´Farmacéutico para todo´, Francesc-Marc Álvaro

Salgo a probar las chancletas nuevas con doble agarre para las curvas cuando topo con él. Está inquieto, abrumado y superado por la que le viene encima. Mi amigo, el farmacéutico de la esquina, a partir de septiembre, deberá convertirse en psicólogo, confesor y médico. Es la nueva tendencia que se impone. Según el protocolo de actuación pactado por la Conselleria de Salut y el Col · legi de Farmacèutics de Catalunya, la dispensación sin receta médica de la píldora del día siguiente exige que mi amigo realice una entrevista a toda solicitante y dé consejos sobre métodos anticonceptivos para evitar llegar a este tipo de medidas. Hago una aclaración importante, para evitar confusiones: mi amigo no tiene ninguna reserva moral sobre el uso de la píldora poscoital y tampoco está en contra de la ley actual que despenaliza la interrupción del embarazo. Su problema no es de valores o creencias, sino de responsabilidades profesionales.

¿Se imaginan la escena? Entra en la farmacia una chica, tal vez menor, solicitando la píldora del día después y mi amigo, en medio de la venta de una leche infantil y unas aspirinas, debe hacerse cargo del problema, emulando el papel del médico y del psicólogo, figuras que ya se encagan de estas tareas en los centros sanitarios y de manera gratuita. Como es lógico, mi amigo no puede actuar del mismo modo que cuando vende un jarabe para la tos. Debe parar máquinas y buscar un espacio para realizar este cometido singular y delicado. Según el protocolo, se espera que los farmacéuticos, antes de dispensar la píldora, se aseguren de que no hayan pasado 72 horas desde el momento de la relación sexual. También deberán cerciorarse de que la solicitante no sufre disfunciones hepáticas o problemas gastrointestinales, y que no esté usando otros medicamentos que puedan mermar la acción de este producto. En resumen, los gobernantes proponen a los farmacéuticos que lleven a cabo lo que, aquí y en el mundo, es un acto médico de alta responsabilidad. Yno olviden que, en no pocas ocasiones, quien nos atiende no es un licenciado en farmacia.

Algunos de ustedes dirán que esto es muy viejo, pues el farmacéutico ya hace de médico cuando, sin receta alguna, nos proporciona ese medicamento para tal o cual dolencia. No veo que sea lo mismo. Ahora es el poder político el que, de forma oficial, confunde las funciones y competencias de médicos y farmacéuticos. El doctor Miquel Bruguera, presidente del Col · legi de Metges de Barcelona, criticaba recientemente en estas páginas, con sólidos argumentos, ciertos proyectos que contemplan la posibilidad de que las enfermeras, en la atención primaria, puedan visitar, diagnosticar y prescribir medicamentos.

¿Qué está pasando? El populismo de baja intensidad, diseñado por burócratas pendientes sólo de las encuestas, produce estos líos. Todo lo demás les importa un comino.

12-VIII-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia