´¿Salir de Afganistán?´, Walter Laqueur

Las vacaciones se han terminado y los políticos han vuelto. En lugar preferente de su agenda figura la cuestión de Afganistán. Stanley McChrystal, comandante de las fuerzas estadounidenses en el país, ha remitido un informe confidencial de 20 páginas al presidente Obama (conocido hasta cierto punto), que, tras dejar constancia de la gravedad de la situación, señala que puede alcanzarse el triunfo si se dispone de mayores contingentes terrestres.

Hablando en términos generales, los expertos y los consejeros se dividen en tres grupos. Uno de ellos dice que ha llegado la hora de salir de Afganistán, para cuya supervisión y control son menester más tropas que las que tiene la OTAN.

Es un país, además, tremendamente pobre, con escasas posibilidades de que las fuerzas aliadas puedan lograr que sea más rico y que tenga un gobierno más eficaz y menos corrupto.

Además, aunque sería deseable impedir que Afganistán se convierta en un país fallido,no hay intereses vitales occidentales en juego. Aunque Afganistán cayera bajo un régimen talibán, es dudoso que se convirtiera en la base principal desde donde Al Qaeda perpetrara sus ataques en otros países. Cuando los rusos abandonaron Kabul hace veinte años, los talibanes no siguieron su senda y se extendieron, en cambio, por Asia Central. La mayoría de los medios de comunicación se inscribe en esta línea de pensamiento así como - según se dice-el vicepresidente Biden. Y la opinión pública en Occidente, informada o no, se está volviendo contra la guerra.

Un segundo grupo razona que una retirada estadounidense y de la OTAN no sería un pequeño sino un gran desastre. Podría significar una victoria talibán en el vecino Pakistán, que, en definitiva, es una potencia nuclear. Tendría repercusiones en las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, todas ellas frágiles e impopulares, que podrían caer bajo dominio talibán. Tampoco resulta imposible una victoria en Afganistán. Según todos los datos, los talibanes cuentan con el respaldo de un 10-20% de la población, acaso más entre la población de habla pastún en el sur y el este del país y menos en el norte y el oeste, de diferentes etnias. Imaginarse que una victoria talibán no ejercería un impacto importante fuera del país es realmente hacerse ilusiones.

Un tercer grupo, que probablemente representa la mayoría, se ve en apuros a la hora de inclinarse por uno de estos extremos. Juzga, asimismo, que una salida de la OTAN de Afganistán tendría graves consecuencias, tal vez una guerra de dimensiones mucho mayores dentro de unos años. Añade que los talibanes podrían acaso ser derrotados. Pero con dos condiciones: con muchas más tropas y sellando la frontera con Pakistán (no se acierta a vislumbrar cómo es posible lograrlo, pues muchas tribus fronterizas pastunes simpatizan con los talibanes).

Finalmente, la guerra contra los talibanes debería llevarse a cabo con gran decisión. No podría ser una guerra asimétrica en la que las fuerzas de la OTAN se limitaran básicamente a unos ataques aéreos que pueden provocar más víctimas civiles, factor que conduce a una mayor hostilidad de la población local y, además, suscita ruidosas protestas en Occidente en esta época postheroica. En suma, los mandos militares occidentales tienen las manos atadas, y la elección en el caso de Afganistán no bascula entre soluciones buenas y malas: sólo hay soluciones malas.

En esta desafortunada coyuntura, aumentan las voces que sugieren que Estados Unidos y la OTAN deberían negociar con los vecinos de Afganistán y tal vez, también, con algunos países musulmanes, como por ejemplo Turquía, para trasladar o repartir responsabilidades. Sin embargo, Turquía sólo tiene 800 soldados en Afganistán; tal vez enviará 1.600, pero desde luego no muchos más. Las perspectivas relativas a China, Rusia e India son acaso algo mejores. Saben (o, en cualquier caso, empiezan a entender) que si la OTAN se fuera, Afganistán se convertiría en su problema. Y saben también que, al menos por dos motivos, se trata de una perspectiva indeseable. Uno se ha mencionado: los yihadistas se valdrían casi con seguridad de Afganistán como base de operaciones en Rusia, China, India y, naturalmente, Pakistán. Si llegaran al poder en alguna de las repúblicas de Asia Central, el hecho no representaría sólo una catástrofe para Rusia sino también un peligro cien veces mayor que cualquier episodio que ocurra en el Cáucaso. Pero hay otro motivo. Aunque la producción de opio en Afganistán ha descendido alrededor de un 20% en los últimos años, este país sigue siendo el principal productor del mundo, y la exportación de drogas está provocando una epidemia en todos los países vecinos, incluido Irán, con gran preocupación por su parte. Empiezan a comprender que, si no se hace algo al respecto, las consecuencias podrían ser tan graves (si no más) como el terrorismo y la guerra. Como dice el proverbio latino, "la naturaleza aborrece el vacío". Y la política, en un país como Afganistán, lo aborrece aún más.

Pero es posible que medie un largo trecho entre advertir el peligro y adoptar una decisión sobre Afganistán. Nadie quiere implicarse en la cuestión, a menos que sobrevenga un peligro inmediato, mientras la OTAN siga en el país. Tal es el verdadero dilema, y sólo gente muy valiente o muy insensata está dispuesta a pronosticar qué traerá el futuro y qué iniciativa es la más correcta y adecuada.

20-IX-09, Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicosde Washington, lavanguardia