´Estados Unidos es progresista y Europa conservacionista´, Fernando Vallespín

Usted dice que la acción de los medios sobre la política impide el discurso. ¿Cómo podemos explicarnos un fenómeno como el de Obama?

Su éxito es exactamente el de su eslogan "Yes, we can"; que la gente crea que se pueden hacer cosas, que hay política. Nos hemos acostumbrado a que la política observa lo que ocurre, introduce mecanismos correctores y poco más. Este señor devuelve la credibilidad a la política, la coloca en su lugar y le señala a la gente que aún se puede creer en un mundo mejor, en el que se instalen los valores de la democracia, la libertad, la igualdad, la cohesión social y la cooperación social, sobre todo cooperación.

¿Cree que podría darse en la escéptica Europa un fenómeno así?

Barack Obama surge en Estados Unidos ante la necesidad de recuperar la autoestima de un país tan narcisista como es Estados Unidos. Un país así no se podía permitir asumir la imagen deplorable que transmitió la administración Bush. Hablamos de una sociedad con un dinamismo máximo, capaz de reinventarse una y otra vez.

¿Y nosotros?

Los europeos somos infinitamente más escépticos, entre otras razones porque pensamos que es bastante con conservar lo que tenemos. Éste es uno de los problemas de la izquierda europea.

¿Lo conseguido es el problema?

No, el problema es que ha luchado más por conservar lo conseguido que por transformarlo.

Conservadora, entonces.

Conservacionista, más bien. En cambio los norteamericanos no tienen problema alguno en reinventarse. Un republicano como Bush no tuvo problema en intervenir masivamente la banca.

Estados Unidos es progresista y Europa conservacionista, quién lo diría.

Aquí hay dos elementos diferenciales: de un lado, hablamos de la capacidad de acaparar el activismo político (sindicalista, ecologista, feminista…) y dar un paso adelante, en una América en la que los movilizados eran los otros, los grupos de derecha. Y luego, como le decía, Europa funciona según la máxima de "virgencita, virgencita, que me quede como estoy", mientras que Estados Unidos busca el cambio como parte de su forma de ser. Y en este sentido, los estadounidenses se afanan en enmendar los fallos, en modificar los presupuestos ideológicos de su política exterior, integrarse en una nueva sociedad mundial más cosmopolita. Son progresistas en la medida en que ser progresista es creer en el futuro. En Europa, en cambio, el futuro se ha colapsado sobre el presente.

¿En qué sentido?

En el sentido en que el futuro ha dejado de ser algo que alcanzar y ha pasado a ser algo que temer, algo que da pánico: el futuro de las pensiones, el futuro de los sistemas de prestación social, el futuro del clima, el futuro laboral de los hijos… La sociedad europea vive temerosa, y éste es un caldo de cultivo fantástico para el neopopulismo, además de que ha acabado por erosionar el proyecto de la Unión Europea. No es casualidad que Francia y Holanda rechazaran el tratado de la Unión inmediatamente después de la ampliación al Este.

2-VIII-09, Fernando Vallespín, entre el 2004 y el 2008 dirigió el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), lavanguardia

entrevista entera:

Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, Fernando Vallespín, que entre 2004 y 2008 dirigió el Centro de Investigaciones Sociológicas, abre la nómina de los analistas sociales con los que La Vanguardia trata de pulsar los humores de la sociedad española ante la crisis, como ya hiciéramos hace algo más de un año. Por entonces —primavera de 2008— hablamos con algunos de los más prestigiosos sociólogos y politólogos del país sobre el cambio de rasante que se avecinaba, cambio de rasante que, con la crisis financiera del otoño se convirtió en un vertiginoso descenso de montaña rusa. Ahora, repetimos el experimento con alguna nueva incorporación para ver qué ha cambiado en 16 meses. En esta entrevista, que abre una nueva serie de Radiografía de España, Vallespín reclama una visión más alejada y global de la situación económica mundial, de los conflictos latentes, los patentes y los venideros.

-Ha dicho usted hace poco que la generación joven actual padece de atributos de irresponsabilidad, que ve el pasado con pesadumbre y el presente con ligereza ¿No es esto una constante?
-En qué sentido.

-Que todas las generaciones de la Historia han pensado de las sucesivas que eran más irresponsables, menos comprometidas.
-No, no lo creo. Es cierto que hay una fase de la adolescencia en la que todo individuo trata de romper con algo, con los vínculos del pasado, con la tradición. Pero a lo que me refiero es a lo que se inauguró en Estados Unidos con la generación del baby-boom. Esa fue la primera generación de norteamericanos que creció con acceso a bienes materiales y al consumo. Entonces, se produce una individualización en la que el sujeto pasa a ser el actor principal, y esa es una novedad en la historia de la humanidad.

-¿Y en España?
-Ha ocurrido tras la Transición. Ahora, hay una generación que son hijos de la abundancia, y esto es absolutamente distinto de la filosofía de sus padres, criados según el paradigma de la escasez. Y este cambio de paradigma les lleva a romper con ese pasado con el que no tienen relación, rechazando sus valores y sus tradiciones, por eso yo suelo referirme a una generación "postradicional".

-Son los que tienen menos de cuarenta años, con una vida laboral desarrollada íntegramente en época de crecimiento económico. No conocen la escasez y tampoco la crisis.
-No conocen la crisis, pero conocen la precariedad. Los que estábamos en la universidad durante la Transición no conocimos esa precariedad, el mercado nos esperaba con los brazos abiertos. La actual es la generación mejor preparada de la historia de España, cuantitativa y cualitativamente, y se ven en la obligación de competir entre sí por puestos de una cualificación por debajo de su formación.

-Pero mantienen niveles de consumo altos porque no se emancipan del hogar paterno salvo para compartir piso con amigos o cuando establecen una pareja, es decir, cuando hay más de un sueldo para la casa.
-Hemos pasado del franquismo, con salarios bajos pero puesto estable, a un modelo en que se posee una mayor capacidad de consumo a cambio de una posición más precaria. Para que a nosotros nos echaran del trabajo tenía que quebrar la empresa y los más capaces aspiraban a convertirse en altos funcionarios, que era un ideal durante el franquismo. Hoy, la gente buena en lo suyo sacrifica precariedad a cambio de capacidad de consumo.

-¿Puede considerarse la precariedad, absolutamente instalada desde hace dos décadas, según el análisis liberal como una compensación ante un mercado laboral poco flexible?
-Aquí procedería añadir un dato propio de España: Que los cambios de trabajo sean más frecuentes no ha conseguido implantar ninguna movilidad laboral. En lo geográfico. La gente no se arriesga y se muestra muy conservadora ante la posibilidad de cambiar de ciudad.

-¿A qué lo atribuye?
-Cambiar de comunidad autónoma supone perder en parte el elemento de protección familiar. Pero además, en buena medida, en España todo el mundo compra un piso en cuanto tiene ocasión, en un porcentaje muy diferente al de los países de nuestro entorno. Estar pagando un piso impide ser ágil ante una eventual oferta de trabajo, mientras que el alquiler te ofrece esa agilidad. La vivienda crea una inercia de estabilidad física, un arraigo al suelo. Y luego está el factor de la lengua.

-Explíquese.
-Los mejores trabajos están en Catalunya y el País Vasco, pero a mucha gente le da pereza por la diferencia lingüística. En ambas direcciones, es decir, tanto para los que entran como para los que salen. Favorecer la existencia de escuelas que enseñasen las lenguas de otras comunidades autónomas mejoraría la movilidad laboral, aunque también le digo que este factor es anecdótico al lado de los dos principales: el arraigo familiar y la compra de piso.

-Otra de las cuestiones llamativas de la crisis española es que no ha habido hasta el momento conflictos entre trabajadores inmigrantes y españoles por los puestos de baja cualificación, pese a la caída del empleo en esos sectores.
-Está relacionado con un hecho diferencial de la política española: no hay partidos de extrema derecha y por lo tanto no hay incentivos políticos para excitar el problema. El PP amagó durante la campaña de 2008, pero finalmente no entró en el asunto porque le podía alienar al electorado de centro, que representa a un sector de la clase media que se beneficia mucho de la inmigración.

-¿A qué se refiere?
-Contratar inmigrantes resuelve los problemas de cuidado de los mayores y permite la incorporación de la mujer al mercado laboral. La clase media es el sector más beneficiado por la inmigración. Quien de verdad compite con los inmigrantes por el acceso a la escuela pública o a los servicios sociales son las clases trabajadoras, en el sentido tradicional.

