´Vale, quitamos los crucifijos. Pero, ¿qué ponemos?´, Santiago Navajas

El asunto de los crucifijos en los centros educativos no es baladí. Se suele plantear como una derivada de la libertad religiosa, del derecho de creer o no creer. Lo plantearé desde otro punto de vista: el de la “muerte de Dios”. Hegel y Nietzsche fueron los dos pensadores que anunciaron la muerte de Dios. “Dios” era un resumen de la objetividad ingenua, en el caso de Hegel, y de todos los valores trascendentes para lo que atañe a Nietzsche. Los occidentales nos habíamos vuelto demasiado lúcidos, también demasiado cínicos, para creer en fundamentos absolutos y trascendentes para justificar nuestra conducta civilizada.

La noticia de la muerte de Dios produce un sobrecogimiento. Un temor y temblor paralelo, aunque de sentido contrario, al que sentía Kierkegaard ante Jehová. En lugar de la Presencia Infinita, la Nada Infinita. El nihilismo como horizonte del tiempo sin dioses, sin valores trascendentes. En la práctica, campos de concentración, Auschwitz y Gulag. La civilización dio paso a la barbarie científico-tecnológica. Salimos de la trampa divina para entrar en la jaula de hierro burocrática (Weber dixit).

Si ahora quitamos los crucifijos y no sustituimos su vacío en las paredes estaremos ahondando en el nihilismo. Lo característico del Occidente Ilustrado, el que ha asesinado a Dios, reside en su autocrítica como método y como actitud. Y sobre esa autocrítica se han construido las instituciones sociales que han modelado su perfil: el capitalismo, la ciencia y el Estado de Derecho. Por ello, en modesta propuesta, los crucifijos, recordatorio de una época sobrepasada en los que realmente no creen ni sus nominales partidarios, deberían dar lugar en todas las aulas a los retratos simbólicos de una época que, como diría Kant, es de Ilustración pero aún no es ilustrada. No se me ocurren ejemplos mejores -tanto por lo que significaron en su campo de especialización como por su ejemplaridad personal- que Charles Darwin -ciencia-, Adam Smith -capitalismo- y el Barón de Montesquieu -Estado de Derecho, y por lo mucho que molestaría a Alfonso Guerra-

A diferencia de los crucifijos no se enseñaría a los estudiantes a aprender su doctrina, sino su método, y se les animaría a criticarlos, a superarlos, a pensar con ellos pero contra ellos.

Santiago Navajas, Blog Santiago Navajas, 7-XII-09, davidballota