´Toros y banderas´, Francesc-Marc Álvaro

No sé si los toros me gustan ono, es algo que nunca me ha interesado lo bastante para investigarlo, pero creo que no deben prohibirse. Si el asunto tiene que ver con la contemplación de la violencia -como argumentan muchos antitaurinos- hay espectáculos mucho más preocupantes, algunos de ellos revestidos con la coartada deportiva o similar. También es innegable que hay tradiciones mucho más bárbaras en nuestro país que, en cambio, gozan de un gran consenso social. En la lista de la caspa, las corridas de toros no serían lo que más nos aleja del ideal ilustrado, aunque a simple vista pueda parecerlo.

A raíz de la iniciativa popular presentada al Parlament solicitando la prohibición de las corridas en Catalunya uno ha escuchado todo tipo de opiniones, sensatas unas a ambos lados de la polémica y estúpidas otras, también en los dos bandos. Algunos aficionados a la fiesta han subrayado un aspecto que consideran clave para entender la actual controversia: el afán del nacionalismo catalán -dicen- de ganar una batalla simbólica de primer orden para evidenciar el supuesto retroceso de la españolidad entre los catalanes. No se puede negar que ciertos sectores del catalanismo (no todo) son contrarios por principio a los toros, pero es necesario matizar e introducir otra perspectiva.

Primero: la iniciativa popular que llega a la Cámara catalana ha sido impulsada por entidades animalistas, no por grupos independentistas. Segundo: en el mundo nacionalista hay aficionados a la tauromaquia -incluidos varios políticos-, junto a una gran mayoría que no es contraria al espectáculo, más bien es indiferente. Tercero: el arraigo de lo taurino en Barcelona y otras localidades está bien documentado mucho antes de la Guerra Civil, lo que zanja discusiones peregrinas.

Dicho esto, me hace mucha gracia que ciertos protaurinos, que creen detectar el fantasma del nacionalismo catalán moviendo todos los hilos contra su fiesta, vean la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Porque es obvio que también hay sectores que defienden las corridas en Barcelona únicamente porque consideran esta tradición un valladar intocable de lo que ellos entienden que es el más sagrado imaginario "común" español. Lo que vale para (parte de) los detractores vale para (parte de) los defensores.

No soy partidario de mezclar los toros con las banderas ni con la organización territorial, pero tampoco vamos a chuparnos el dedo: tan identitario y político es que un nacionalista catalán la emprenda contra las corridas como que un nacionalista español haga campaña para que estas se sigan celebrando. Aunque, dado que el nacionalismo español no existe, el simpático toro que aparece en incontables banderas rojigualdas de los seguidores de la selección española sólo es, sin duda, un sincero homenaje al minotauro y a la bonita isla de Creta.

18-XII-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia