´Estudiar más o mejor´, Francesc-Marc Álvaro

Las personas que hicieron el bachillerato antiguo consideran, seguramente con razón, que aquellos estudios proporcionaban una base de conocimientos bastante sólida y muy útil, tanto si uno accedía a ciclos superiores de formación como si uno entraba en el mundo laboral y aparcaba los libros para siempre. Los que cursamos la EGB y el BUP, ambos eliminados con la última reforma emprendida, también mantenemos que aquel sistema generaba una estructura más consistente y más completa de saber elemental de lo que hoy lo hacen la primaria, la ESO y el nuevo bachillerato. Este juicio no responde sólo a percepciones subjetivas y generacionales, es algo que mantienen, datos en mano, muchos educadores y expertos. Una mera comparación de lo que hacíamos nosotros con 12 años en el aula y lo que hacen ahora nuestros hijos a la misma edad resulta tremendamente esclarecedora. La conclusión es dura: la educación elemental ha perdido grosor, nervio, ambición y amplitud. En lugar de crecer, se ha empequeñecido. Ahora, la sociedad se conforma con menos. Y no es sólo una cuestión de número de escolares por aula, ya que los que tenemos 40 años fuimos el grueso del baby boom, que no se ha vuelto a repetir con posterioridad.

El listón de la enseñanza primaria y secundaria es bajo. Así las cosas, el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, ha dejado caer la posibilidad de que la educación obligatoria llegue hasta los 18 años, en vez de los 16 actuales, cuando concluye el último curso de la ESO. Los políticos, a veces, lanzan globos sonda de este tipo, para ver cómo reacciona la gente. Puede que el ministro esté calibrando esta hipótesis y necesite pulsar la opinión pública. Si es así, contribuyamos al debate con sinceridad. La idea no es buena ni mala en sí, pero deja entrever que los poderes públicos no saben muy bien de qué forma elevar el nivel de unos estudios que, quiérase o no, serán los únicos para una parte importante de los ciudadanos. ¿Prolongar la obligatoriedad de la permanencia en los centros educativos servirá de algo? Basta con hablar con los profesores que a diario dan el callo en la ESO para comprender que, a cada día que pasa, es más difícil que muchos jóvenes entre 14 y 16 años acepten las obligaciones y la rutina que van unidas a la condición estudiantil. Seguro que muchos docentes, fatigados de intentar actuar en un contexto cada vez más hostil, se habrán quedado helados al escuchar la sugerencia ministerial.

Por otro lado, es altamente paradójico que nos planteemos prolongar la educación obligatoria hasta la mayoría de edad cuando, a la vez, en otros aspectos, la administración y el mercado tratan a los adolescentes como adultos, caso del proyecto de reforma de la ley del aborto, según el cual las jóvenes menores podrían acudir a los servicios médicos sin comunicarlo a los padres. ¿En qué quedamos?

30-X-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia