´Incremento de la violencia islamista en el Norte del Cáucaso´, Pedro Baños Rojo

Incremento de la violencia islamista en el Norte del Cáucaso

Pedro Baños Bajo
ARI 170/2009 - 16/12/2009
realinstitutoelcano

Tema: Tras el anuncio de Moscú, en abril pasado, del cese de las operaciones antiterroristas en Chechenia, se ha experimentado un espectacular aumento de la violencia asociada al radicalismo islámico en el Norte del Cáucaso. Nada hace pensar en una remisión a corto plazo.

Resumen: Aunque no acostumbre a ser titular de los periódicos europeos, la violencia islamista en el Norte del Cáucaso no ha dejado de incrementarse de modo significativo desde que el pasado 16 de abril las autoridades rusas anunciaran el fin de las operaciones antiterroristas en Chechenia. A pesar de la fuerte ayuda económica y política del gobierno central a las autoridades locales, así como del proceso de islamización oficial llevado a cabo por éstas, con la finalidad reducir la violencia islamista, los enfrentamientos se suceden a diario entre las fuerzas de seguridad y los rebeldes. El escenario se va ampliando, no limitándose ya a Chechenia, sino que se extiende rápidamente a las otras repúblicas colindantes, especialmente a Ingushetia y Daguestán. Dadas las deficientes condiciones socio-económicas de la zona, así como las permanentes denuncias de abusos por parte de las autoridades locales, todo apunta a que la violencia puede continuar aumentando, siendo muy complejo ponerle coto.

Análisis

Introducción

Con el argumento de que por fin se daban las condiciones propicias de estabilidad y de encaminamiento hacia la consolidación de la paz y el progreso, el 16 de abril de 2009 el presidente del Comité Nacional Antiterrorista de Rusia y director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, ex-KGB), Alexander Bortnikov, anunciaba la supresión del decreto que imponía la operación antiterrorista que se había venido desarrollando durante los últimos 10 años en la República de Chechenia. Inmediatamente, el presidente checheno, Ramzan Kadyrov, declaraba que esta renuncia, que llevaba asociada el repliegue de buena parte de los 20.000 soldados rusos destacados en la zona, significaba que Grony había ganado el pulso que mantenía con Moscú. Teóricamente suponía el fin de un enfrentamiento que había durado quince años, desde que en 1994 comenzara la primera de las guerras chechenas, con un balance estimado en al menos 150.000 chechenos muertos o desaparecidos, medio millón de desplazados y 22.000 soldados rusos fallecidos (sólo la mitad son reconocidos oficialmente por el Kremlin). A partir de ese momento, la responsabilidad de hacer frente a los considerados como muy bajos niveles de violencia residuales pasaría a manos de las fuerzas de seguridad locales, en condiciones similares a cómo se desarrolla en otras entidades de la Federación Rusa la lucha antiterrorista.

Sin embargo, desde entonces, la espiral de violencia ha escalado a altísimos niveles, destacando especialmente los atentados suicidas, prácticamente desconocidos desde los tiempos de los enfrentamientos más virulentos. La extensión de la violencia ya afecta hasta la comparativamente tranquila República de Kabardino-Balkaria, donde recientemente se han producido atentados contra la infraestructura, en un intento de impedir el desarrollo económico.

Antecedentes

El Cáucaso del Norte, también conocido como Ciscaucasia, está diferenciado del Cáucaso del Sur (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) no sólo físicamente, sino también por historia y cultura. En total, esta parte de Rusia se extiende a lo largo y ancho de una superficie de 254.300 kilómetros cuadrados –la mitad de España–, en donde habitan casi 14 millones de personas.

