ofensiva militar en Waziristán, respuesta terrorista en todo Pakistán

Los primeros cuatro días de combates entre el ejército de Pakistán y el núcleo duro de los talibanes en Waziristán del Sur, han elevado a 110.000 el número de desplazados, personas que huyen con sus animales hacia las regiones del sur, en busca de familiares y campos de acogida. La ONU cree que habrá 60.000 más, aunque no se teme una crisis humanitaria como la de Suat el pasado verano.

En lo militar, el parte oficial asegura haber sellado todos los accesos a la zona controlada por la tribu rebelde de los Mehsud, que está detrás de la mayor parte de los atentados suicidas en Pakistán. Esto incluye su línea de aprovisionamiento de armas desde Afganistán.

Un total de 28.000 soldados avanzan en tres frentes, con apoyo aéreo y artillería pesada. Los combates han costado la vida a un centenar de guerrilleros y a trece soldados, según el parte oficial. Los talibanes y la población civil habla de muchos más muertos.

El ejército asegura haber destruido varios arsenales en cuevas. Afirma también que controla los cerros estratégicos, singularmente los que rodean a Kotkai, donde los talibanes han rechazado un primer asalto. Esta es la localidad natal del joven cabecilla de Tehrik-e-Taliban Pakistán (TTP), Hakimulah Mehsud, y de su primo, Qari Husein, que dirige un campo donde se instruye a adolescentes en el manejo de cinturones suicidas.

Unos jóvenes, precisamente, se volaron ayer por los aires en la Universidad Islámica Internacional de Islamabad, llevándose por delante a seis estudiantes, la mayoría en la cafetería de chicas. "Todo Pakistán es una zona de guerra", comunicó un portavoz talibán a la BBC, después de atribuirse su autoría.

Los talibanes, de hecho, desmienten el triunfalista parte militar, algo difícil de contrastar puesto que el teatro de operaciones ha sido vedado a los periodistas locales y extranjeros. Miembros de TTP han comenzado a recaudar un nuevo impuesto revolucionario en otras áreas tribales para sostener lo que anuncian que será "una larga lucha".

"El próximo 11-S vendrá de las zonas tribales de Pakistán", advirtió el general norteamericano David Petraeus, cuando todavía era comandante en jefe de las fuerzas multinacionales en Iraq. Anteayer, como máximo responsable del ejército de EE. UU. en Afganistán, pudo darle una palmada en la espalda al jefe del ejército Pervez Kiyani. Esta ofensiva rehabilita temporalmente la imagen de un ejército cuyo compromiso a la hora de extirpar a Al Qaeda - y no digamos a los talibanes-ha sido cuestionado. Y el primer ministro Raza Gilani aprovechó para exigir a Petraeus y al senador John Kerry que EE. UU. desbloquee el pago de facturas al ejército pakistaní.

El impago tiene que ver con las dudas sobre el uso de los 11.000 millones de dólares abonados por Washington desde el 11-S y que el general Musharraf reconoció recientemente que no habían sido utilizados para combatir a los talibanes sino para rearmarse frente a India. Así sería en el mejor de los casos, ya que durante la dictadura los militares afianzaron su control sobre la economía y construyeron varias urbanizaciones de lujo para oficiales.

No es de extrañar que el secretario de Defensa de EE. UU., Robert Gates, asegure que "todavía es pronto" para las felicitaciones. La desconfianza se justifica porque entre el 2004 y el 2007 ya hubo tres ofensivas en Waziristán, seguidas de otras tantas treguas. Durante los dos últimos años, sólo los aviones no tripulados de la CIA han violentado este emirato talibán con el objetivo de liquidar a los miembros de Al Qaeda. Algunas decenas han sido eliminados, pero también 500 civiles.

21-X-09, J.J. Baños, lavanguardia