´De democracia y (cómo evitar la) corrupción´, vv.aa.

"La corrupción es el cáncer de la democracia y recurrir sólo a la cirugía para poner remedio a la enfermedad es un error. Si no se ataca al origen de la dolencia, la epidemia se seguirá expandiendo". Lo dice Víctor Lapuente, profesor de Ciencia Política en el Quality of Government Institute de la Universidad de Gotemburgo (Suecia). Es un centro creado, en palabras de este profesor, "para el análisis de la corrupción o, mejor habría que decir, para estudiar los países que no padecen ese cáncer". Y es que para Lapuente lo normal en la historia de la humanidad es la corrupción, mientras que lo anormal es el buen gobierno.

¿Podría entonces afirmarse que la corrupción es inherente a la política? Ignacio Urquzu, doctor europeo en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, considera equivocado limitar la corrupción sólo al ámbito político y estima más acertado afirmar que ese cáncer del que habla Lapuente "es inherente allí donde hay poder". Por lo tanto, tilda de desafortunada la creciente creencia entre los ciudadanos de que todos los políticos son corruptos, aunque sí reconoce que ellos tienen más números para caer en esa trampa porque la tentación llega cuando hay poder. Y ahí es donde entra en acción la codicia, "un mal que sí es innato al ser humano y el culpable de la mayoría de casos de corrupción", afirma Pere Oriol Costa, catedrático de Comunicación Política de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).

¿Sería más acertado, pues, afirmar que es el poder el que corrompe? "Sí, pero sólo para aquel que se ejerce sin control", responde Víctor Lapuente, que apunta una solución para poner remedio a esa enfermedad: "Para acabar con la corrupción la mejor receta es la creación de sistemas de contrapoder con la única misión de controlar a los políticos". Confiar sólo en la cirugía (que no sería otra cosa que las operaciones policiales y judiciales contra los políticos corruptos) no es suficiente para aniquilar "este cáncer extendido por todo el mundo y tan antiguo como la misma humanidad", añade este politólogo.

Y la prueba está en España, donde se destapan, día tras día, nuevos casos a pesar del incremento de detenciones por escándalos financieros y urbanísticos en estamentos públicos. "Esas actuaciones sólo quitan de la circulación al enfermo cuando su estado es ya terminal", añade este profesor de Ciencia Política de la Universidad de Gotemburgo. "Para atacar de verdad a la corrupción hay que ir al origen del mal, algo que en España y otros muchos países de Europa y el mundo todavía no se hace", asevera Lapuente.

Un espejo en el que habría que mirarse está en los países nórdicos. "El siglo pasado un ministro de fianzas de Dinamarca dilapidó un tercio de la recaudación de impuestos del país. Un escándalo que supera con creces a todos los nuestros", recuerda Víctor Lapuente. "Pero desde la década de los setenta las cosas son muy diferentes y las medidas adoptadas en esos países para erradicar la corrupción política funcionan". Ha sido tan fácil y a la vez tan drástico, indica este profesor, como acabar con lo que en argot político se conoce como el "aparato". Es esa estructura formada por personas que trabajan siempre a la sombra y reparten los cargos a modo de recompensa. "Los partidos suelen premiar con cuotas de poder a los más fieles o a aquellos que exigen una recompensa por sus silencios", indica Ignacio Urquzu. En los países nórdicos se ha erradicado esa práctica con la elección de las personas por sus conocimientos, como se hace cualquier empresa seria. "El único secreto es premiar más la profesionalidad para la gestión pública que la fidelidad política", apunta Víctor Lapuente.

"Los funcionarios y altos cargos no son, por lo tanto, tan dependientes a los colores políticos o a la persona que en esos momentos ocupa un cargo, como ocurre en la mayoría de gobiernos de Europa", añade este profesor aragonés, que ha tenido que emigrar a Suecia para investigar sobre la corrupción porque en España apenas nadie se dedica a este trabajo.

