īLos trajes de Dupont y Dupondī, Antoni Puigverd

El culebrón periodístico y judicial de los trajes de Francisco Camps está siendo evaluado, como es habitual, desde tres puntos distintos de observación. El de sus adversarios políticos e ideológicos: que siguen disparando contra el presidente valenciano, indiferentes a la resolución judicial.

El del PP y sus partidarios: que aplauden a los amables jueces y ovacionan a un líder que no pagó sus trajes. Y el de los que, por necesidad, prudencia o sentido de la realidad, han preferido mirar hacia otro lado. El caso de los trajes que no ha pagado el importante personaje que los luce contiene algunos de los ingredientes más típicos de la política y el periodismo españoles.

En primer lugar, el maniqueísmo argumental de una izquierda que –impermeable al bochornoso recuerdo de Roldán y compañía– da por supuesto que el bien es progresista y el mal inevitablemente de derechas (en especial de la derecha valenciana, presentada como exponente de todos los excesos).

A este elemental maniqueísmo, han opuesto los del PP un victimismo de doncella mancillada, impropio del desacomplejado manejo del poder con que este partido gobernó en la etapa de Aznar. Baste recordar que el proceso de privatización de los monopolios estatales impulsado por Aznar, Rato y Montoro recuerda muy mucho al que se vivió en la Rusia postsoviética.

Si los amigos de Yeltsin y Putin pasaron de oscuros funcionarios a omnipotentes propietarios del petróleo y demás riquezas de la extinta URSS, no son pocos los amigos del PP que presiden o poseen influencia determinante en grupos bancarios y empresas de concesión de servicios en los que el Estado tuvo en su momento la voz cantante.

No deja de ser extraño que unas ínfimas migajas (los trajes) hayan producido infinitamente más papel de prensa crítica que aquellas fastuosas privatizaciones, lo que invita a recordar que el primer turno de privatizaciones se hizo ya en la etapa de los Boyer, Solchaga y Solbes.

El sistema de promoción de una nueva nomenclatura económica fue, en tiempos de González, menos visible y completo, pero tan poco ejemplar como el de Aznar. Este sistema común de creación o reforzamiento de trusts económicos españoles no puede separarse del crecimiento de los grandes grupos de comunicación, cosa que explica un segundo componente del culebrón de los trajes: el anecdotismo.

Con frecuencia, PSOE, PP y los medios periodísticos que los apoyan no se enfrentan por los grandes temas, pues pondrían en riesgo el tablero de juego común. Se enfrentan por anécdotas irrisorias, que dan a la política española una apariencia de pelea entre Hernández y Fernández (versión castellana de los entrañables Dupont y Dupond), aquellos gemelos policías, amigos de Tintín, que andaban constantemente a la greña para acabar haciendo lo mismo.

5-VIII-09, Antoni Puigverd, lavanguardia