En cuanto a la aceptación histórica de la presencia rusa, el Cáucaso del Norte puede dividirse en dos zonas perfectamente diferenciadas. Por un lado, la parte occidental, próxima al mar Negro, que ha tradicionalmente aceptado mayoritariamente a los rusos. Tan sólo en la república de Karachai-Cherkesia existe un cierto movimiento opositor. Por otro lado, la parte oriental (Daguestán, Chechenia, Ingushetia y Osetia del Norte), orientada hacia el Mar Caspio, en donde la resistencia hacia la presencia rusa ha sido siempre muy fuerte, desde que fuera islamizada en el siglo XVIII, destacando la fiereza de los chechenos.

A su vez, en el caso concreto de Chechenia, se puede hablar de dos partes físicas claramente diferenciadas. Una es la formada por las llanuras, donde se localizan las zonas industrializadas, principalmente relacionadas con el petróleo, y en donde el sentimiento antirruso es menos acusado. La otra son partes montañosas, muchas de ellas prácticamente inaccesibles, en donde durante más de 150 años se han hecho fuertes los musulmanes rebeldes.

En esta zona, Moscú ha hecho grandes esfuerzos por captar apoyos en su favor, habiéndolo conseguido en Osetia del Norte, y parcialmente en Ingushetia (2.700 km2), mucho más rusificadas. A su vez, osetos e ingushetios están enfrentados por reivindicaciones territoriales de cuando los primeros, aprovechando la deportación de los segundos en 1943, ocuparon parte su territorio, lo que les impide llegar a ofrecer un frente común.

Por lo que a las religiones respecta, el Cáucaso ha sido y sigue siendo escenario del enfrentamiento entre el cristianismo y el mundo musulmán. En Ciscaucasia predomina la corriente suní, al igual que en la práctica totalidad del resto de la región caucásica, con la excepción de Azerbaiyán, chií como consecuencia de su pasado relacionado con el imperio persa. Los musulmanes de la zona desde siempre se han sentido sometidos por los cristianos, que son los que han ejercido el poder político y el dominio social y económico. En el proceso de islamización que se produjo en los siglos XVII y XVIII, tuvo mucho que ver la fiscalidad que turcos o persas aplicaban a los no musulmanes, a pesar de la teórica libertad religiosa. Lo que impulsó a muchos habitantes de la zona, animistas o cristianos desde hacía siglos –algunos habían sido cristianos durante más de 700 años, como los ingushetios– a practicar la religión islámica, aunque nada más fuera por razones prácticas. Por todo ello, el islam se ha convertido en el vehículo conductor de procesos socio-económico-políticos, mucho más allá de la simple idea de enfrentamiento puramente religioso. En instrumento aglutinador para oponerse, además de a las injusticias sociales, al proceso de rusificación desarrollado por Moscú.

Aunque durante el período soviético estaba prohibida la práctica religiosa, los musulmanes norcaucásicos continuaron con sus ritos y tradiciones mediante fraternidades sufíes clandestinas –habitualmente denominadas en su conjunto como mouridismo–, algunas con enorme poder y capacidad de influencia, especialmente en Chechenia y Daguestán, en donde la resistencia fue feroz. En la actualidad, las dos fraternidades más importantes son Naqbandis y Kadiris.

Contexto del enfrentamiento

En 1957, tras regresar de la deportación en tierras de Asia Central a la que Stalin les envió, los musulmanes de Chechenia-Ingushetia se encontraron con que sus tierras estaban siendo explotadas, e incluso maltratadas, por los rusos que habían sido llevados para ocupar su lugar, muchos de los cuales se dedicaban a labores relacionadas con el petróleo. Esta circunstancia de marginación de los beneficios de la explotación y el transporte del crudo por su territorio dio lugar a una nueva etapa de intensificación del enfrentamiento con los rusos.

