´La clase´, Sergi Pàmies

Los amantes del cine que, cuando se estrenó, no vieron La clase pueden recuperarla en un DVD que salió hace unas semanas. La dirige Laurent Cantet y es una versión infielmente fiel de la novela Entre les murs, de François Bégaudeau. La acción transcurre en un instituto, casi siempre dentro de una clase en la que un profesor -interpretado por Bégaudeau- intenta sobrevivir al desánimo, la agresividad y la susceptibilidad de sus alumnos y, además, a sus propios hartazgos e impotencias. Encadenando preguntas que pretenden estimular la capacidad reflexiva de los adolescentes, el profesor apuesta por una metodología socrática que se estrella -a veces con violencia y otras con exasperante languidez- contra la cruda realidad. El argumento expone las contradicciones de dos modelos pedagógicos: el que aspira a reforzar la autoestima del alumno, su capacidad expresiva y su criterio y el que, consciente de la necesidad de un orden que permita cubrir mínimamente los contenidos de la asignatura, prefiere alcanzar un nivel aceptable de resultados. Lo inteligente de La clase es que ni los unos parecen ingenuos ideologizados y libertinos ni los otros unos carcas totalitarios o fascistoides.

A medida que se suceden las situaciones, la hipótesis que se le plantea al espectador es tan dramática como verosímil: que, en los contextos educativos y sociales actuales, ambos métodos estén destinados a fracasar. También queda claro que el fracaso puede tener cierta consistencia pedagógica. Algún sabio dijo que, en cualquier actividad humana, fracasar no era el peor de los escenarios y que sí lo era, en cambio, la frustración. Este retrato del profesorado atrapado por espadas reglamentarias y paredes burocráticas, indisciplinas estúpidas y disciplinas ineficaces (la indisciplina se ha sofisticado), describe la fragilidad del sistema educativo pero también lo relevante que puede llegar a ser tener a profesores que, combatiendo evidencias, no se enclaustren en una resignación robotizada. Conflictos sabiamente dramatizados (la naturalidad de los actores no profesionales ha sido ensayada con rigor profesional), el contexto secundario pero decisivo de las tragedias sociales (que interfieren en la estabilidad de los individuos, del grupo y de todo el instituto), los abismos entre adultos y adolescentes (azuzados por la deliberada renuncia a la autoridad que, por estupidez o desconcierto, las nuevas pedagogías han despreciado (o ha contribuido, sin proponer alternativas viables, a destruir) acaban mostrando las alarmantes grietas de un sistema colectivo y las incurables heridas que puede provocar entre alumnos y profesores. Es una película extraordinaria, que no se recrea en la negatividad de los conflictos y que, en estos días, permite adivinar lo que ocurrirá en tantos y tantos institutos cuando se reabran las clases.

14-VIII-09, Sergi Pàmies, lavanguardia