´Credibilidad y salud pública´, Pedro Alonso y Antoni Trilla

Desde la revolución del neolítico hace 10.000 años, no se había producido una mejora en el estado de salud de las poblaciones humanas como la sufrida en los últimos 100 años. La mortalidad infantil ha disminuido, y continúa cayendo, la esperanza de vida ha aumentado en más de 25 años y hemos sido capaces de erradicar una enfermedad, la viruela. Muchos factores han participado en esta transformación, pero las dos intervenciones que más impacto han tenido son la provisión de agua potable y el desarrollo y aplicación de las vacunas. Las vacunas son el mayor logro de la medicina, más importantes aun que el descubrimiento de los antibióticos, y además de la viruela, están permitiendo el avance hacia la erradicación mundial de la poliomielitis y el sarampión. Especialmente en los países en vías de desarrollo, las vacunas son la intervención sanitaria más poderosa y costo-efectiva para prevenir enfermedades, salvar millones de vidas y lograr los objetivos de desarrollo del milenio de las Naciones Unidas.

Las vacunas son un bien público y tienen una connotación especial. Si yo no me vacuno, dejo de protegerme individualmente, pero obtengo gratis un beneficio gracias a que todos los demás se vacunan. Si una proporción importante de personas deja de vacunarse, algunas enfermedades reaparecerán. En los últimos años y debido a la acción de grupos religiosos contrarios a la vacunación, ha habido epidemias de sarampión en países como Holanda, EE. UU. y el Reino Unido. Mucho más grave es el caso de líderes religiosos de Nigeria difundiendo rumores sobre los efectos perversos de la vacunación contra la polio y dificultando el logro del bien universal que sería erradicar esta enfermedad.

Recientemente hemos sido testigos de un intenso debate en la sociedad y los medios de comunicación, particularmente los catalanes, sobre las bondades y los riesgos de la vacunación contra la gripe A. Vaya por delante el derecho de todos los ciudadanos, incluidos los profesionales sanitarios, a opinar sobre cualquier tema. Pero conviene recordar que no todas las opiniones tienen, o deberían tener, el mismo peso. A la sociedad hay que darle herramientas para diferenciar la credibilidad de los expertos sobre la de los que opinan pero no pueden acreditar un conocimiento avalado por los mecanismos de valoración entre profesionales: experiencia práctica específica en un campo concreto y producción científica contrastada. No bastan los títulos, no todos los médicos saben lo mismo de salud pública, de vacunas o de adyuvantes. El hábito no hace al monje.

Resulta todavía más incoherente que algunos profesionales sanitarios realicen, en foros no científicos y en debates públicos, afirmaciones o comentarios poniendo en duda la competencia profesional de organismos evaluadores encargados de certificar y garantizar la seguridad y eficacia de las vacunas, como la Agencia Europea del Medicamento o la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. Más chocante es que expertos, incluyendo algunos con cargos al frente de entidades públicas sanitarias de vigilancia, se permitan frívolamente criticar las actuaciones de organismos públicos de los que forman parte activa. ¿Cómo han podido participar entonces en el trabajo de agencias evaluadoras que, según su opinión, están cargadas de inconsistencias y plagadas de conflictos de intereses? Desacreditar la industria farmacéutica es un valor seguro, es fácil y vende titulares. La falta de confianza general de los ciudadanos en la administración es, desafortunadamente, creciente y se puede extender a nuestro sistema sanitario, uno de los mejor valorados por los ciudadanos. La terrible paradoja es que los países que más necesitan confiar en estas instituciones vean con asombro que nosotros mismos las desacreditamos. Muchos países africanos se basan en los dictámenes de nuestras agencias para autorizar el uso de vacunas y otros fármacos en sus ciudadanos: confían en su rigor y en su buen trabajo

Para opinar en temas que afectan a la salud de las poblaciones, hay que tener responsabilidad y conocimiento. Estos elementos estuvieron ausentes en la crisis protagonizada por Sudáfrica cuando el anterior presidente y su ministra de Salud, convencidos por un pseudocientífico experto,negaron que el virus del sida causaba esa enfermedad y en lugar de implementar medidas agresivas de control y tratamiento de la enfermedad con antirretrovirales, recomendaron un tratamiento a base de limones y patatas. Hoy Sudáfrica tiene el privilegio de registrar algunos de los datos más desoladores de la epidemia de sida en el mundo. Las opiniones no informadas de sus dirigentes, atendiendo a teorías conspirativas, han causado la infección y muerte de cientos de miles de ciudadanos y han llevado a la posibilidad de que en los próximos meses se presente contra ellos una denuncia en el Tribunal Internacional de la Haya por genocidio.

La investigación biomédica tiene depositadas en las vacunas muchas esperanzas para controlar eficazmente las enfermedades infecciosas. También investiga la posibilidad, en algunos casos ya real, de vacunarse frente a enfermedades crónicas o frente a algunos tipos de cáncer. El empleo de nuevos adyuvantes es esencial para avanzar en la obtención de vacunas más eficaces contra las enfermedades más complejas a las que nos enfrentamos hoy en día. Seguras ya lo son, y mejorarán más su seguridad en el futuro. No hay riesgo cero, pero si las vacunas no fuesen seguras y los adyuvantes fuesen perjudiciales, millones de personas vacunadas en todo el mundo habrían padecido por ello graves consecuencias. Las opiniones sólo deberían valorarse tras evaluar y contrastar la credibilidad científica y técnica, el rigor y la capacidad de demostrar los hechos y la coherencia y confianza en quien las emite. Hay que evitar a los charlatanes y a los que sólo buscan su promoción personal. No vale todo. En salud pública esto es especialmente importante. Está en juego un complejo equilibrio del que depende nuestra salud, la salud de todos. 

28-XI-09, Pedro Alonso y Antoni Trilla, hospital Clínic-Universitat de Barcelona. Centro de Investigación en Salud Internacional de Barcelona (Cresib), lavanguardia