Entre 1994 y 1996 se produjo la primera guerra de Chechenia. El resultado fue de 50.000 muertos, buena parte de ellos civiles, y la destrucción completa de la capital, Grozny. En el período entre guerras (1996-1999), y dado que a pesar del acuerdo de armisticio de Khassavyod las tensiones continuaban, se produjo la llegada a la zona de miles de combatientes islámicos procedentes de las más diversas partes del mundo para apoyar a sus correligionarios. Tras la imposición de la Sharia en 1999 por el entonces presidente de Chechenia, Aslan Maskhadov, se inició la segunda guerra en esta república. Durante este enfrentamiento, una parte de los musulmanes chechenos decidieron cambiarse de bando y luchar al lado de los rusos contra sus propios compatriotas, defendiendo su integración en la Federación Rusa, incluyendo al actual presidente checheno. Este aspecto tiene una gran trascendencia para poder entender los acontecimientos presentes. En cierto modo, en la actualidad, una vez retiradas oficialmente las fuerzas rusas del conflicto, el enfrentamiento se ha convertido en una auténtica guerra civil, en la que un bando –el gobierno local– es decididamente apoyado por Moscú.

Por lo que respecta a Daguestán, siempre ha sido un bastión islámico en la lucha contra la presencia rusa. Ente multiétnico como pocos en el mundo, donde se reúnen 10 nacionalidades principales, ocho caucásicas y dos turcas. Dentro de los numerosos grupos étnicos existentes, los ávaros destacan por su protagonismo en el enfrentamiento con los rusos. Desde la época del imán Chamyl en el siglo XIX, este pueblo ha sido, junto con el checheno, el más belicoso de todo norcaucasia. Asentados principalmente en las proximidades de la frontera con Chechenia, los casi 700.000 ávaros se agrupan en al menos 14 subgrupos o clanes. La influencia islámica en esta república llegó a ser muy significativa, como lo atestigua el hecho de que en 1917 había 2.700 mezquitas, 800 escuelas islámicas y 40.000 mulás. La mayoría desaparecieron durante la época soviética, contabilizándose en 1977 apenas 27 mezquitas y 50 mulás “oficiales”.

Actuación histórica de Moscú

Desde los tiempos de Pedro el Grande, Moscú, ante la violenta resistencia de estos pueblos nunca completamente subyugados, ha aprovechado la multiplicidad étnica en su beneficio para conseguir dominar la zona. Intentando siempre tener enfrentados entre sí a los diferentes grupos étnicos, con la idea de evitar sólidos frentes comunes.

En uno de estos variados intentos por controlar la región, creó en 1919, al comienzo de la era soviética, dos repúblicas. Por un lado, Daguestán, teóricamente más manejable por su orografía, así como vital por su proximidad a las fuentes energéticas. Por otro, la de los indomables montañeses, conformada por el resto de los pueblos norcaucásicos: chechenos, osetos, cherkesos, ingushetios y adigueses. Pero el resultado fue que tanto unos como otros se mostraron intratables y extremadamente violentos, persiguiendo el único objetivo de arrojar de sus tierras a los rusos. Viendo el error cometido, en la siguiente redistribución política se procuró que en cada nuevo ente se mezclara al menos un pueblo de origen turco con otro caucásico, con la finalidad de evitar en la medida de lo posible entidades unificadas que pudieran presentar mayor resistencia. Así, se crearon cuatro repúblicas autónomas (Daguestán, Chechenia-Ingushetia, Osetia del Norte y Karachai-Cherkesia) y dos regiones autónomas (Kabardino-Balkaria y Adiguesia). Tras 1991, ya con la división de Chechenia e Ingushetia, las siete entidades pasaron a convertirse en repúblicas autónomas. En el caso concreto de Kabardino-Balkaria, los 100.000 balkarios, habitantes de los altos valles, son un pueblo de origen turco, que fue islamizado por los kabardos en el siglo XVII. Por su parte, los kabardos –también musulmanes–, que viven en las llanuras, han mantenido tradicionalmente buenas relaciones con los rusos. De hecho, fue el primer pueblo norcaucásico en pasar a formar parte del imperio ruso en el siglo XVIII. Esta buena relación con el poder les ha llevado a ser el pueblo con mayor desarrollo y alto nivel de vida de toda la región, lo que a su vez les lleva a evitar cualquier tipo de enfrentamiento con Moscú.

