īLa pielī, Remei Margarit

La piel es nuestra frontera con el exterior, además del envoltorio que nos protege de la erosión de los agentes externos, lo sabemos todos por obvio, aunque dudo que el hecho de saberlo implique su cuidado. Sólo hay que echar una ojeada a la piel de la gente para darse cuenta del maltrato que se le ha dispensado durante todo el verano. Son pieles bronceadas -como se les llama ahora-, más bien quemadas por el sol.

Hace unos 60 años, quien mostraba la cara y los antebrazos bronceados era sólo la gente que trabajaba en el campo, era casi un distintivo del área social a la que se pertenecía. Recuerdo, porque lo he vivido, que los payeses llevaban siempre camisas de manga larga que se arremangaban sólo hasta medio antebrazo, lo justo para faenar sin molestias; y cuando iban por los caminos hacia los pueblos, llevaban un paraguas para protegerse del sol.

Y de pronto, alguien puso de moda que el color bronceado era un signo de buena salud y de buen aspecto, ignorando toda la sabiduría popular que avisaba de lo contrario. Entonces, y en vista de las quemaduras que se producían, los laboratorios se frotaron las manos preparando las llamadas cremas protectoras para tomar el sol sin riesgos, cosa que, hasta el día de hoy, les ha llenado los bolsillos. La cuestión es que para que el negocio prospere no se puede rebajar el marketing del color bronceado, la belleza de las pieles morenas y otras zarandajas. La simple verdad es que los rayos del sol queman y es tan sólo por ello que la piel se defiende como puede y crea ese color como una capa protectora. Pero no basta ni con las cremas protectoras, porque el sol es más fuerte y a copia de exponerse horas y horas, dado que la piel tiene memoria acumulativa, el melanoma, el cáncer de piel más peligroso, está in crescendo entre la población.

No se trata de asustar, sino de darse cuenta de que algunas modas inventadas por algunos que hacen mucho negocio con ello son perniciosas para la persona, en este caso para su piel. Y también de que esas pieles pierden su lozanía en aras de no se sabe qué dios cruel.

26-IX-09, Remei Margarit, lavanguardia