´Cuando llegue el otoņo´, Ramon Aymerich

¿Se acuerdan de los Moseleys? En julio del 2008 la prensa británica se hizo eco de la angustia de esta pareja de jubilados ingleses, condenados a vivir en una urbanización de la costa española construida sin licencia y carente de los más mínimos servicios. Este verano, los Moseleys han vuelto a ser noticia en los medios. Han dejado de ser las víctimas del caótico mercado inmobiliario español para simbolizar un nuevo fenómeno: la vuelta a casa. Los Moseleys están pensando seriamente en regresar. Si no lo hacen es porque nadie quiere comprarles el chalet que adquirieron hace siete años. Pero ganas no les faltan. Echan de menos a los nietos, y quizás algo de la law and order que prevalece en las islas.

Como muchos compatriotas británicos residentes en la Península, los Moseleys han visto como sus ingresos se han reducido de manera notable - en algunos casos hasta el 30%-por culpa de la depreciación de la libra esterlina. Y se van. Porque no pueden vivir con la alegría de antes o porque no les llega el presupuesto. Los británicos enraizaron en España hace unos 15 años. Llegaron atraídos por el sol, las ventajas que concedía el tipo de cambio (primero con la peseta, después con el euro) y los bajos precios; también por las relajadas costumbres del país. La embajada británica calcula en un millón el número de británicos residentes en España, si bien admite que sólo unos 375.000 se han empadronado (con lo que cabe pensar que su fiscalidad es siempre escurridiza). Se hicieron fuertes en el sur del litoral valenciano. Y salvo excepciones, constituyeron comunidades cerradas con sus propios comercios, sus bares y sus emisoras de radio. Pero ahora todo son nubarrones y cuando no es el butcher que cierra las puertas son los Thompson los que hacen las maletas.

Lo preocupante es que los británicos no son los únicos inquietos por su suerte. Ulla Schmidt, ministra alemana de Salud, viajó a finales de julio a Dénia. Salió en la prensa porque nada más llegar a la ministra le robaron el coche oficial. Pero fue una visita productiva. Si los británicos vienen a ser los parientes venidos a menos de la comunidad europea, los alemanes son algo así como los ricos del ático y los más sosegados en sus costumbres. Para entendernos, si los británicos le dan al minigolf, los alemanes le pegan a la bicicleta y a la contemplación. Y son tremendamente previsores. Tanto que las comunidades alemanas reunidas en Dénia inquirieron a la ministra Schmidt por la realidad de la ley de Dependencia española, hasta qué punto les garantiza una vejez más o menos decente.

España parecía predestinada a convertirse en la Florida del Mediterráneo, el área de invernada del norte europeo. Pero, como demuestra la estampida británica, en este mundo cruel y global no hay nada más frágil que las previsiones. También para esta inmigración de lujo que un día nos deslumbró.

22-VIII-09, Ramon Aymerich, lavanguardia