Vigente política del Kremlin

La política de las autoridades rusas ha sido la de irse retirando militarmente de la zona, dejando la responsabilidad de la lucha contra los rebeldes en manos de los gobiernos locales. Como contrapartida, hace un gran esfuerzo en la ayuda económica con la finalidad de recuperar la economía y propiciar la legitimidad de las autoridades regionales. Oficialmente, Rusia reconoce haber empleado 650 millones de euros en la reconstrucción de Chechenia, al tiempo que ha ofrecido a Ingushetia 780 millones de euros para los próximos seis años. Al mismo tiempo, permite, y potencia, una islamización de la zona, con la esperanza de ir restando seguidores a los más extremistas.

Por otro lado, Moscú lleva a cabo una campaña de desinformación y de ocultación de las acciones de los rebeldes, la cual se enmarca dentro de una de mayor calado con la que se pretende manipular a los medios de comunicación y de la opinión pública mundial, fomentando la imagen de unos fanáticos musulmanes chechenos, mezclados con lo peor del crimen organizado y las mafias, apoyados internacionalmente por otros países y organizaciones musulmanas.

Islamización oficial

En Chechenia, oficialmente una república islámica en donde rige la Sharia, el actual presidente Ramzan Kadyrov –con el beneplácito del gobierno central ruso– ha implantado la vuelta al sufismo y a las tradiciones chechenas, en un intento de socavar el apoyo de los extremistas musulmanes. Con esta finalidad, lleva a cabo una fuerte campaña de proselitismo en las mezquitas –convertidas en centros de adoctrinamiento de la juventud y cuyo número no deja de crecer–, y en los medios de comunicación, incluyendo la televisión. Incluso la canción más de moda se titula “Mi Chechenia islámica”.

Dentro de la estrategia de plena implantación de la Sharia, Kadyrov obliga a las mujeres a llevar velo en los edificios públicos y ha restringido la venta de bebidas alcohólicas. Alaba públicamente la poligamia, justifica y anima a los asesinatos por cuestiones de honor y aboga por el retorno de los principios puros del islam sufí. Ha prohibido la venta de vestidos de boda de tipo occidental y limitado severamente los derechos de las mujeres establecidos en las leyes rusas. La situación más extrema es la de las docenas de mujeres que son asesinadas cada año alegando razones de honor, según denuncian organizaciones de defensa de los derechos humanos, algunas de ellas por sus propios familiares, muchas veces para ganarse el respecto social y político.

La construcción de mezquitas en Chechenia es imparable. Mientras en mayo de 2003 había 300 mezquitas, en la actualidad, en cada uno de los 423 pueblos chechenos hay al menos una. La pretensión del gobierno local es llegar a superar el número de las 2.500 que llegó a haber en 1917, antes de la época soviética, la última de las cuales fue cerrada en 1961. En Grozny se ha construido una mezquita gigantesca, con capacidad para 10.000 feligreses. Con un coste de 14 millones de euros, presume de ser la más grande de Europa. Para dotarle de mayor contenido simbólico, se ha erigido en donde se alzaba el cuartel general del Partido Comunista Soviético. Mientras que en 2003 apenas 140 chechenos viajaron a La Meca, en 2006 ya se superaba la cifra de 1.300 peregrinos.

Reacción del extremismo islámico

Oficialmente, el wahabismo, en su expresión de guerra a muerte contra el infiel, es ilegal tanto en Chechenia como en Ingushetia y Daguestán. Pero el proceso de radicalización es cada vez mayor, en parte como consecuencia de la estrategia de Moscú de emplear al islam tradicional, o sufí, contra los más extremistas. Lo que solamente está consiguiendo es el fortalecimiento de estos últimos.

