´La dignidad del catalanismo´, Antoni Puigverd

El editorial conjunto causó gran impacto porque todos sus lectores (favorables y desfavorables) percibieron que se trataba de un texto serio y excepcional. El momento también es serio y excepcional. Por primera vez en estos treinta años de democracia va a ponerse a prueba - mediante irrefutable sentencia-la amplitud de la Constitución. Una Constitución que hasta ahora era un traje holgado que se adaptaba con más o menos comodidad a distintos sentimientos de pertenencia. Nació para superar los enfrentamientos de la España trágica, pero muchos quisieran verla convertida en martillo de herejes. Presionado a cada instante por las tremendistas exigencias de la prensa de Madrid, el tribunal podría dejar fuera de la Constitución a los herederos de tres de sus redactores: Miguel Herrero de Miñón, por un lado; Miquel Roca Junyent y Jordi Solé Tura, por otro. En este segundo caso, quedarían fuera de juego los hijos y nietos de la Assemblea de Catalunya.

Como es sabido, aquella Assemblea reunió al antifranquismo catalán y consiguió en los primeros setenta un extraordinario grado de transversalidad. El catalanismo es una corriente abierta e inclusiva, que no opone lo catalán a lo español. Forman parte de este tronco los nacionalistas e independentistas, sí, pero también los federalistas y otros muchos catalanes que se sienten también españoles o más españoles que catalanes. La gracia del catalanismo es que abre puertas, en lugar de acotar el espacio (tal virtud fue muy cuestionada, ciertamente, por el nacionalismo en tiempos del potente liderazgo del Pujol). El editorial firmado por los periódicos es un perfecto ejemplo de ello: no ataca, reflexiona; no coacciona, expresa preocupación; no subvierte el sistema, busca mejorarlo. Son muy pocos los que han observado que los contenidos críticos del editorial, así como su estilo, son más que mesurados. Escrito en un lenguaje pulcro y educado ("confiamos en la probidad de los jueces"), el editorial no alecciona a nadie (sería del género tonto pretender enseñar derecho a los magistrados): se limita a enfatizar la versión catalana del contexto.

¿El catalanismo es pensamiento único? ¿Acaso es más unánime consensuar un texto en un momento de extrema gravedad que competir diariamente para expresar sin matices el rechazo a los disidentes de la más tópica visión de España? ¿En qué periódico de Madrid ha observado Francesc de Carreras más aprecio por la libertad que en La Vanguardia (¡si el mismo día en que se publicaba el editorial, también se publicaba un artículo suyo demoledor contra el Estatut!)? ¿En qué periódico de Madrid aceptarían que, días después, el mismo autor redoblara sus críticas condenando la decisión del periódico que le acoge? Lo que en otros medios es impensable, en La Vanguardia es tradición y tiene nombre: liberalismo. ¿En qué radio pública española se habría organizado, en un día de hervor patriótico, un debate como el que organizó Manel Fuentes en Catalunya Ràdio?: ¡ÁlexSalmon (director catalán de El Mundo)contó por expresa decisión del moderador con más tiempo que sus oponentes, Rafael Nadal y F. Marc Álvaro!Algo parecido sucedió en el programa de Josep Cuní. No fue necesario prepararlo: las tertulias catalanas son las más plurales de España, gracias a la debilidad del poder y a la fragmentación del mapa político.

¿Algo huele a podrido en Catalunya? Por supuesto: ahí están los casos Palau y Pretoria. Pero ya basta de presentarla como madre de todas las podredumbres. Algo huele a podrido en Barcelona, como en Madrid, París y Londres. Sólo desde el despecho, el resentimiento, el odio o la mentira puede definirse la maldad congénita de un territorio; y condenarlo al purgatorio hasta que no comulgue con los buenos.

No veo yo a los que hablan sin cesar del pensamiento único catalán muy dispuestos a cuestionar las unanimidades del resto de España. Juanjo López Burniol o Enric Juliana, ahora en el centro del debate, criticaron duramente la puja nacionalista de la fase catalana del Estatut. Otros muchos lo hicimos. Da igual: la realidad de los hechos no puede estropear el prejuicio de los que, años ha, decidieron que el catalanismo es una enfermedad.

En Madrid han articulado una caricatura catalana en la que sólo caben dos tipos: los extremadamente críticos con el sistema catalán de referencias o los más radicales independentistas. Los moderados no existimos, a pesar de ser mayoría. A pesar de buscar una y mil veces todo tipo de encajes y equilibrios. Ni un solo aliado hemos encontrado en Madrid estos últimos años. Algunos hay, pero siempre callan. Callan mientras nosotros nos enfrentamos a los radicales catalanes. Callan cuando la legión de radicales de allí insulta y desprecia todo lo que suene a catalán. Callan y observan con lupa de madrastra cualquier mínima manifestación de la impureza democrática de los catalanes. ¿De dónde sacan la pretendida superioridad moral de su práctica democrática?

Me voy a permitir un acto de vanidad colectiva por primera vez en mi vida de columnista. Estoy orgulloso del catalanismo civil. Ha reflexionado en voz alta y grave. No ha amenazado: se ha limitado a recordar el contexto. Y lo más importante: ha conseguido atraer (de momento) hacia la moderación a los radicales. Sí: mientras el catalanismo consigue, no sin dificultad, moderar a sus radicales, el españolismo consigue con demasiada facilidad radicalizar a sus moderados.

30-XI-09, Antoni Puigverd, lavanguardia