-Pero ese conflicto no se ha producido.
-Políticamente no hay un ambiente propicio para un mensaje de persecución retórica del inmigrante. También porque, comparado con otros países, en España el fenómeno de la inmigración es muy reciente.

-¿Cree que cuando se acaban las prestaciones por desempleo, que actúan de paliativo, tendremos problemas?
-No sé cuándo estallará el conflicto, quizá dentro de cinco o seis años, cuando se produzca un cambio de actitud ante la inmigración. En todo caso, debe tener en cuenta que en España tenemos un alto porcentaje de inmigrantes procedentes de América Latina; dicho de forma políticamente incorrecta, que no son musulmanes, y por tanto no se cierran en guetos culturales, y esto aligera los costes de lo que podríamos llamar el multiculturalismo duro, algo muy distinto de lo que ocurre en Holanda, por mencionar un país tradicionalmente muy tolerante y que hoy tiene un problema con la inmigración. En todo caso, creo que cuando comience a haber una competencia real por empleos escasos, el conflicto será inevitable.

-¿La existencia de ultraderecha causa el conflicto o es un producto de ellos?
-Es cierto que no tenemos ultraderecha porque no hay conflictos, pero tampoco creo que surjan partidos de extrema derecha en España aunque el conflicto se haga patente. Porque se trata de partidos de discurso único. Si acaso me preocupa la existencia de movimientos antiinmigración de carácter grupuscular en el ámbito local, no en el estatal ni en el autonómico.

-En todo caso, esta crisis está revelando que hay sectores sociales que resultan ser los paganos y otros que directamente se benefician, porque conservan sus empleos mientras los precios caen.
-Hay un elemento de sorpresa en la crisis. De alguna manera, los que no hemos perdido el trabajo no nos la creemos del todo. Estamos tan acostumbrados a ir a mejor desde los años 70, de esta historia de éxito, que hoy una de las sorpresas de esta crisis es su falta de credibilidad.

-¿Falta de credibilidad?
-Entiéndame, la gente sabe que hay crisis porque todo el mundo lo dice a todas horas, pero la percepción subjetiva no ha tomado conciencia de la gravedad de la situación. De algún modo aún falta que esa conciencia de la crisis se manifieste, de forma que hay una percepción ambivalente de la crisis, que en parte es por lo que hablábamos al principio, la falta de la experiencia que otras generaciones tienen de las crisis. Hemos vivido en condiciones excepcionales y la gente se resiste a creer que eso se ha acabado, y es necesario que lo crea.

-La economía como estado de ánimo capaz de autocumplir sus profecías.
-Pero se está percibiendo, no obstante, un incremento de la conflictividad, cuya peculiaridad es que gira en torno a cuestiones redistributivas. De algún modo, vuelve el esquema clásico de la tensión entre el capital y el trabajo, pero también entre sectores, debido a las medidas paliativas del Gobierno.

-¿Las medidas paliativas generan conflictividad?
-Entre sectores. Porque la pregunta que se hacen los trabajadores de un sector determinado es: ¿Por qué el sector del automóvil recibe ayudas y el del turismo u otros no? La cuestión central pasará a ser quién obtiene qué, cómo y cuándo. Y, en este sentido, el conflicto redistributivo, en su dimensión territorial, sustituye al identitario.

-Pero el conflicto identitario, el simbólico por así decir, ¿no es en el fondo un señuelo o una coartada para la verdadera disputa, la de la redistribución?
-No, sería un error considerar que las posiciones del nacionalismo catalán y el vasco son fruto de una revuelta fiscal, como ocurrió en la Padania, en Italia, donde el nacionalismo surge porque se trata de una región de la que depende la riqueza del país y que se rebela contra el modo en que Roma gestiona sus aportaciones. Pero, en todo caso, ahora el componente redistributivo del conflicto será más descarado.

-¿Con qué intensidad?
-Se trata de un tipo de conflicto que es propio de las sociedades desarrolladas desde la misma revolución industrial, y que en los últimos años quizá han estado en un segundo plano. En este sentido, esta crisis nos traerá conflictos que creíamos olvidados, con sectores enteros en la calle, manifestaciones, huelgas…

-El discurso político, en todo caso, se ha suavizado en los últimos doce meses. Debates maximalistas como el de ETA o el territorial han bajado de intensidad o directamente han desaparecido.
-El problema de la violencia en el País Vasco, en buena medida, está en vías de solución y se está dando una progresiva desdramatización; también por agotamiento.

