´Educación, Patria Potestad y/o civismo´, Josep Lluís Miquel Albert

Tarde de verano. Avenida Gaudí. Unos niños juegan a un, dos, tres, pica paret.Uno de ellos, de unos diez años, corre hacia atrás y atropella a un señor de unos sesenta años que, tras recibir el golpe, recrimina su actitud. El niño lo mira desafiante. Yo, que he contemplado la escena a pocos pasos, acompañado de mis dos hijas pequeñas, miro al niño y le pido que, al menos, se disculpe ante el señor. El niño me mira desafiante. Insisto, ingenuo, en mi propósito ("al menos pídele perdón, ¿no?"). El niño ríe y sigue jugando.

Insisto, levantando la voz. El niño se gira, primero algo asustado y luego dirige su mirada hacia una de las mesas que hay situadas a mi espalda. Sonríe y temo lo peor. En efecto, un torrente de voz viene a explotar a mis espaldas: "¿Quién eres tú para gritarle ami hijo?", grita la voz cuyo dueño, el padre de la criatura, ha salido de su marasmo. Me amenaza. El delincuente he pasado a ser yo. Intento hacerle entender que lo que ha hecho el niño no está bien.

Evidentemente, no tengo ningún éxito. El hombre, cada vez más alterado, tiene la mano derecha cada vez más levantada y la vena del cuello más hinchada. El niño sonríe triunfante a mis espaldas.

Por supuesto, seguí mi camino. Cuando Berta, mi hija de seis años, me preguntó qué había pasado y por qué el padre no había reñido al niño por no disculparse no supe qué decirle. Mi mujer me hizo ver lo arriesgado e inútil de mi gesto, más cuando iba con mis dos hijas, una de tan sólo un año y medio.

Quizás me pasé levantando la voz a un niño que no era mi hijo. Quizás me metí donde no me llamaban. Tengo que aprender a mirar hacia otro lado cuando pasan estas cosas.

La próxima vez que vea algo así, haré como hicieron los demás paseantes y contemplantes:callar y mirar hacia otro lado.

7-VIII-09, Josep Lluís Miquel Albert, cartasdeloslectores/lavanguardia