´Rajoy tras los bigotes´, Pilar Rahola

Si en algún momento de su azarosa biografía, este gallego tranquilo, don Mariano, pareció dominar los demonios interiores de su partido y alzarse con la autoridad, los bigotes de Gürtel vuelven a situarlo en el duro asfalto. Las aguas pestilentes del Partido Popular valenciano ya han llegado al Manzanares, y en la calle Génova no quedan más máscaras de oxígeno. El escándalo Gürtel ha traspasado los límites de los sastres levantinos, y ya parece ser, a falta de más datos, un sonoro escándalo sobre financiación ilícita del PP, donde la lista de nombres es tan vistosa, como vistosos fueron los años del aznarismo. Aparecen los anónimos previsibles, con sus llamadas telefónicas, sus cajas B, sus generosos regalitos y, en definitiva, toda la narrativa propia de la fontanería que habita en las cloacas del poder. Pero la importancia de Gürtel no se limita a los trajes de Camps o a los bolsos de Rita Barberá, ni tan sólo hiede por los coches de Ana Mato, porque ahora ya no se trata de regalos de nuevos ricos. Se trata, según parece, de una auténtica trama de financiación, tráfico de influencias y estrecha red de vasos comunicantes entre políticos del PP, el propio partido y el sinuoso dinero oscuro. Gürtel ha llegado, incluso, a la Galicia de Fraga, y por el camino, se ha parado en Madrid y nos ha situado a Álvarez-Cascos y a Alejandro Agag - el amigo y socio del tramposo Briatore-en el centro del sórdido interés. Los bigotes de Gürtel, pues, empiezan a ser muy alargados y amenazan con situar, en el disco duro de la trama, a todo el aznarismo.

¿Es Rajoy víctima de ese aznarismo, cuyas cloacas empiezan a desbordarse? Él, que había conseguido dejar lastre, jubilar a los más notables de Aznar, cortar el cordón umbilical y presentar una nueva cara del PP, ¿se arrastrará por el lodo de ese mismo PP que intentó sanear? Y, por supuesto, no lo digo en el sentido penal del término, sino en el estricto, pero demoledor, sentido político. Es cierto que, como mostraba La Vanguardia,los escándalos de corrupción preocupan poco a los ciudadanos, quizás convencidos del "todos son iguales" que ha cuajado en el subconsciente colectivo. Pero incluso si Gürtel no despojara de demasiados votos al PP, sería una pesada carga para un político con vocación de presidente. Sobre todo porque, más allá del escándalo en sí mismo, cuyas putrefactas aguas amenazan con llegar a territorios inhóspitos, Gürtel ha dejado en evidencia algo fundamental: la incapacidad de Mariano Rajoy de poner orden en Valencia. Es decir, el hombre que pudo con Acebes, Cascos y Zaplana no ha podido con Camps. Hoy por hoy, Gürtel es la crónica de una trama delictiva, pero es también el retrato de una quiebra de liderazgo. Y es ahí donde Rajoy se juega el crédito. Porque, más que culpable, se ha mostrado enormemente débil, y eso, en política, no es un defecto, es un pecado capital.

8-X-09, Pilar Rahola, lavnguardia