ŽLegalizar o noŽ, Josep Maria Ruiz Simon

Según una vieja taxonomía, existen cuatro tipos de problemas políticos: los problemas insolubles (con los que no se debe perder ni un minuto), los problemas que pueden esperar (cuyo tratamiento puede posponerse), los problemas que se resuelven con el tiempo (que se agravan al tratar de solucionarlos con precipitación) y los que se resuelven por sí mismos (que es conveniente dejar como están). De acuerdo con esta clasificación, el arte de la política consistiría en identificar la naturaleza de cada problema para poder así despreocuparse de los que no tienen solución y dejar que el tiempo haga tranquilamente su trabajo en aquellos casos que le corresponden, teniendo siempre como principal objetivo evitar la creación de nuevos problemas al intentar solucionar innecesariamente los presentes. Suele darse por bueno que, a pesar de encontrarse a menudo mezclados, el problema de la financiación de los partidos políticos es un problema de la segunda especie, mientras que el de la corrupción lo es la primera. Pero, como recuerdan los clásicos, la pereza es la almohada del diablo, y el trono del pecado, desde el que da audiencia a toda clase de crímenes. Los políticos nunca deberían dejarse llevar por la inercia. Esa es la principal lección que transmitió Jonathan Swift en 1729 en Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público.

Proponía Swift en esta sátira combatir la pobreza aprobando una ley que permitiese a los menesterosos vender como carne a sus hijos de un año para que, estofados, asados, al horno o hervidos, pudieran acabar siendo un suculento plato para los ricos. La imaginativa y proactiva propuesta de Swift no llegó al Parlamento inglés. Tampoco creo que, pese a sus hipotéticas consecuencias benéficas y a la ausencia de efectos laterales cruentos, llegue por el momento a discutirse en el Parlamento catalán ni en el español la propuesta de legalizar la corrupción, una propuesta que desde hace algún tiempo circula por la blogosfera y que fue tratada, con todos los honores académicos, por Wolfgang Hetzer, consejero de la Oficina Antifraude Europea, en la Tercera Escuela de Verano Internacional Anticorrupción, que, organizada por el Gobierno austriaco, se celebró en Hernstein el pasado julio. Los argumentos de quienes defienden esta legalización coinciden, en parte, con los que se emplean a favor de la regulación de otra actividad con orígenes igual de remotos, la prostitución, que también suele ser objeto de discursos hipócritas y constituye un importante sector económico cuyos intercambios, a causa de su criminalización, no se incluyen en el producto interior bruto y se sustraen a la fiscalidad. Son argumentos que plantean problemas que algunos consideran que son insolubles o pueden esperar, aunque no se resuelvan con el tiempo ni por sí solos.

10-XI-09, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia