´El síndrome Paquirri´, Sergi Pàmies

Sigue resultando curioso (por utilizar un adjetivo más benévolo que, por ejemplo, "repugnante") cómo las televisiones tratan las imágenes de cogidas taurinas veraniegas. Ya saben: esos jóvenes que deciden ponerse delante de un toro para celebrar sus fiestas y luego resulta que el animal se revuelve, les pega un par de vuelcos o, en ocasiones, alguna que otra cornada más o menos mortal. En pantalla, la actitud de los presentadores, ya sea de noticiarios o de programas de actualidad, es de fingida y artificial consternación. Verbalmente, te vienen a decir que lo sienten mucho.

Si el torero es un torero fetén, de los de traje de luces y mirada mística mientras ofrece al tendido algo tan asqueroso como una oreja recién cortada, entonces se ponen un poco más solemnes, probablemente porque la profesionalidad del diestro propicia un respeto más profundo ante las siniestras cogidas de las que son víctimas (el mantra "lo que hay que hacer para ganarse la vida" sigue influyendo en nuestras conciencias, minadas por las economías de guerra que vivieron nuestros antepasados) y porque, a falta de tragedias más sofisticadas, la muerte de Paquirri dejó huella. Cuando el insensato es un valiente fiestero con el sentido común ahogado por litros de garrafón, entonces los comentarios son de una consternación de baja intensidad.

Visualmente, en cambio, los presentadores ponen cara de proveedores de sangre y dolor. En La Sexta, además, entrevistaron a policías que andan por las fiestas obligando a menores y borrachos a que participen en semejantes espectáculos. Aunque les salvan la vida, aun hay quién se queja de que la autoridad reprima la libertad individual. No soy ni un taurino ni un antitaurino (en una discusión entre unos y otros procuro adoptar el papel de pasodoble) pero sorprende que, con la excusa de estar informando sobre estos percances - y, aparentemente, preocuparse por la suerte de los heridos-,las televisiones hurguen una y otra vez en una de las heridas más arraigadas de nuestro legado audiovisual y alimenten nuestra sed de morbo.

La Sexta, además, tuvo el acierto de entrevistar a un cirujano de plaza de toros que, muy en serio, dijo que los tejanos son fatales para las cogidas. Por lo visto, cuando el asta de toro se clava en, pongamos, un muslo enfundado en tejanos, la textura resistente de la prenda hace que al animal le cueste más desempitonarse y ese forcejeo sangriento produce daños aun mayores e irreparables. El cirujano entrevistado lo dijo con tanta seriedad y solemnidad que no descarto que, fiel a la lógica de este país, pronto quede totalmente prohibido el uso de tejanos. Cualquier cosa antes que plantearse acabar con estas tradiciones en las que adolescentes vagamente ciegos creen poseer los poderes de un superhéroe y se enfrentan a toros legítimamente dispuestos a llevarse a los unos por delante y a los otros al otro barrio.

19-VIII-09, Sergi Pàmies, lavanguardia