cría talibanes... y te sacarán las bombas atómicas

El talibán criado por la inteligencia pakistaní en los noventa se ha convertido en una nebulosa de cuervos que ya no come de la mano de los militares, sino que se atreve a golpear contra el propio cuartel general del ejército, como sucedió el mes pasado. El desafío total de los talibanes autóctonos ha terminado por hacer reaccionar a la cúpula castrense, que no puede permitirse que su principal patrocinador, EE. UU. - empantanado en el vecino Afganistán-, ponga en duda su capacidad de mantener bajo control su arsenal nuclear. No obstante, el esfuerzo tardío en meter al genio yihadista en la botella está salpicando de terroristas suicidas toda la geografía pakistaní, mucho más allá del cinturón pastún fronterizo con Afganistán. La vida cotidiana está en jaque incluso en ciudades tradicionalmente tranquilas como Lahore. La sinrazón terrorista ha llevado el frente de guerra hasta las escuelas y los mercados, de manera que las primeras se han tenido que dotar de guardias armados y los segundos han visto como muchos clientes desertaban.

Pakistán, que durante más de dos décadas ha creído que podía incendiar a sus vecinos Afganistán e India sin quemarse la barba, descubre ahora como la violencia vuelve a casa. Desde el 2005, el número de víctimas mortales del terrorismo en Pakistán se ha prácticamente doblado anualmente, hasta superar los diez mil en lo que llevamos de año (2.033 civiles, 945 miembros de las fuerzas de seguridad y 7.376 insurgentes/ terroristas). Sin embargo, la mayoría de los pakistaníes prefiere negar la evidencia y sigue culpando de los atentados a conspiraciones indias o norteamericanas. Aunque la resistencia a que el ejército "matara a otros pakistaníes musulmanes" ha terminado por ceder ante el recrudecimiento de los atentados en las ciudades. Cuando las orejas de la talibanización aparecieron en el valle de Swat, a un par de horas de Islamabad - con la aplicación de la charia y los azotes-, los urbanitas pakistaníes decidieron que hasta aquí habíamos llegado. El jefe del ejército - y antiguo director del ISI, el principal servicio secreto-Ashfaq Parvez Kayani, podía fotografiarse ayer con las niñas de Swat, cuando hace unos meses sus escuelas eran dinamitadas por los talibanes. Limpiar Swat le ha costado al ejército 550 muertos y más del triple de heridos.

Pero el auténtico nido de la serpiente no está en Swat, sino en los también pastunes territorios de las ÁreasTribales bajo administración federal. Y sobre todo en Waziristán del Sur, cuya mitad oriental fue feudo de Baitulah Mehsud - a quien el líder talibán de Swat, Maulana Fazlulah, alias mulá Radio,decía seguir-.El mulá Radio ya no llama a la guerra santa desde las ondas en Swat, pero promete seguir dando guerra desde un refugio en Afganistán, junto a sus hermanos talibanes, que, como él, son pastunes.

Un destino parecido parece aguardar a los talibanes de Waziristán del Sur. Tras un mes de combates, el ejército pakistaní está cerca de cantar victoria en su ofensiva. Sin embargo, incluso creyendo las cifras de bajas dadas por los militares, el 95% de los talibanes puede haber escapado a las áreas tribales limítrofes, haberse camuflado entre los trescientos mil desplazados civiles o, sobre todo, haberse echado al monte, dispuestos a seguir hostigando como guerrilla.

A diferencia de Swat, en Waziristán el ejército no se ha andado con chiquitas y ha bombardeado a los cientos de guerrilleros uzbekos y árabes -ligados a Al Qaeda- a los que daban refugio. La destrucción no ha contado con testigos independientes y ya se empieza a leer que los talibanes han allanado pueblos enteros antes de abandonarlos. Pero vaciar los valles a bombazos no significa que puedan retenerlos.

En el paroxismo de la guerra, en Peshawar - la capital de los pastunes-los atentados de represalia se han vuelto casi diarios y sus hospitales están desbordados. Aunque la frontera del horror se cruzó hace un mes, cuando ciento veinte personas (más de la mitad mujeres y niños) eran despedazadas por un coche bomba en un bazar. Academias de policía, puestos de control o mezquitas chiíes llevaban años en el radar terrorista. Pero cuando los estudiantes de una universidad islámica caen víctimas de un atentado, ya nadie se siente seguro.

23-XI-09, J.J. Baños, lavanguardia