´Xinjiang´, Valentín Popescu

El estallido de violencia registrado en la región autónoma china de Xinjiang tiene, como todos los fenómenos sociales, muchas causas de las cuales destacan dos por encima de todo. Una es la protesta uigur por la discriminación política y económica que sufre en su propia tierra. La otra es la dureza extrema con que responde el Gobierno chino a cualquier atentado a su monopolio del poder político.

En este contexto llama poderosamente la atención que a lo largo de toda la oleada de violencia apenas se han esgrimido reclamaciones nacionalistas o religiosas. Los uigures son una etnia turca, musulmana suní desde el siglo XIII, muy religiosa y consciente de su pertenencia a la comunidad de pueblos turcos. Pero sus algaradas actuales se parecen más a los disturbios de Los Ángelesde mediados del siglo pasado que a los incidentes registrados últimamente en Tíbet.

Y es que la discriminación sistemática de los uigures por Pekín desde el triunfo de la revolución comunista en la China del siglo pasado se fue tolerando en Xinjiang a trancas y barrancas durante los años de bonanza económica. Pero la irrupción de la crisis financiera repercutió con mayor dureza en las capas pobres de la región y elevó el disgusto racial al punto de ebullición en el que cualquier incidente actúa de detonante.

La discriminación de los uigures en Xinjiang - palabra que en chino mandarín significa vieja frontera devuelta a China- es una herencia de la política de minorías practicada por Yosif Stalin en la URSS en los comienzos del comunismo. Este desmantelaba preventivamente tensiones nacionalistas en los territorios de etnias no rusas con una política de trasplantes masivos de población.

En Xinjiang, tierra escasamente poblada y muy rica en recursos naturales, a los chinos les bastó con fomentar el asentamiento masivo de ciudadanos han - la etnia mayoritaria en China- en el noroeste de la región autónoma, donde se hallan los grandes recursos petrolíferos y de gas natural; el 30% del consumo energético chino procede de Xinjiang. La consecuencia de tal política de población fue que hoy en día las mayores y más prosperas ciudades de la región son chinas (los han pasaron allá del 6% en 1949 al 60% en el 2000). Y en ellas - y en otras muchas-la población uigur, que actualmente representa el 45% del censo total, vive en barrios degradados cuando no en auténticas villas miseria.

Pero si la masa uigur ha soportado más o menos pacíficamente las discriminaciones - como, por ejemplo, que la base de pruebas nucleares se ubicase en Xinjiang-, muchos líderes políticos huidos principalmente a Alemania, EE. UU. y Turquía combaten al Gobierno chino desde el extranjero. Esto ha despertado en Pekín una sistemática desconfianza de los uigures, desconfianza que va desde su postergación en los cargos públicos hasta la negativa rutinaria de pasaportes y visados para salir de China.

7-VIII-09, Valentín Popescu, lavanguardia