineros aprenden a nadar casi al tiempo que aprenden a hablar, y todos son auténticos peces en el agua.

Pero difícilmente veremos a un hombre de mar bañándose a las dos de la tarde de un 15 de agosto, fundamentalmente porque le ampara el profundo sentido común de su sabiduría innata. El bañarse forma parte del vivir. Pero el tostarse al sol durante horas, sin otra actividad que intentar que el pie del vecino no aterrice en la oreja, no sé muy bien de qué forma parte. Tonto, sin duda, lo es.

Por supuesto este artículo no tiene ninguna intención. Que cada cual haga lo que le dé la gana, y si esa gana aterriza en una playa cualquiera, la devora durante horas, pasa un calor de narices, se quema como una gamba, se pelea por su rincón de toalla, y eso significa divertirse, ¿quién soy para discutir nada?

Pero contemplado de manera escénica, tiene algo de surrealista. Porque lo natural sería lo inverso: huir del sol en pleno verano, zambullirse cuando no castiga y gozar del ocio en plena sombra.

Hacemos lo contrario. ¿Es lógico? Quizás importa poco. Al fin y al cabo, lo dijo con razón Schopenhauer: "El hombre es el único animal que se maravilla de su existencia".

25-VII-09, Pilar Rahola, lavanguardia