A pesar de los esfuerzos de los gobiernos locales y el central para acabar con la violencia relacionada con el extremismo islamista, la realidad socio-económica del Norte del Cáucaso impide su erradicación. Es un escenario en el que se mezclan la pobreza y la debilidad de los poderes públicos para controlar todo el territorio, donde el desempleo alcanza a buena parte de la población (25% en Daguestán, 50% en Ingushetia, 29% en Kabardino-Balkaria y 75% en Chechenia), y de modo muy especial a la juventud. Son permanentes las denuncias de corrupción, de falta de respeto de los más elementales derechos humanos, de tortura y de represión brutal de las fuerzas de seguridad. Son territorios con exceso de jóvenes sin esperanza ni futuro, a los que es fácil convencer de la bondad de unas ideas que ofrecen la promesa de una vida mejor, sea en la tierra o en el paraíso, ideales que son capaces de esperanzar a quien nada tiene que perder, ni casi que ganar; a quien sólo tiene resentimiento y odio al que considera como invasor y usurpador; rezumando ansias de venganza por las atrocidades sufridas en carne propia o por algún ser querido.

Como consecuencia de todo ello, cuando antes los más extremistas del Norte del Cáucaso se desplazaban a escenarios de máxima confrontación yihadista, como Afganistán, Uzbekistán o Tayikistán, ahora se quedan en el Norte del Cáucaso, donde han encontrado el ambiente ideal para materializar sus ideales. Escenario que consigue atraer a combatientes de otros lugares, ante las alentadoras perspectivas de éxito de sus objetivos. Recientemente se ha detectado la presencia de yihadistas extranjeros, concretamente de argelinos en Daguestán, integrados en el principal grupo insurgente activo en esta república, denominado Jamaat Shariat de Daguestán.

Así las cosas, en Chechenia, en abril pasado se reconstruyó la Brigada de los Mártires de Riyadus Salikhin (“Jardín de los Puros”), cuyos miembros están considerados como expertos en acciones de terrorismo y sabotaje, además de altamente proclives al suicidio. El anuncio fue realizado por Dokku Umarov, el autoproclamado emir del Cáucaso en 2007. Desde ese momento, su actividad ha sido frenética, responsabilizándose de importantes atentados, como el cometido contra el presidente de Ingushetia en junio y el asesinato de 25 policías en la comisaría de Nazran en agosto. Este grupo había sido creado por Shamil Basayev, fallecido en 2006. Saltó a la primera página de los periódicos en 2002, durante la toma de rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú, y estuvo también involucrado en la matanza de la escuela de Beslam, en 2004. Su objetivo último, que sigue inalterado, es crear un Estado musulmán independiente en la región.

Actual violencia desbocada

Los grandes esfuerzos gubernamentales encaminados a poner coto a la violencia, teñida de extremismo islámico, parece no estar dando los resultados perseguidos. Antes al contrario, parece que tan sólo está sirviendo para fomentar las manifestaciones más violentas del extremismo y el fanatismo islamista, incluyendo los atentados suicidas.

Así mismo, los rebeldes salafistas consideran a los gobernantes actualmente en el poder no sólo como vendidos a Moscú, sino también como corruptos, implicados en el crimen organizado que prolifera en la zona, traficando con la droga que, procedente de Afganistán, pasa hacia Europa, Rusia y Turquía. Un motivo más para considerarlos impuros, contrarios al concepto de yihad personal –de esforzarse para mejorar como persona– y, por tanto, objeto de sus iras religiosas.

Este incremento de la violencia ya se deja sentir con fuerza en Ingushetia, en donde abundan las acusaciones de detenciones ilegales y de invasión de los hogares por las fuerzas públicas, así como las denuncias por tortura y los asesinatos extrajudiciales. Circunstancias violentas a las que se añade una rampante corrupción. Como muestra, valga el dato de que mientras en 2008 se contabilizaron 212 asesinados, a mitad de 2009 ya se había superado esa cifra.