Ese contrapoder implantado en el propio sistema se ha demostrado eficaz en los países que lo aplican. Hace poco un político sueco fue denunciado por uno de sus funcionarios al enterarse este de que su jefe planeaba una urbanización ilegal en una zona costera del país.

¿Quién suele dar el primer paso en los casos de corrupción? Pere Oriol Costa lanza un capote a los gobernantes al afirmar que "muchas veces la tentación viene de fuera". Los ejemplos están en las hemerotecas, basta un repaso de los casos más sonados de corrupción para apreciar que en las fotos de imputados entrando en los juzgados siempre hay, junto a los políticos, prósperos empresarios. "La ocasión de corromperse, sobre todo cuando se hacen tareas de gestión, se maneja dinero y el poder se prolonga en el tiempo, siempre estará latente", añade Costa.

Y aunque nunca hay que olvidar que el primer responsable es el político que cae en la trampa, Costa afirma que "ha llegado ya la hora de exigir a los partidos políticos la creación de mecanismos para controlar a sus afiliados y gobernantes, de manera que se corte de raíz cualquier irregularidad de aquellos que caen en la tentación".

Estos expertos en Ciencias Políticas y Sociología entienden que buena parte de la sociedad haya perdido ya la confianza en sus políticos, pero consideran un error hacer un discurso generalizado y pensar que todos los gobernantes son corruptos. "La mayoría de políticos son honestos y eso no hay que olvidarlo nunca", afirman. Aunque la actual práctica política peca, en opinión de Esther Vivas, activista en diferentesmovimientos sociales, de "una excesiva connivencia con el poder económico". Y eso está pasando factura en los miles de ciudadanos embarcados en movimientos sociales.

El malestar, reconoce Vivas, aumenta cada día por las trabas que hay que superar a la hora de conseguir una ayuda oficial y "desayunarse después con noticias de gobernantes que han dilapidado fortunas en dinero público". Pero esta activista, lejos de llamar al desánimo, lo que hace es animar a la movilización. "Ahora es cuando hay que protestar más que nunca y rehuir del desánimo", afirma Esther Vivas.

Diferentes estudios revelan que muchas veces la corrupción de los políticos se practica con la connivencia de los ciudadanos. Suele pasar en comunidades pequeñas, "donde los beneficios de esas prácticas ilegales benefician a la mayoría de vecinos", señala Ignacio Urquzu.

Una investigación de la Fundación Alternativas destapó que la mayoría de alcaldes de pequeños municipios salpicados por casos de corrupción vuelven a ser reelegidos por sus electores. Y eso ocurre por la dependencia surgida del actual sistema entre el ciudadano, que espera del político el pago de favores, contratos o puestos de trabajo en la administración a cambio de su fidelidad en las urnas.

Por eso a Víctor Lapuente ya no le extraña ver esas imágenes, propias de países como España, Italia, Francia o Portugal, "de gente muy exaltada y enloquecida en un salón de plenos cuando un político de su color pierde, por ejemplo, el poder por una moción de censura. Esa reacción se explica porque el pan de cada día de muchos de ellos depende de ese gobernante".

1-XI-09, J. Ricou, lavanguardia

Coleridge no conocía Santa Coloma de Gramenet pero escribió, en 1823: "La deuda pública ha enriquecido a muchas personas que no lo merecen". Mucho antes, en una carta de san Pablo, leemos: "Raíz de todos los males es la avidez por el dinero". Y, en la China del siglo IV a. C, el filósofo Zhuangzi anotó: "Roba un clavo y serás ahorcado por malhechor; roba un reino y te convertirás en noble". De la lectura de Breu història de la corrupció - recién y oportunamente publicado por La Campana-,del italiano Carlo Alberto Brioschi, se desprende que jamás hubo una civilización sin corrupción, pero también que ello no significa tener que aplaudir el robo como si se tratara de un deporte olímpico. El autor recorre diferentes ejemplos de corruptelas, clásicas y modernas, pequeñas y grandes, desde la Biblia hasta nuestros días, pasando por la civilización mesopotámica, el antiguo Egipto, los griegos y los romanos, la edad media, el nacimiento del capitalismo, la ilustración, los totalitarismos del siglo XX... Un vibrante recorrido que culminan los Berlusconi, Madoff, Fujimori... y en el que el lector observa que las flaquezas morales de los hombres con poder son una constante a lo largo de los siglos.

