ŽEl miedo y la bolsaŽ, Clara Sanchis Mira

Los ciudadanos confusos hemos asistido en menos de una semana al desinfle de dos globos que sobrevolaban nuestras cabezas. De la noche a la mañana se nos informa de que dos de las amenazas más prestigiosas del panorama internacional parece que están perdiendo fuelle. No pueden jugar así con nuestros sentimientos.

Por un lado tenemos a Irán, que ahora resulta que no era tan peligroso como parecía y podemos ahorrarnos el paradójico plan escudo de misiles antimisiles para misiles. Hay que decir que la cosa ya olía a chamusquina, valga la redundancia, después del fiasco alucinógeno de las armas de destrucción masiva de Iraq y sus dolorosas consecuencias. En todo caso, el enemigo se desdibuja de nuevo ante nuestros ojos perplejos. Uno mira hacia el cielo gris, y no sabe exactamente de qué asustarse.

El segundo desinfle anunciado es el de la gripe A. Las últimas estimaciones apuntan que no tendrá más impacto que la gripe normal. Por favor. Tengan en cuenta que los ciudadanos en vilo estábamos preparados para lo peor, mascábamos el peligro, y hasta empezábamos a cambiar algunos hábitos. Pensábamos, por ejemplo, si llevar a cabo un entrenamiento para la praxis del kleenex, que requiere cierta habilidad para no estornudarle al prójimo. La tensión se palpa en los autobuses y no es fácil sacar a tiempo el pañuelito del bolsillo. Disculpe señora, no me mire así, este estornudo me ha cogido desprevenida, la próxima vez lo haré mejor. Estábamos incluso renunciando a alguna de nuestras tradiciones más hondas. La prevención contra el saludo a dos besos requiere una cierta readaptación social. Cambiar el frotamiento de mejilla por una mano tendida nos pone de improviso en una situación nueva, frente a frente, hay que mirarse a los ojos sin remedio. Hola, yo siempre saludo así, no vaya a pensar que temo que me pegue algo, usted tiene un aspecto indiscutiblemente saludable.

Tengan en cuenta que el miedo al contagio proporciona objetivos, ocupa un espacio concreto en la mente y tal vez llena huecos inconfesables. La obsesión por la higiene cunde mucho. Hay gente que ha empezado a lavarse las manos compulsivamente con la mirada extraviada, incentivando de paso el consumo de jabón. En Nápoles, por otra parte, los conductores de autobús han hecho una huelga reclamando la mejora de la limpieza del volante. Y en la misma ciudad, los familiares del único fallecido por la gripe A asistieron al funeral parapetados en el último banco de una iglesia vacía, por miedo a ser contagiados por su propio difunto presente.

El miedo que produce el virus es más contagioso que el virus en sí. La microinformación es un propulsor de largo alcance y el miedo baja y sube como las acciones en bolsa. De hecho, hemos visto en internet el famoso vídeo de Alterini que denuncia una relación directa entre la crecida del miedo al globo de la gripe A y la crecida de las acciones de la casa farmacéutica que fabrica el Tamiflu, asociada a su vez con la compañía que presidió Rumsfeld justo antes de ser nombrado secretario de Defensa, en pleno auge del globo de aquella gripe aviar de broma. ¿Será verdad? ¿Hay manos ocultas que manejan los hilos de nuestros miedos? ¿O debemos creer que todo es fruto de movimientos imprevisibles de la naturaleza humana, vírica o armamentística? Parece claro, al menos, que una cosa que se desinfla ha tenido que ser inflada. Y que el volumen de los globos está relacionado con los movimientos bursátiles. Mientras tanto, los ciudadanos confusos, huérfanos de amenaza oficial, ya no sabemos de qué tener miedo. Dios mío, ¿de algo real?

25-IX-09, Clara Sanchis Mira, lavanguardia