īLa honradez de los futbolistasī, Dagoberto Escorcia

Alguien se ha imaginado qué habría pasado si Thierry Henry, en lugar de correr loco de felicidad a celebrar el gol de su compañero Gallas, que clasificaba a Francia y eliminaba a Irlanda para el Mundial de Sudáfrica, hubiera corrido hacia el árbitro del encuentro a decirle: "Anúlalo, que se la he pasado con la mano?". ¿O si Gallas en lugar de rematar el balón que claramente su compañero le había pasado de forma antirreglamentaria no hubiese marcado, sino que hubiera cogido la pelota con la mano para anular la jugada o hubiese tirado el balón fuera? ¿Cuál habría sido la reacción de la afición francesa? ¿Cómo habría sentado semejante decisión a los patrocinadores de la selección de Francia, a TF1, que tiene comprado los derechos televisivos para retransmitir el Mundial? ¿Y a Adidas? Seguramente Henry o Gallas se habrían convertido en futbolistas inmortales por haber tenido un extraordinario detalle de honor y de honradez tan poco habitual en el fútbol.

Cuenta la historia que actuaciones tan ingenuas y, al mismo tiempo, llenas de honestidad han existido bien pocas. En el fútbol español hay una conmovedora. La protagonizó Pedro Zaballa, en 1969, en el Bernabeu. El extremo cántabro, que tiene el honor de haber marcado el gol 2.000 del Barça, jugaba con el Sabadell contra el Madrid. El partido iba 0-0 y Peru Zaballa se encontró un balón tras un choque entre el portero Junquera y el defensa Espíldora. Los dos defensas blancos quedaron tendidos y Zaballa con el balón y la puerta vacía. El bueno de Zaballa no remató a gol sino que lanzó la pelota fuera para que atendieran a los dos lesionados. El Sabadell acabó perdiendo, pero Zaballa fue condecorado con el premio fair play de la Unesco. Quizás es de la jugada de la que más satisfecho y orgulloso estuvo. Los libros tienen en sus páginas cívicas y en las de la buena conciencia de los futbolistas al mítico goleador azulgrana César Rodríguez, que, en un Barça-Murcia, lanzó un penalti fuera al considerar que la jugada sancionada no había sido pitada correctamente. El público, que había abucheado la decisión arbitral, aplaudió el cortés gesto de César, pero a medida que transcurría el partido y que el marcador no se movía la indignación creció entre los aficionados. Ganó el Barça por la mínima al penúltimo de la Liga, pero el equipo se llevó una soberana pitada.

Los dos casos españoles corresponden a partidos de campeonatos largos, mientras que el de Francia ocurre en un partido decisivo. Zaballa no marca al ver dos rivales en el suelo y César al considerar que el penalti no lo era. La jugada de Henry y Gallas es bien diferente.

¿Habrían hecho lo mismo Zaballa o César si se hubieran estado jugando un título? Quizás si Francia se hubiera sentido superior a Irlanda y si al partido le hubieran quedado más minutos de vida el gesto de fair play podría haberse dado. O tal vez tampoco, porque el fútbol es un juego, y como en todos los juegos se busca engañar al árbitro y se premia al futbolista pillo. No es justificable, pero es así. Y mientras los miembros de la FIFA sigan con sus ideas fijas seguirán produciéndose situaciones similares.

El tenis bien que ha evolucionado y ha dado un ejemplo con el ojo de halcón, que permite aclarar botes dudosos de la pelota en pistas que no son de tierra. Pero el fútbol se niega a darle a los árbitros facilidades para que hagan mejor su trabajo. Y no es justo. El fútbol no necesita de la polémica para ser mediático. Ya lo es sin necesidad de trampas. Pero en aras de la honradez tendría que aprovechar más las nuevas tecnologías. Salvaría su imagen y, sobre todo, la de sus futbolistas.

22-XI-09, Dagoberto Escorcia, lavanguardia