-Incluso en Catalunya han desaparecido las salidas de tono de ERC que antes saltaban al debate nacional. Apenas se habla ya de las maquinaciones del socialismo con el terrorismo internacional para echar al PP, ni se oye a nadie llamar al ejército a velar por la integridad territorial del país…
-Bueno, el pacto de Catalunya ha aproximado al PSC a posiciones nacionalistas, pero a la vez, poco a poco, ha civilizado el discurso independentista de ERC. Esto ha dejado un poco fuera de juego a CiU, que no sabe hasta donde estirarse, porque acercarse a las posiciones de ERC es muy arriesgado, porque puede hacer que el PSC tome posiciones en el centro. Pero, fíjese, mientras en el País Vasco la evolución del sentimiento nacionalista está congelada, en Catalunya sí que se registra un incremento del sentimiento nacionalista, aunque se da una paradoja.

-Dígame.
-En Catalunya, el sentimiento nacionalista es claramente hegemónico entre las élites, pero no así entre la población general. El porcentaje de gente que se siente tan catalana como española es del cuarenta por ciento. Y esto se ve siempre en las elecciones.

-Usted es muy crítico con la dinámica perversa entre los medios y la política, y ha llegado a preguntarse cuánto discurso —discurso, no titulares— permite la política cotidiana, sometida a los medios.
-La mediocracia tiene un efecto nefasto para la política. Los medios de comunicación están sujetos a un código de necesidades de novedad, lo que obliga a la política a moverse permanentemente para colocar un titular; si no lo hace, lo hará el adversario político. Esto genera lo que podríamos llamar la "crisis de 24 horas", la reacción ante noticias inmediatas, e impide hacer política con más perspectiva, que es lo que se necesita, una política con más perspectiva, menos sujeta al vaivén de la agenda de los medios de comunicación. Y a esto se añade otro problema grave.

-¿Otro más?
-Verá, los medios de comunicación no pueden evitar ser quiénes filtran los mensajes, destacan, no aquello que ocurre, sino aquello que definen como de "interés mediático".

-Bueno, eso es lo lógico.
-Sí, pero eso provoca casos como el de las últimas elecciones europeas. Si usted iba a un mitin, escucharía cómo la mayoría del tiempo se hablaba de Europa, y se dedicaba un tiempo bastante escaso a mensajes de política doméstica, pero luego en los medios de comunicación únicamente se recogían esos mensajes en clave de política nacional.

-Le entiendo, y luego desde los propios medios se reprochaba a los políticos que no hablaran de Europa.
-Exacto, primero obviaban cualquier cosa dicha en los mítines que no fuera una querella doméstica y luego, a veces incluso los mismos periodistas, criticaban a los políticos por no tener un discurso sobre Europa. Dese cuenta de qué conexión tan perversa. Esto no es bueno para los medios de comunicación ni es bueno para la política y genera una gran tensión política.

-Entonces ¿cómo podemos explicarnos un fenómeno como el de Obama, al que todo mundo reconoce la capacidad de aportar un discurso trascendente y que se desenvuelve en un país donde la política está tan subordinada a los medios como el que más?
-Su éxito es exactamente el de su eslogan "Yes, we can"; que la gente crea que se pueden hacer cosas, que hay política. Nos hemos acostumbrado a que la política observa lo que ocurre, introduce mecanismos correctores y poco más. Este señor devuelve la credibilidad a la política, la coloca en su lugar y le señala a la gente que aún se puede creer en un mundo mejor, en el que se instalen los valores de la democracia, la libertad, la igualdad, la cohesión social y la cooperación social, sobre todo la cooperación.

-¿Cree que podría darse en la escéptica Europa un fenómeno así?
-Barack Obama surge en Estados Unidos ante la necesidad de recuperar la autoestima de un país tan narcisista como es Estados Unidos. Un país así no se podía permitir asumir la imagen deplorable que transmitió la administración Bush. Hablamos de una sociedad con un dinamismo máximo, empeñada en cumplir el lema the sky"s the limit, el cielo es el límite, capaz de reinventarse una y otra vez.

-¿Y nosotros?
-Los europeos somos infinitamente más escépticos, entre otras razones porque pensamos que ya tenemos bastante con conservar lo que tenemos y con conciencia de que tenemos que competir internacionalmente sin perder lo conseguido. Y éste es uno de los problemas principales de la izquierda europea.

-¿Lo conseguido es el problema?
-No, el problema es que ha luchado más por conservar lo conseguido que por transformarlo.

-Conservadora, entonces.
-Conservacionista, más bien. En cambio los norteamericanos no tienen problema alguno en reinventarse una y otra vez. Por ejemplo, un republicano como Bush no tuvo problema en intervenir masivamente en la banca y no pasó nada.

-Algunos compañeros suyos de profesión señalan que España sigue definiéndose como un país de centro-izquierda, pero que el electorado de izquierdas tiende más a la desafección.
-El problema es la volatilidad del voto. Antes, todos votaban como un solo hombre a su opción política. Con la progresiva individualización, el voto socialdemócrata ha dejado de ser identitario. Antes, representaba a una clase social, las clases obreras y las clases medias de origen obrero, pero eso se ha desvanecido. Y aquí está una de las claves más importantes del futuro de la socialdemocracia. Y, si lo comparamos con lo que consiguió Obama, se ve la incapacidad de la izquierda política europea para canalizar el nuevo activismo político, por eso los socialdemócratas son partidos que están en dificultades.

-¿Y Obama?
-Barack Obama ha logrado la coalición de los que querían otra cosa y así el voto demócrata ha movilizado una multicolor coalición de intereses, de los ecologistas, de los discriminados por la raza, de las feministas… la coalition of the willing, la coalición de los dispuestos a cambiar las cosas. A progresar.

-Estados Unidos es progresista y Europa conservacionista, quién lo diría.
-Aquí hay dos elementos diferenciales: de un lado, hablamos de la capacidad de acaparar el activismo político (sindicalista, ecologista, feminista…) y dar un paso adelante, en una América en la que los movilizados eran los otros, los grupos de derecha. Y luego, como le decía, Europa funciona según la máxima de "virgencita, virgencita, que me quede como estoy", mientras que Estados Unidos busca el cambio como parte de su forma de ser. Y en este sentido, los estadounidenses se afanan en enmendar los fallos, en modificar los presupuestos ideológicos de su política exterior, integrarse en una nueva sociedad mundial más cosmopolita. Son progresistas en la medida en que ser progresista es creer en el futuro. En Europa, en cambio, el futuro ha colapsado sobre el presente.

-¿En qué sentido?
-En el sentido en que el futuro ha dejado de ser algo que alcanzar y ha pasado a ser algo que temer, algo que da pánico: el futuro de las pensiones, el futuro de los sistemas de prestaciones sociales, el futuro del clima, el futuro laboral de los hijos… La sociedad europea vive temerosa, y éste es un caldo de cultivo fantástico para el neopopulismo, además de que ha acabado por erosionar el proyecto de la Unión Europea. No es casualidad que Francia y Holanda rechazaran el Tratado de la Unión en referéndum inmediatamente después de la ampliación al Este.

-¿Es usted pesimista respecto al futuro?
-La perspectiva es sombría, porque acabaremos saliendo de la crisis sobre los mismos presupuestos del sistema anterior. Nadie plantea en serio una revisión del sistema que nos ha traído hasta aquí. El valor de los activos financieros siguen siendo cuatro veces el PIB mundial, nadie está actuando en serio contra los paraísos fiscales ni se están creando agencias para la gobernanza global con poder real. De hecho, en esta situación están volviendo a recuperar su papel central los estados, con nuevos protagonistas, como los "estados emergentes".

-¿Por eso decía usted hace poco que vuelve la geografía?
-En vez de crearse unidades supranacionales en paralelo al proceso de globalización, volvemos a la geopolítica. No tiene más que ver esas reuniones del G-20 o el G-8. Su nombre alude a un esquema en el que el actor principal es el estado. Y esos procesos no nos pueden dar mucha confianza, porque en esos foros todos conservan la capacidad de veto. Lo hemos visto con los acuerdos contra el cambio climático y el veto de China al protocolo de Kyoto. Soy pesimista porque si no se superan los presupuestos del sistema anterior, las medidas que se adopten son pan para hoy y hambre para mañana, una condena a crisis recurrentes.

