´Un impuesto verde y suave´, Montserrat Domínguez

David A. Fahrenthold nos plantea con crudeza en The Washington Post una cuestión reveladora: ¿estamos dispuestos a limpiarnos el trasero con papel reciclado? No crean que es una pregunta baladí; al contrario, es un auténtico test sobre a qué estamos dispuestos a renunciar a cambio de vivir en armonía con el medio ambiente. A las bolsas de plástico del Carrefour, por ejemplo. O a la hermosa luz de las bombillas incandescentes. A la precisión y sencillez de los termómetros de mercurio. O a envolver los bocadillos y forrar los libros con film transparente.

Durante años, los consumidores hemos demandado de los fabricantes un papel higiénico que no se rompa, que sea dúctil y, sobre todo, que sea muy suave. Ahora descubrimos con horror que la suavidad está sobrevalorada. La suavidad implica deforestación. El diario norteamericano dedica parte de sus páginas (recicladas) a las tribulaciones de lo ecológico, y entre ellas a otra información que nos atañe directamente. Bajo el título "La respuesta de España al desempleo: ser más verdes", Anthony Faiola asegura que Rodríguez Zapatero tiene un plan para acabar con la brutal tasa de desempleo que casi dobla la de Estados Unidos. El plan consiste en crear un millón de puestos de trabajo verdes en la próxima década. Dado que el sector no es precisamente de los que más cantidad de empleo generan, la apuesta sería aprobar leyes que obliguen a la máxima eficiencia energética en casas y edificios, lo que podría ocupar a buena parte de la mano de obra en paro por el desplome de la construcción. Sería un sueño: un sector en plena efervescencia que requiere tanto de ingenieros y técnicos especializados como de curritos sin especial cualificación.

Los nubarrones en tan limpio panorama se limitan al sucio parné: ¿de dónde saldrá el dinero para financiar esta revolución verde? El periódico cita cómo estalló la burbuja solar tras años de generosos subsidios, y plantea de nuevo cuál es el coste de ser verde: si la factura de la luz fuera real, quizá los ciudadanos no estaríamos tan orgullosos del mix energético que nos ha convertido en uno de los países con mayor porcentaje de generación eléctrica a través de energías renovables.

Por lo pronto, parece que el Gobierno se decanta por un nuevo impuesto sobre los carburantes. Lo llaman una tasa verde, la única manera de vender algo que seguro nos va a hacer pupa. No confundir con la tasa, verde también, anunciada por Sarkozy que gravará en Francia las emisiones de CO.2 ¿Y qué sentido tiene dar ayudas directas para comprar automóviles y luego gravar las gasolinas? El mismo que subir los impuestos a los ricos a través de las sicav: lo que se recauda de más se pierde al fugarse los capitales a Luxemburgo o a Irlanda.

25-IX-09, Montserrat Domínguez, lavanguardia