´Multar al cliente´, Xavier Bru de Sala

No se asusten. Las siguientes líneas no hablarán de economía o de subidas de impuestos. No afecta, el título, al cliente o consumidor de cualquier producto legal. Ni siquiera, por ser perceptor de derechos de autor, voy a meterme en el berenjenal de la propiedad intelectual. Así que nada diré contra quienes pagan cero por obtener en la red productos culturales que en el comercio cuestan demasiado. El cliente al que se debería multar, según una opinión que se va extendiendo, es el de la prostitución.

En este tema, el debate de mayor interés se cruza entre los abolicionistas y quienes se conforman con poner límites, en general tendentes a convertir la prostitución en algo menos visible o concentrado en ciertas zonas. Los abolicionistas traen a colación la vía sueca. Los acotadores, por llamarlos de algún modo, se dividen entre quienes se afanan en mantener el statu quo, con la variante de señalar periferias industriales y horarios nocturnos, y los partidarios, por otro lado, de legalizar la actividad. Según estos últimos, sólo la legalización evitaría el tráfico de personas, el intolerable régimen de semiesclavitud al que las prostitutas se ven sometidas. No les falta razón. Confrontar argumentos de abolicionistas y legalizadores es el mejor modo de abordar el tema (a medio plazo, claro, porque a corto, o sea, mientras no se cambien algunas leyes, no hay otro remedio que acotar con medidas policiales).

¿En qué sentido cambiarían ustedes la normativa vigente? ¿Legalizar la prostitución o actuar contra el cliente? Visto que no hay compromiso o síntesis entre las dos posiciones, habrá que optar. Los prohibicionistas, pues atacar por el flanco del cliente no persigue otra cosa, argumentan que se trata de una forma de violación. La prostituta sometida a una red mafiosa es puesta a disposición del cliente para que la viole previo pago de un estipendio que ella cobra pero no percibe. Una diferencia con el delito de violación consiste en que la mujer no es forzada en aquel instante por el cliente, sino que lo ha sido con anterioridad por quienes la obligan a prostituirse. Otra variante es que el cliente paga como si de un servicio se tratara, pero olvida un detalle: aunque la prostituta ejerza asimismo de cajera, el cliente paga a la red que la explota como una mercancía. Tal vez no se tenga por violador aunque en el fondo lo sea, pero en cualquier caso es colaborador necesario de un delito de tráfico de cuerpos humanos y esclavismo.

Tal vez por ahí podrían atacar jueces y responsables policiales.

Comparando con el consumidor de estupefacientes ilegales, que si no delinque sólo se perjudica a sí mismo, el cliente de las prostitutas forzosas - casi todas-debe ser por lo menos consciente de que obtiene desahogo sexual aprovechándose de alguien que no goza de libertad para expresar su acuerdo con la desagradable parte que le corresponde en la operación.

Legalizando, argumentan los partidarios de esa otra vía para atajar el tráfico de mujeres, no habría violación sino libre consentimiento. La prostitución sería un oficio como otro, con su epígrafe del IAE, sometido a reglas y controles, empezando por los sanitarios, al pago de impuestos y a toda suerte de garantías, incluido el libro de reclamaciones. ¿Por qué esconderla con hipocresía en vez de suprimir tabúes? No es una posición inconsistente, aunque para librarse de veras del tabú, habría que conseguir del cliente que, al volver a casa, explicara con detalle lo estupendo que lo ha pasado como si del menú del restaurante se tratara. Nadie en sus cabales imagina una escena así en la vida real. Desligar el sexo del entramado emocional, de la propia intimidad, es un ejercicio, a mi parecer poco recomendable, que pocas personas consiguen realizar con éxito, por mucho que algunas lo crean sencillísimo.

Desde luego, si hubiera que optar entre dejarlo como está, sólo que apartándolo de la vista general, y la legalización, sería sin duda preferible legalizar. Quienes, ya sea en la derecha como en la izquierda, sostienen que no hacen falta medidas legislativas están favoreciendo el esclavismo descrito. Pero puestos a cambiar leyes, antes que legalizar es preferible apretar las tuercas al cliente. Si permiten el símil, habría que ir poniendo cerco a la prostitución como ha sucedido con el tabaco, considerando que el daño infligido a terceros es muy superior en este caso, pues es fácil suponer que todo el mundo prefiere ser fumador pasivo a convertirse en propiedad de una red de explotación sexual. Así las cosas, ami parecer debería emprenderse la vía sueca, aunque paso a paso: perseguir, incomodar, multar al cliente, ponerle en evidencia ante su entorno, castigar reincidentes, etcétera.

El argumento contrario parte de considerar que la mitad masculina del género humano es esclava de su instinto. Pues precisamente para evitarlo está la civilización. Que además pone a disposición de los incontinentes una herramienta inocua, llamada pornografía, que favorece el autoservicio. Como alternativa, apunto, existen moduladores químicos de la testosterona.

16-X-09, Xavier Bru de Sala, lavanguardia