¿quién para la Presidencia del Consejo de (qué) Europa?

La cuestión parece que nunca se formuló como tal, pero ha hecho fortuna. "¿A quién tengo que llamar para hablar con Europa?", se dice que preguntó Henry Kissinger como secretario de Estado, confuso con la infinidad de posibles interlocutores en el Viejo y - en especial a ojos de EE. UU.-todavía desunido Continente.

"Kissinger nunca lo dijo. Lo sé porque se lo pregunté", asegura José Manuel Durão Barroso, satisfecho porque, décadas después, la falsa pero pertinente pregunta tenga una respuesta más clara que nunca: Hillary Clinton -por seguir con el supuesto estadounidense- debería hablar con el nuevo alto representante de Política Exterior (cargo que se fundirá con el del comisario europeo del ramo, heredando sus medios).

Para conocer su número de teléfono, Clinton deberá esperar al día 19, fecha en que los dignatarios europeos se han citado para elegir a sus nuevos líderes.

Nombrarán, además, al primer presidente estable del Consejo Europeo, la institución que reúne a los Estados, aunque sin poder ejecutivo ni medios que estimulen veleidades de jefe de Estado. Pero esta innovación, pensada para amasar consensos internos y unificar la cara de Europa ante el mundo, no resuelve otra pregunta, más relevante en un mundo que tiende hacia un G-2 (EE. UU. y China): ¿A quién debería llamar el presidente Barack Obama para hablar con Europa?

El tratado de Lisboa no lo aclara, como admite Barroso y otros dirigentes que o bien no quieren perder su privilegiada interlocución directa con los líderes mundiales, o bien desean ejercerla cuando llegue su turno de presidencia rotatoria del Consejo. A diferencia de la Constitución, el tratado final mantiene el semestral baile de las sillas:ahora Suecia, en enero España, luego Bélgica...

De cara al exterior, tiene consecuencias. Si las cumbres con países terceros se celebran en Bruselas, las organizará y las pagará el nuevo presidente (¿Tony Blair?, ¿Herman Van Rompuy?, ¿alguien por descarte?) ya que, según el tratado, "asumirá, en su rango y condición, la representación exterior" de la UE. Pero si tienen lugar en el país que ostenta la presidencia de turno las cosas se complican. La convivencia protocolaria entre el nuevo presidente y el dirigente del país anfitrión no está definida. "Hablaremos con el que venga", apuntan fuentes diplomáticas de España, que recibirá a Obama en mayo.

Algunos aconsejan mirar al sueldo para ver el rango que tendrá respecto a los dirigente nacionales y otras instituciones de la UE. El presidente del Consejo cobrará un salario bruto de 304.000 euros al año, según un documento interno que en los días previos a su nombramiento se cocina en Bruselas. No es casual que sea la misma cantidad que perciben los presidentes de la Comisión y de la Eurocámara, aunque con un gabinete más reducido (22 personas, frente a las 33 y 37 de las otras instituciones). En total, los gastos relacionados con esta nueva figura - personal, seguridad, viajes-ascenderán a seis millones de euros anuales.

Así las cosas, es posible que, con Lisboa, en lugar de que una sola silla represente a Europa, en las cumbres haya que añadir otro asiento a la bancada habitual frente a Obama, Manmohan Singh o Hu Jintao. Analistas y políticos coinciden en que la actual situación debilita a Europa: resulta una "repetición o cacofonía, y ninguna de las dos cosas es buena", afirma Javier Solana respecto a la sobrerrepresentación de la UE en el G-20 o el FMI, donde tiene más sillas que influencia.

Lisboa trae más novedades, como una diplomacia común, pero al final lo que importará es si hay voluntad política para articular un discurso que dé a Obama, y otros líderes mundiales, alguna razón para llamar a Europa.

16-XI-09, B. Navarro, lavanguardia

Tras ocho años de debates, tensiones y psicodramas varios, el tratado de Lisboa entrará en vigor el uno de diciembre. Llegado el momento de elegir al primer presidente estable del Consejo de la UE, se detecta cierto pánico escénico entre los dirigentes europeos. Se dividen entre quienes desean que los represente una personalidad fuerte como Tony Blair - por quien haga falta "parar el tráfico" cuando llegue a Pekín o Moscú, como dijo el británico David Miliband-y los que buscan a alguien que no les haga sombra, aun a riesgo de que el tráfico internacional le pase por encima. El dilema se resolverá, si las cosas no se tuercen, en la cumbre extraordinaria convocada el jueves en Bruselas. Negocia el asunto el premier sueco Fredrik Reinfeldt, que ha admitido que tiene más candidatos que puestos para repartir (dos, presidente y ministro de Exteriores) y ha optado por ampliar el abanico incluyendo el de secretario general del Consejo, un puesto de alto funcionario en el que España confiaba en situar a su embajador ante la UE, Carlos Bastarreche. Ahora se corre el riesgo de que Suecia quiera compensar con este cargo a algún país damnificado,por ejemplo Holanda si se descarta a Jan Balkenende como presidente.

16-XI-09, B. Navarro, lavanguardia