´żEs posible una reforma financiera real?´, Nomi Prins

La próxima semana, los dirigentes del G-20 viajarán a Pittsburgh (Pensilvania) para celebrar una cumbre de dos días que comenzará el 24 de septiembre. El pasado lunes, a modo de preparación del encuentro y en el aniversario del derrumbe de Lehman Brothers, la mayor quiebra estadounidense, el presidente Obama se dirigió al país con un discurso sobre el estado del sistema bancario y las medidas para reformarlo.

Según declaró: "Si bien la plena recuperación del sistema financiero exigirá mucho más tiempo y trabajo, la creciente estabilidad resultante de estas int e r v e n c i o n e s [ gubernamentales] significa que empezamos a regresar a la normalidad. De todos modos, quiero subrayar una cosa: la normalidad no puede conducir a la complacencia".

El caso es que el Gobierno estadounidense se ha mostrado muy complaciente al abordar las prácticas bancarias y las compensaciones. Obama sugirió a Wall Street que siguiera unas pautas de conducta autoimpuestas, en lugar de aprovechar la oportunidad para esbozar drásticas medidas gubernamentales para restringir sus prácticas irresponsables y sus obsesiones por las bonificaciones. Dado que Wall Street no contendrá voluntariamente nada a pesar de haber sido reflotado con billones de dólares en subsidios federales, eso significa que las perspectivas de una reforma drástica no son nada halagüeñas.

La Reserva Federal, el Departamento del Tesoro y la Corporación Federal de Garantía de Depósitos han despilfarrado 19,3 billones de dólares en el rescate el sistema bancario; de esa cantidad, 17,5 billones han ido a instituciones financieras en forma de inyecciones de capital, respaldo del mercado general, garantías federales y préstamos baratos procedentes de ocho grandes programas de la Reserva Federal a cambio de garantías casi tóxicas.

Se suponía que todos esos subsidios debían apuntalar las compañías financieras más importantes con el fin de evitar que provocaran mayores desastres en la economía general durante el período de crisis del otoño pasado. A los estadounidenses se les dijo que esas medidas estabilizarían los bancos y relajarían el crédito para las pequeñas empresas y los individuos.

Sin embargo, sucedió justo lo contrario. Los bancos siguieron panza arriba y el crédito se restringió. Los bancos considerados "sistémicamente importantes" se consolidaron por cortesía de la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro, y las comisiones bancarias se incrementaron.

Mientras tanto, el desempleo subió hasta el 9,7%, muy por encima del 6,1% del año pasado. El número de ejecuciones hipotecarias se incrementó hasta casi dos millones de nuevas demandas presentadas en la primera mitad del 2009, un 15 % más que en el mismo período de 2008. Eso significa que las pérdidas seguirán acumulándose en las cuentas de los bancos.

Para los más grandes, los subsidios federales han tenido un efecto mágico. Las bonificaciones de Wall Street están otra vez en los niveles anteriores a la crisis. En el caso de algunas compañías, como Goldman Sachs, incluso las han superado. El apalancamiento bancario, o los préstamos excesivos sobre la base de activos de riesgo, una causa principal del colapso bancario, está subiendo de nuevo.

Además, los mayores bancos son aún más grandes que el año pasado. Dado que la Reserva Federal bendijo nuevas fusiones el pasado otoño, los tres mayores bancos (Bank of America, JP Morgan Chase y Wells Fargo) alcanzan o superan los límites del 10% sobre el porcentaje de depósitos totales que cada uno puede tener. Y todo esto, mientras se acelera el ritmo de los cierres de bancos pequeños y medianos.

Obama señaló que las cosas no son de color rosa, pero gran parte de su discurso indicaba que aceptaba la equivocada noción de que, si mejoran algunos bancos y sus acciones van mejor, lo hace la economía, lo cual hace posible el desarrollo de regulaciones contundentes. Las ideas reformistas del Gobierno para evitar otra crisis se han reducido a tres categorías: modificar algunos organismos reguladores, acogerse a algunas regulaciones sobre operaciones derivadas y el incremento de los límites de capital, y crear un organismo de protección financiera del consumidor.

En cuanto a la reforma reguladora, el plan de Obama exigió cerrar los cinco principales organismos de Washington y otorgar a la Reserva Federal más poder para supervisar las instituciones "sistémicamente importantes", además de establecer un consejo supervisor de reguladores para vigilar a los mayores bancos. Por supuesto, la consolidación de la supervisión reguladora sólo funciona si: a) los reguladores hacen su trabajo y b) los sistemas bancarios son lo bastante transparentes para que la realización de dicha tarea sea sencilla. Pero no es así.

El año pasado, el sistema financiero mundial se sumió en una crisis cuando se redujo el crédito del sector bancario y los bancos dejaron de confiar los unos en los otros. Este año, los diversos gobiernos han proporcionado crédito al sistema, pero ninguno ha gastado más que Estados Unidos. Cualquier estabilidad resultante es tan ilusoria como efímera. Yes que, si bien han aumentado los recientes beneficios bancarios, no es probable que se desplacen hasta los consumidores de modo significativo en un futuro próximo.

Con respecto al resto del mundo, Obama dijo que en Pittsburgh continuará el trabajo sobre la reforma financiera iniciado por los dirigentes del G-20 en la cumbre de abril en Londres. Por desgracia, aquella cumbre no ha dado ningún fruto.

El presidente Obama afirmó que "en este esfuerzo, es esencial reformar todo lo que está estropeado en el sistema financiero mundial, un sistema que vincula economías y que extiende recompensas y riesgos". También abogó por mayores límites globales al capital y añadió "al tiempo que estamos reformando decididamente nuestro sistema regulador en Estados Unidos, trabajaremos para asegurar que el resto del mundo hace lo mismo".

Sin embargo, los remedios del presidente Obama para reformar el sistema estadounidense no son tan decididos como dice, de modo que resulta cuestionable que Estados Unidos adopte una posición de claro liderazgo en la puesta en práctica de una reforma mundial. Bombeando billones de dólares en el sector financiero no hace frente al defecto más importante y evidente del sistema bancario. Los bancos son demasiado grandes y sus funciones demasiado enrevesadas y peligrosas. Cuando la ley Gramm-Leach-Bliley de 1999 derogó la ley Glass-Steagall de 1933, se volvió a permitir a los bancos comerciales asumir riesgos especulativos con depósitos de sus clientes, fusionarse con bancos de inversión y compañías de seguros y cargarse de deuda basada en activos poco sólidos. Al permitirse que se mezclaran todas esas fuentes de dinero, el sistema financiero regresó a la alocada mentalidad dominante en los años previos a la Gran Depresión. Fue entonces cuando empezó la actual crisis.

Hoy, la inyección de capital federal, el renovado riesgo comercial y la menor competencia han creado la ilusión de mejoras en los beneficios bancarios tras un espantoso 2008. Al menos antes del colapso los bancos creaban su propio capital, pedían prestado unos a otros o a sus inversores. Ahora, juegan con los fondos de los contribuyentes. Y vuelven a cosechar grandes bonificaciones.

Mientras los dirigentes de la Unión Europea están pidiendo topes globales a las bonificaciones, Obama dice que espera que los bancos de Wall Street se las limiten ellos mismos y que no hace falta ninguna ley para que actúen de ese modo.

Los dirigentes europeos, incluidos el presidente francés Nicolas Sarkozy y la canciller alemana Angela Merkel, desean que los reguladores aborden los sueldos de los banqueros, ya que consideran que gran parte del riesgo asumido por los bancos fue consecuencia directa de su ansia de elevadas bonificaciones basadas en beneficios a corto plazo. Sarkozy ha amenazado incluso con abandonar la reunión de Pittsburgh si no se llega a un acuerdo.

Tales ideas han sido retomadas en gran medida por el Foro de Estabilidad Financiera, creado por el G-20 en respuesta a la crisis financiera mundial y que busca establecer pautas compensatorias más acordes con los beneficios y las pérdidas de los bancos. Sin embargo, los reguladores estadounidenses no han adoptado una línea tan dura como los europeos por lo que hace a las primas y bonificaciones.

¿Adónde nos lleva todo esto en términos de capacidad real de regular el sistema financiero mundial? No muy lejos. Estados Unidos presionará en favor de mayores requisitos de capital para los mayores bancos globales y de regulaciones más estrictas sobre ciertos derivados; y, sobre ello, es probable que se llegue a un acuerdo global. Ahora bien, mucho menos probable es la adopción de cualquier medida más restrictiva, como los topes a las compensaciones, la creación de un regulador financiero mundial o, de modo más importante para la verdadera estabilidad, la reestructuración de la propia naturaleza de los bancos al estilo Glass-Steagall. Ojalá que el resto del G-20 siga presionando la semana que viene en estos frentes tan necesarios.

20-IX-09, Nomi Prins, reside en Nueva York y ha sido banquera de inversión en Goldman Sachs, Bear Stearns y Lehman Brothers, lavanguardia