´Los filósofos terrenales´, Ralf Dahrendorf.

"Los filósofos terrenales", premi Ibàñez Escofet.

... concesión del III premio Manuel Ibàñez Escofet a lord Ralf Dahrendorf por un artículo publicado en este diario el pasado 18 de junio (‘Los filósofos terrenales’, veure’l a continuació). Lord Dahrendorf, sociólogo, economista, demócrata liberal, miembro de la Cámara de los Lores, durante diez años director de la London School of Economics y ex vicerrector de la Universidad de Oxford, recogió ayer en Barcelona el premio periodístico que otorga la Fundació Catalunya Oberta...

... Dahrendorf, nacido en Alemania (Hamburgo, 1929), donde desarrolló gran parte de su carrera –militó en la resistencia antinazi y estuvo encarcelado–, pero que desde 1974 vive en Inglaterra,...

... “A largo término, son siempre las ideas las que sirven para modular nuestra vida”, dijo este político, símbolo de la sólida escuela liberal europea y de la pasión por el compromiso político. Lord Dahrendorf recordó que el erial idelógico en que se mueve la actual política “es el precio que estamos pagando por haber sido la seguridad, durante mucho tiempo, la principal preocupación de la política”. “¿Dónde están hoy las grandes ideas?”, es la pregunta que formuló. Como respuesta, afirmó que “habremos de buscarlas en algunas que ya se han tenido, que ya están en el almacén de nuestra memoria, pero que todavía no se han aplicado”. ...



Los filósofos terrenales
Ralf Dahrendorf, LV, 18-X-2003.

John Maynard Keynes, quizás el más grande economista del siglo XX, dijo una vez que en el largo plazo, el curso de la historia se ve determinado tanto por las ideas y los intelectuales como por los políticos. No se refería a consejeros especiales ni a productores de programas de uso inmediato, ni a redactores de discursos para presidentes y primeros ministros. Ni tampoco a los comentadores de radio y televisión, ni a los gurús cuyos escritos sirven de música de fondo para la política. Se refería a los autores de ideas realmente seminales, como su propia noción de que cada cierto tiempo la intervención estatal debía acudir en socorro del capitalismo para manejar la demanda agregada.

Keynes también nos recordó que en el largo plazo todos vamos a morir. Cuando su propia influencia tuvo más fuerza (en los años 50 y, sobre todo, en los 60), de hecho él ya había muerto. Otros, que habían inspirado (si esa es la palabra correcta) las amenazas totalitarias del siglo XX también habían muerto hacía mucho cuando sus ideas se convirtieron en realidad. De modo que el efecto político de los intelectuales rara vez es inmediato. Debe esperar su oportunidad.

Esto se relaciona con otra característica de las grandes ideas que definen los periodos históricos: el hecho de que provienen de los márgenes de las ortodoxias predominantes. Cuando se producen y publican por primera vez, parecen casi irrelevantes y en todo caso fuera de sintonía con el espíritu de los tiempos.

Ocurrió así con el “Camino a la servidumbre” de Friedrich von Hayek y con “La sociedad abierta y sus enemigos” de Karl Popper, ambas publicadas al final de la Segunda Guerra Mundial. Su triunfo real ocurrió en 1989, cuando se derrumbó el comunismo y las nuevas sociedades que emergían necesitaban un lenguaje para expresar sus objetivos. No es una casualidad que estas obras hayan sido traducidas en esa época a casi todos los idiomas del este y el sudeste europeo.

De manera similar, los panegíricos de Milton Friedman al capitalismo puro parecían curiosamente fuera de lugar durante el apogeo de la era socialdemócrata, los años 60. Pero luego la “estanflación” (la combinación de un crecimiento económico bajo e inflación) llegó para quedarse a finales de los 70. Mientras los economistas más sombríos, como Mancur Olson, conjeturaban que sólo la revolución o la guerra podían disolver las rigideces del statu quo, Reagan y Thatcher recordaron la visión de mundo de Friedman, junto con la de Hayek y otros. Nuevamente, se trataba de dar sustancia y lenguaje a intenciones vagamente percibidas, ligeramente adelantadas al ánimo popular, pero que se mantenían a tono con su impulso.

Nunca consideré que la política de la tercera vía, tan en boga en los últimos años, tuviera la misma significación o abolengo intelectual. Encontrar la cuadratura del círculo de la justicia y el crecimiento era una idea necesaria, pero no algo que pudiera inspirar un entusiasmo generalizado y el apoyo popular. Incluso la importante “Teoría de la justicia” de John Rawl quedó como una lectura de algunos iniciados, en lugar de un precepto para muchos.

Sin embargo, mientras estaba en vigencia la tercera vía, ganó terreno otro conjunto de ideas que originalmente parecían marginales e incluso absurdas. Surgió a partir de la concepción de Friedman y Hayek de hacer retroceder el Estado de bienestar socialdemócrata, pero agregó un nuevo conjunto de ideas al rudimentario Estado resultante: estaría imbuido únicamente de lo que Joseph Nye llamaba “el poder duro”. Este poder duro significa “la ley y el orden” en el ámbito interno y poderío militar en el ámbito externo. Es un Estado para un mundo hobbesiano en el que la seguridad es el valor más alto.

Estas nociones tienen raíces de larga data. En el siglo XX, algunos las encuentran en el emigrado germanoestadounidense Leo Strauss, e incluso en Carl Schmitt, el jurista de Hitler. Más recientemente, los autores reunidos alrededor de la revista estadounidense “Commentary” las han hecho suyas. Los grupos de expertos o “think tanks” de Washington las convirtieron en un potente arsenal intelectual para los neoconservadores que prosperan a la sombra de la Administración Bush (aunque el presidente mismo no sea uno de ellos).

De modo que, una vez más, nos encontramos con ideas que se remontan a muchos años atrás y que ahora pasan a primer plano. Se generaron en los márgenes de una época caracterizada por una ortodoxia mucho más liberal y cobraron vigencia cuando llegó el momento adecuado para los políticos, que encontraron en ellos un principio organizador útil. Proporcionan tanto máximas de acción como un lenguaje para “vender” tales acciones al público general. Dominan la escena intelectual hasta un punto tal que pareciera que no hay espacio para alternativas. Hacen que incluso los liberales se vean un poco deslavados. ¿O es que habrá otro Keynes gestándose en algún lugar?