Pero quizá el mejor ejemplo de este fracaso lo ofrecen las alarmantes cifras que arroja el estudio comparativo entre las acciones violentas acontecidas sólo en Chechenia durante los 200 días previos al 16 de abril, y los 200 días posteriores –hasta el 3 de noviembre–:

Tabla 1. Acciones violentas en Chechenia antes y después del 16 de abril de 2009

 

200 días

previos

200 días

posteriores

Asesinatos

58

208

Heridos

82

172

Enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y rebeldes

42

92

Rebeldes muertos (enfrentamientos)

32

120

Rebeldes capturados (enfrentamientos)

87

110

Rebeldes entregados (enfrentamientos)

13

6

Agentes muertos (enfrentamientos)

20

71

Agentes heridos (enfrentamientos)

75

140

Civiles secuestrados

7

29

Civiles asesinados

6

17

Civiles heridos en atentados

7

32

Atentados terroristas

28

48

Atentados suicidas

0

10

Atentados suicidas fallidos

0

1

Resalta el hecho de que se ha multiplicado por cuatro el número de asesinatos y por dos el de heridos. Se han duplicado los atentados terroristas, al tiempo que han resurgido con enorme fuerza los atentados suicidas.

Obligatorio es citar que los datos no son exactos, pues al ocultismo de las autoridades estatales y locales se une el hecho de que la principal ONG que intentaba llevar un registro de estos hechos, Memorial Human Rights Group, puso fin a sus actividades en Chechenia el pasado verano tras ser asesinada su activista en Grozny, Natalya Estemirova, el 15 de julio.

Conclusiones: Ante gobiernos locales incapaces de cumplir con sus promesas de justicia social y de mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población, los islamistas siguen teniendo el campo abonado para que siga creciendo una violencia empapada de una religiosidad que, en buena parte de las ocasiones, no es más que el hilo conductor que une a los que luchan por conseguir sus objetivos, tanto los internos relacionados con el poder y las injusticias sociales, como los externos frente al que todavía consideran invasor ruso. La realidad es que los grupos wahabistas ilegales van adquiriendo cada vez más fuerza y relevancia, con capacidad para desestabilizar completamente las frágiles estructuras establecidas. Resurgiendo con la potencia que da la desesperación unida a la ideología islámica, la cual ofrece la promesa del más atrayente paraíso cuando se muere por su causa.

Para comprender en su totalidad la compleja situación en la zona, además hay que constatar la tradicional importancia de la cultura guerrera entre los habitantes de estas montañas. Tierras en las que se glorifica a aquellos que vengan con sangre el asesinato de un familiar, a los que eliminan con honor a los adversarios, a los que resisten a los ocupantes de las tierras de sus antepasados, los rusos.

Ante estos hechos, todo indica que la política seguida por Moscú está sufriendo un gran fracaso. Haber abandonado la lucha directa contra los rebeldes norcaucásicos y dejado, en su lugar, que sean las fuerzas locales las que se hagan cargo de ella, no ha hecho más que provocar un resurgimiento de la violencia. De momento, una estrategia que se muestra como errónea. Salvo, claro está, que hubiera otros objetivos enmascarados en esta política: como que lo que en realidad se buscara es que dejaran de producirse bajas en el ejército federal, o que se produjera un enfrentamiento entre musulmanes norcaucásicos (entre sufíes-tradicionalistas y wahabitas-salafistas) que evitara su dispersión por el resto del territorio ruso, limitando su capacidad para sembrar la violencia y el terror en el suelo de Rusia.

En cualquier caso, la situación se pronostica como complicada en los tiempos venideros, sin una clara salida que ponga un punto final definitivo a la endémica violencia en esta castigada zona del mundo.

Pedro Baños Bajo
Teniente coronel, profesor de Estrategia y Relaciones Internacionales de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas (CESEDEN)