´Ministerio de Kultur@´, Joana Bonet

Las expresiones con la palabra cultura son peligrosas. De entrada, porque es un término ya de por sí solemne, aunque admite acompañantes. Las hay tan ingenuas como "la cultura es de todos" y tan liberales como "la cultura se paga", marxistas como la cultura de masas o la cultura elitista, y en su devaluación incluso existe la cultura del bricolaje. Interpretada por el romanticismo como el abrigo para proteger al espíritu de la intemperie, la cultura burguesa ha resultado ser un concepto dinámico y voraz. Marc Fumaroli, académico, ultraliberal y clasista, proponía sustituir cultura por las artes,y de paso acabar con la política cultural y con el legado de su inventor, André Malraux.

El escritor francés se unió a De Gaulle y creó el primer Ministerio de Cultura para sacar brillo a la grandeur y resucitar Versalles. Años más tarde, el posmoderno Jacques Lang lo emulaba, convirtiéndose en un modelo muy sensible para Europa, y en especial para España, que hasta hoy ha oscilado entre el viejo dilema de ministros gestores, como Javier Solana, Jordi Solé Tura-que-estás-en-los-cielos,Pilar del Castillo, Alborch o Carmen Calvo, o ministros autores, como Jorge Semprún, el poeta César Antonio Molina y, ahora, la cineasta González-Sinde. Salvando las diferencias, han prevalecido los gestores al mando de este ministerio vedette que ha dado tantos tumbos.

Semprún confesó en sus memorias que aceptó el cargo para poder pasearse por el Museo del Prado vacío, en su día de cierre. Y Molina asegura que sus experiencias bien le valdrían un libro. Y ahora, la actual ministra podrá utilizar en un guión su tortuosa relación con la red. Nada más llegar al cargo, se convirtió en la noble defensora de los derechos de propiedad intelectual, a costa de enfrentarse con las asociaciones de internautas. Cierto es que internet se ha cargado varios negocios y los ha empujado a reciclarse, pero el invento, comparable al de Gutenberg, ha originado una nueva concepción de la cultura que la ministra no tenía que despreciar.

Otra torpeza que cometió González-Sinde fue la de reunir a "representantes de internet", que en realidad se representaban a sí mismos, para dejarlos con la palabra en la boca a la media hora porque tenía que acudir a una inauguración. Politesse oblige, ministra. La cortesía es uno de los principales entrantes de cualquier menú cultural que contribuye a favorecer la digestión de sus contenidos. Y un debate en el que se dilucida si los derechos de autor deben situarse por encima de los derechos de los ciudadanos, si los delitos en la red los debe perseguir un juez o un comité político, un debate que cuestiona la vida gratuita y descargada frente a la censura como método de caza de los ilegales, necesita, para empezar, tiempo, además de conocimiento y autoridad. Si no, ya sabe, el talante hablará por usted.

7-XII-09, Joana Bonet, lavanguardia