´Qué Pakistán´, Xavier Batalla

En el debate sobre cómo ganar la guerra en Afganistán y Pakistán (Afpak), una parte de la Administración Obama se inclina por prestar más atención a Pakistán, Estado aparentemente aliado, con armamento nuclear y cuna de talibanes. Pero ¿en qué Pakistán piensan quienes consideran que ese país, y no Afganistán, es el huevo de la serpiente?

Pakistán es un Estado más complejo de lo que indica su ya complicada división en cuatro provincias y siete áreas tribales administradas federalmente, lo que quiere decir que están administradas como Dios manda, al menos según los talibanes, que son los que allí cortan el bacalao. Pakistán no nació como lo hizo India, donde el parto fue controlado por una clase media que optó por una democracia socializante y laica. En Pakistán, la independencia fue administrada por militares y terratenientes, lo que determinó el predominio de Punyab, la provincia que en Pakistán representa lo que Serbia era en la antigua Yugoslavia. El ejército pakistaní, mayoritariamente punyabí, ha sido históricamente la columna vertebral de un régimen que ha mantenido a raya a las otras grandes comunidades (pastunes, baluchis y sindis), que se consideran discriminadas. La provincia de Punyab, con más de 80 millones de habitantes, es la clave pakistaní.

Los pastunes, que se concentran mayoritariamente en el noroeste, incluidas las zonas tribales, junto a la frontera con Afganistán, son el granero de los talibanes. No todos los pastunes son talibanes, pero tampoco renuncian a proclamar, si se unieran con los pastunes de Afganistán (los dos, 40 millones), un Pastustán independiente. Los sindis, en el sudeste, suman unos 25 millones, lo que les convierte en el principal apoyo al feudalismo que personifica la familia de los Bhutto, hoy en el Gobierno a través del viudo de Benazir. Y, finalmente, los baluchis, que no son los más numerosos (unos 7 millones), pero tampoco olvidan que su territorio histórico se lo siguen repartiendo Pakistán, Afganistán e Irán.

En síntesis, el fin del colonialismo británico no significó mucha independencia para pastunes, sindis y baluchis, que entonces pasaron a ser controlados por la bota militar de Punyab. El resultado ha sido una rivalidad que, en buena parte, explica la ausencia de grandes avances del ejército en la lucha contra el terrorismo. Cada víctima civil entre los pastunes no necesariamente aumenta el reclutamiento en las filas talibanes, pero sí alimenta el nacionalismo pastún. Por eso los militares pakistaníes prefieren ir con pies de plomo. Y los baluchis, que ya han librado cinco guerras con el ejército, aprovechan la inestabilidad actual para forjar buenos lazos con los sindis. En este contexto, ¿en qué Pakistán tendría que confiar Washington? La idea es que si Pakistán se rompe algún día, el armamento nuclear permanecerá bajo control de los militares, esto es, de Punyab.

25-X-09, Xavier Batalla, lavanguardia