-Sin embargo, parece que se perciben, en el ámbito mundial, síntomas de que la crisis puede remitir.
-Estamos saliendo gracias a Estados Unidos y a China. Norteamérica, por su valentía a la hora de adoptar medidas de rescate, y China por su capacidad para sostener el dólar, porque si el dólar cae, habrá muchos más problemas. Nadie sabe lo que pasa porque hay un montón de análisis parcelados, estudios magníficos, pero nadie con capacidad para ver todos los datos. Y así nadie puede dar un diagnóstico fiable, lo que es muy grave. El sistema capitalista descansa, además, sobre la confianza, y eso a su vez mediatiza el mensaje. Porque para generar "brotes verdes" hay que anunciar que los brotes verdes existen, es decir, generar confianza. Esto evita caer en análisis pesimistas, pero también distorsiona el diagnóstico de la realidad.

-Y volvemos al miedo.
-Por eso vuelve el Estado. Vuelve el Estado porque vuelven las fronteras, por la inmigración y el terrorismo. Y además, en esta crisis, vuelve el Estado porque es el único que puede proveer las medidas paliativas eficaces. Se nos ha derrumbado el mito de que el mercado tiende al equilibrio.

-Sin embargo, los agregados sociales en buena medida ya no son territoriales, merced a la revolución de las comunicaciones.
-La forma de integración ya no está encapsulada, hay dos mundos, el geográfico y el virtual. Se crean comunidades paralelas a las que uno pertenece de forma simultánea, no excluyente. Pero cuando sales de casa, estás en tu ciudad. Incluso en cuanto a la identidad y pertenencia según gustos o edad, la más marcada es la generacional, y aún así, dentro de cada generación hay una multiplicidad de formas de vida.

-Pero todas muy conectadas, en sentido literal y figurado.
-Se da ahora una situación de comunicación permanente en la que el contacto es constante, pero entre los muy jóvenes se esta viendo que muchos viven más para lo virtual que para lo real. En muchos sentidos se está sobreponiendo la comunicación virtual a la experiencia de la vida real: la gente prefiere sincerarse en el chat que en persona, y esto está creando nuevas pautas de sociabilidad que son completamente distintas de las que conoció mi generación, y no sé si es bueno o es malo, pero tengo la impresión de que muchas personas llevan varias vidas a la vez y, al tiempo, no llevan ninguna. Cuando algo es de tan fácil acceso es lógico que se banalice, y eso es lo que ocurre con la comunicación: la vida es secundaria, lo primero es comunicarse.

-Nos ha tragado la complejidad, de ahí la falta de diagnósticos globales.
-No tanto la complejidad como la compartimentación.

-¿Cómo?
-Nos formamos en un mundo en el que te explicaron que sólo eres competitivo si te especializas. Los generalistas no son competitivos y eso impide que haya alguien que tenga una mirada general. De hecho, la especialización era el presupuesto de las ciencias sociales, un proceso de acumulación de conocimientos parciales. Pero hoy ya nadie suma las piezas, nadie contempla el puzzle como un todo; sólo tenemos expertos en cada una de las piezas que lo integran. De esta forma, la esfera de la política ha acabado por no saber cuál es su realidad, porque ya no la define quien debiera, los que la contemplan desde fuera, sino los políticos. Un ejemplo es lo que ha ocurrido con la energía.

-Explíquese.
-En todo el debate actual sobre la energía nuclear nos han bombardeado con argumentos, pero ¿quién tiene una visión del mapa completo de lo que hay en juego en el debate energético? Así que todo se reduce a un debate en el que los objetivos, más que políticos, son casi metafísicos. Y esto produce en la ciudadanía enormes dificultades para definir técnicamente el mundo que la rodea. Ocurre por ejemplo con el genoma humano, con la delincuencia juvenil… Se define la realidad en función de intereses, no a partir de una adecuada ponderación de los datos. No hay un discurso general sobre la realidad que sea capaz de enhebrarlos en un discurso.

-¿Alguna vez lo ha habido?
-Eso era lo que ofrecían antes los intelectuales, la visión general de la realidad. Hoy una descripción del mundo como la que aportó Marx, global, es imposible. Y, de hecho, los politólogos tenemos que ceñirnos cada vez más al estudio de una especialidad, porque si pretendes ofrecer una explicación global de la realidad te acusan de caer en el ensayismo. Hemos renunciado a los intelectuales por los expertos.