´Viejo problema en la frontera china´, Konstanty Gebert

Si el golpe de agosto de 1991 contra Gorbachev no hubiera fallado, los
desórdenesymuertes que hemos visto en Xinjiang habrían ocurrido
en Rusia. En lugar de escuchar sobre la represión en Urumqi, capital de Xinjiang,
estaríamos leyendo sobre cientos de personas muertas en las calles de Almaty, y
los columnistas estarían haciendo comparaciones con el sangriento aplastamiento
de los manifestantes por la independencia de Ucrania en Lvov el año anterior.

Como con China hoy, habría habido algunas débiles condenas internacionales, y
cierta especulación acerca de los posibles vínculos entre los militantes kazajos y los
grupos en el exilio con fundamentalistas islámicos. Los expertos nos recordarían
que Kazajstán nunca había sido un país y que las aspiraciones
ucranianas a la independencia tenían poca base
histórica. Si reemplazamos Xinjiang por Kazajstán
y el Tíbet por Ucrania, nos podemos hacer una idea de la situación.

Afortunadamente, ese golpe terminó en farsa.
El decadente régimen soviético fue incapaz de
aplastar el creciente movimiento democrático ruso;
para eso fue necesario un Vladimir Putin
una década más tarde. Al optar por la masacre de
Tiananmen en 1989, los gobernantes del Partido
Comunista chino hicieron que su país emprendiese
un camino marcadamente diferente al que siguió Rusia.

Aunque las políticas de China han producido un crecimiento económico, también
se ha asegurado de que no haya libertad para nadie, incluida la mayoría han. A
su vez, esto ha significado que, aunque Kazajstán y Ucrania son independientes, Tíbet
y Xinjiang alternan fases de agitada violencia y sangrienta represión.

Si bien hoy Rusia está bajo un gobierno autocrático, parece muy poco probable la
introducción de una dictadura al estilo chino, mientras la renta per cápita fue de
15.800 dólares el año pasado, o casi tres veces el de China. Sin embargo, la mayoría
de la población china parece apoyar las políticas de su gobierno, incluida la
brutal supresiónde las minorías y la negación de libertades democráticas.

En 1863, el pensador democrático y exiliado ruso Alexander Herzen, comentando
al brutal aplastamiento del levantamiento polaco por el ejército zarista, escribió
en su publicación Kolokol que la aceptación de la violencia en las calles de Varsovia
significaba la aceptación de la violencia en las de San Petersburgo. Sus comentarios
le valieron el desprecio de sus lectores rusos, y Kolokol tuvo que cerrar.

Cuando Herzen escribió estas palabras, Rusia no sólo estaba ocupada en reprimir
exitosamente a los polacos, reafirmando su papel allí por otro medio siglo, sino
también, junto con China, haciéndose con parte de Asia central, conocida entonces
como Turkestán. La parte oriental de la región cayó bajo dominio chino, y sunombre
pasó a ser Xingjian, o Nueva Frontera.

Cada vez que se debilitaba el poder chino, como en los años 30 y 40, se crearon
efímeras repúblicas en el Turkestán Oriental, con apoyo ruso, sólo para desaparecer
cuando Rusia y China alcanzaban un acuerdo. Se cree que los gobernantes
de la República del Turkestán Oriental fueron asesinados por Stalin cuando el
avión que los llevaba a una reunión en Pekín cayó en espacio aéreo soviético.

Desde entonces, Turkestán Oriental ha existido sólo en el papel, como miembro
de la Organización de Naciones y Pueblos No Representados (UNPO), un hipotético
competidor de la ONU creado en 1991. En Xinjiang mismo, la actual agitación tiene
un carácter más social que nacionalista. Pero es casi seguro que el reciente baño
de sangre cambie eso, ya que es inevitable que la violencia genere radicalización.

En el corto a mediano plazo, el dominio chino en Xinjiang y Tíbet parece seguro:
la comunidad internacional no desafiará a un estado miembro del Consejo de Seguridad.
Sólo sus propios ciudadanos podrían hacerlo, pero el concepto de Herzen parece
prevenir eso: al igual que los tibetanos, los uigures no generan solidaridad
entre los han, sino un clamor para que se los reprima con ferocidad,
algo en cierto modo comprensible, puesto que los han comunes y
corrientes que viven en Lhasa y Urumqi han tenido que pagar en carne
propia los errores y fechorías de China. Sin embargo, en el largo plazo
las autoridades chinas tienen buenas razones para preocuparse: Xinjiang
llegará a convertírseles en un problema similar al Tíbet.

De hecho, aunque la UNPO, a la que ambas naciones pertenecen –junto
con Asiria y la Nación Dene del Buffalo River– tiene un vago aire a los
Hermanos Marx (uno esperaría que Freedonia, el mítico país del cual Groucho Marx era primer ministro, esté en la lista), seis estados miembros han pasado a
ser parte de la ONU, y Kosovo, que hoy es independiente pese a la falta de reconocimiento
de la ONU, acabará por serlo.

En consecuencia, es seguro suponer que las autoridades de Pekín están atareadas
estudiando la historia del levantamiento en la ciudad de Gulja y las guerrillas
de Osman Batur. Vale la pena reflexionar sobre lo que terminó ocurriendo con
los polacos, que tan exitosamente fueran reprimidos en 1863.

1-VIII-09, Konstanty Gebert, lavanguardia