´Por qué Europa ´, Luis Racionero

La excesiva indiferencia que han mostrado los ciudadanos en las pasadas elecciones europeas me parece autodestructiva porque está en juego el futuro de los estados-nación. La firma del tratado de Roma señaló el fin de una etapa histórica, la edad moderna, caracterizada políticamente por la aparición y hegemonía del Estado nación: Francia, Inglaterra, España, con poblaciones de decenas de millones de habitantes (de 20 a 60 millones), extensiones territoriales (de 200.000 a 500.000 km2),y ejércitos de decenas de miles de soldados. El primer ejército moderno, mandado por el rey de Francia Carlos VIII, desciende sobre Italia en 1494, llamado por el imprudente Ludovico Sforza de Milán, y arrasa las ciudades Estado del Renacimiento.

En aquel momento los estados italianos tenían la dimensión de las polis griegas, de los condados medievales o de los reinos de taifas: eran de un tamaño parecido a lo que ahora se llaman provincias, regiones o comunidades autónomas.

Durante la fase de la historia, conocida arbitrariamente como edad moderna, el Estado nación ha sido el tamaño óptimo de organización social y militar para los fines que se perseguían: conquista territorial, hegemonía europea, colonización imperialista, explotación de materias primas de ultramar. Enel siglo XX, las prioridades cambiaron: los imperios cayeron, comenzando por el español, en 1898; el austriaco, ruso, otomano y chino, en 1918; el inglés y francés, en 1945; por otra parte, la conquista ya no es el medio de establecer o mantener hegemonías, que ahora se consiguen económicamente; si a esto sumamos que el industrialismo ha aumentado la escala de sus operaciones más allá del alcance de las grandes potencias nacionales, hasta una amplitud de ámbito mundial, tendremos los motivos por los cuales el Estado nación ha quedado anticuado, su tamaño ineficiente para los fines que ahora prevalecen en el mundo: la eficacia económica, el tamaño de mercado - cientos de millones-necesario para que las industrias gocen de economías de escala y puedan adoptar innovaciones tecnológicas.

Europa, en 1945, se encontró en la misma situación que Italia en 1494: un conjunto de estados de una dimensión pequeña en comparación con las naciones recientemente unificadas que la rodeaban.

Si Milán, Venecia, Florencia, el Papado, Nápoles se hubieran unido en 1494, hubiesen creado una gran potencia, equiparable a Francia, España, Inglaterra, Austria, pero al permanecer fragmentada en ciudades estado, señorías, serenísimas y ducados, Italia fue el campo de batalla de los estados nación y cayó en sus manos. Igual situación enfrenta ahora Europa: dividida en estados nación de tamaño de 50 millones, se ve rodeada por la emergencia de Estados Unidos que ella ha conjurado y que cuentan con 200 millones de habitantes, cuando no más: Estados Unidos, Rusia, China, India, el Pacific-Rim. El desafío es el mismo que en 1494 para Italia: o las naciones europeas se unen para formar un Estado con 300 millones de habitantes, y así adquirir una dimensión eficiente en lo económico, o se verán sojuzgadas por Japón, Estados Unidos o China en un futuro próximo.

"Si una cierta sociedad está articulada políticamente en multiplicidad de estados nacionales mutuamente independientes, de modo que se ha introducido el Balance of Power en la dinámica de la estructura política de esa sociedad, y si esa sociedad avanza en civilización, de modo que irradia su cultura y extiende su propio ámbito geográfico, entonces, los estados que ocupan el corazón y cuna de esa civilización serán tarde o temprano empequeñecidos, eclipsados y dominados por el ascenso, alrededor de su periferia, de un nuevo orden de grandes potencias con un tamaño abrumadoramente mayor. En este momento - escribió Toynbee en 1934-podemos ver cómo la multiplicidad y discordia de los estados nacionales europeos se ve amenazada por la emergencia de grandes potencias de tamaño enormemente superior: los Estados Unidos es el primer gigante que ha crecido ya del todo, y es un competidor no sólo para cualquier potencia europea o grupo de ellas, sino incluso contra todas juntas. Y más adelante, nosotros europeos habremos de ver nuestro pequeño mundo rodeado por una docena de gigantes del calibre de Estados

Unidos cuando Canadá, Brasil, Argentina y Australia pueblen sus espacios vacíos y Rusia, India, China o

Brasil adquieran la eficacia económica. Esta situación es un reto para los estadistas: si los estados pigmeos del centro no toman acciones preventivas, es evidente que los estados gigantes de la periferia los dominarán. La solución está en transmutar el pluralismo político y las diferencias en concordia política y solidaridad; pero ¿cómo se logrará ese milagro?".

En eso estamos. Toda la trascendencia del tratado de Maastricht y del tratado de Lisboa estriba en el milagro de transmutar el egoísmo separatista de los estados nación europeos en concordia política para federarse en una gran potencia europea cuyo tamaño de 300 millones de habitantes sea conmensurable con las masas de población de los nuevos estados nacionales inspirados por los propios europeos y que han surgido en la periferia de su mundo. Esa es la razón por la cual debe unirse Europa. El tratado de Roma inició la unión económica; Maastricht fue un avance hacia la unión política, por medio de una moneda común, ejército y política exterior coordinados. Ha llegado la hora de unir, no de separar: hay que unir Francia, Inglaterra, España, para formar Europa. Y recuerden que el nacionalismo va por niveles: integrarse en un todo mayor no quiere decir desaparecer, sino coordinar competencias. Para que exista Catalunya no es preciso que desaparezca el Empordà, para que exista España no ha de desaparecer Catalunya, y para crear Europa no hay que anular España.

19-VIII-09, Luis Racionero, lavanguardia