Curiosamente, muchos historiadores no otorgan una excesiva importancia a este tema: "¿A quién le interesa si César robaba? - apunta Brioschi-,abundan los mandatarios deshonestos pero que son recordados por otras cuestiones". No obstante, Brioschi pide distinguir entre "depravaciones pequeñas y grandes". Pragmático, apunta: "Tanto si nos gusta como si no, los untamientos, las comisiones, las propinas y los porcentajes sobre los contratos parecen el precio inevitable ante determinados engranajes sociales, por características antropológicas inalienables. La cuestión, por tanto, sería qué límites le ponemos a eso, arrancar la corrupción de la zona de sombra de las cosas ocultas, evitar la hipocresía". Advierte que los sistemas que se han querido basar en la presunción de un hombre bueno o una moralidad infalible conducen al totalitarismo. Umberto Eco sugirió que, en vez de escoger dirigentes que suponemos honrados, "¿no valdría más la pena escoger a alguien ya sospechoso y vigilarlo?". Resuena la frase de Karl Popper: "En una sociedad abierta el problema no es tanto quién manda sino cómo controlar a quién manda". Yes que ya lo dijo George Washington: "Muy pocos hombres se pueden resistir al mejor postor".

1-XI-09, X. Ayén, lavanguardia

No existen recetas. La sensación de perplejidad es tan elevada entre la ciudadanía que resulta muy difícil identificar alguna terapéutica que realmente sea eficaz. Los hechos de corrupción catalizan el sentimiento de desánimo y uno tiene la impresión que actuar correctamente, hacer las cosas bien, velar por la excelencia es una estupidez, una ingenuidad de los que no saben de qué van las cosas.

Uno puede pensar que la manera de superar el desánimo consista en apagar la televisión, en no leer ningún periódico, en no escuchar ninguna cadena radiofónica, en asilarse del mundo e impermeabilizarse de las noticias tóxicas y desarrollar serenamente la propia existencia que, de por sí, ya es muy difícil. Pero esta estrategia es inviable y, además, pueril.

Los medios de comunicación de masas no tienen como objetivo diagnosticar el mundo. Lo noticiable es muy frecuentemente lo extravagante, lo negativo, lo monstruoso, incluso lo delirante. La multiplicación de noticias de corrupción y de prevaricación suscita la falsa visión de que todo es sucio y deplorable. Como consecuencia de ello, irrumpe el desánimo, la atonía vital. No se puede, jamás, generalizar, ni sacar conclusiones globales a partir de lo que ocurra en una fundación o en un ayuntamiento. No se debe ocultar la corrupción como se hace en todas las dictaduras para crear la sensación de que todo va bien, de que todo es tal y como aparece. Lo realmente grande de una sociedad abierta es que se conoce la corrupción, la prevaricación y el mal uso de las instituciones. Este conocimiento permite tomar riendas en el asunto. Eso exige, por parte de la ciudadanía, la mayoría de edad, la capacidad para no generalizar, ni caer en el desánimo.

Para superar el desencanto se debe fijar la atención en los buenos ejemplos, en los referentes (que los hay), que actúan correctamente y trabajan competentemente. Los medios de comunicación social no deben ocultar la basura, pero también deben presentar lo bello, lo noble, lo excelso para equilibrar el estado de ánimo colectivo. Necesitamos visibilizar los referentes honestos, los ejemplos de honradez que permitan recuperar el ánimo y transformar el desencanto en entusiasmo.

1-XI-09, F. Torralba, Director de la Cátedra Ethos de la Univesitat Ramon Llull, lavanguardia